16 de octubre: aniversario del nacimiento de Oscar Wilde

Oscar Wilde cumple ciento setenta años este miércoles 16 de octubre, el aniversario de una de las figuras literarias y culturales más complejas y atractivas del siglo XIX y de la Historia.

El gran profeta de un siglo estético y el mayor representante del Londres victoriano tardío nació, en realidad, en Dublín, hoy la capital de la Irlanda independiente, pero parte del Reino Unido a mediados de 1800. Una sociedad asidua a leyendas del teatro como Shakespeare encumbraría a Wilde en ambos lados del Atlántico. Serían alabas por la crítica y extremadamente populares sus obras El abanico de Lady Windermere, 1892, Una mujer sin importancia, 1893, Salomé, 1893, Un marido ideal, 1895, y La importancia de llamarse Ernesto, 1895.

Precisamente Wilde fue y sigue siendo conocido por su ingeniosa manera de exhibir las contradicciones sociales y de la moralidad. De única e inteligente ironía, más que un autor, hoy se ha convertido en una serie de frases citadas a diario en todo el mundo:

La verdad rara vez es pura y nunca simple.

No quiero ir al cielo. Ninguno de mis amigos está allí.

Soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo.

La única manera de deshacerse de la tentación es ceder a ella.

Vivir es lo más raro del mundo. La mayoría de la gente existe, eso es todo.

El arte no es moral ni inmoral, sino bien o mal hecho.

Sé tú mismo, todos los demás ya están ocupados.

Desde las cumbres del éxito, Wilde se precipitaría al estrecho mundo de la victimización y del miedo a lo diferente, los prejuicios y las injusticias de la sociedad de su época. Convertido en su vida adulta en esposo y padre de dos hijos, sus relaciones con hombres jóvenes, entonces ilegales, terminarían por condenarlo a dos años de prisión, al ostracismo público y a la merma de su salud. Sin embargo, estas experiencias le permitirían confesarse a través de sus textos de 1897, el poema Balada de la cárcel de Reading, y la carta autobiográfica De Profundis.

 

 

Haber resistido las normas sociales opresivas y la persecución a la homosexualidad de la Europa de su tiempo convirtió a Wilde no solo en una influencia para la literatura en el mundo, sino en ícono de una lucha cultural también representada por figuras como el padre de la computación Alan Turing, en un sinónimo de queer dentro de la comunidad LGBTTTIQ.

Al legado intelectual y al modo de vida de Wilde los resume bien el término “esteticismo”, la versión británica de un movimiento conocido en el continente como “decadentismo” o “parnasianismo”, entendimiento de la obra de arte profundizando primero en la impresión que causa e identificando la forma con el fondo, partiendo de la frase:

El arte por el arte.

A semejanza de George Moore, Stéphane Mallarmé y Jules Goncourt, Wilde buscaba en la estética un refugio espiritual y una postura sobre su tiempo. Un eficaz asaltante del ethos victoriano, un libertador de la literatura inglesa de preconcepciones ancestrales y un testimonio continuo de que solo se puede ser moral descartando el moralismo.

La vida imita al arte

Esta frase de Wilde insiste en una extraña soberanía hedonista: la de lo bello que coincide con lo inútil. Lo bello se autojustifica o no tiene justificación, se nombra y se dice a sí mismo, es bello por ser sin porqué, reposa como lo hace el espectro del gusto.

El esteticismo de este príncipe del lenguaje tuvo como único sentido del deber la producción de obras muy humanas. Cuentos como El príncipe feliz, El ruiseñor y la rosa, El gigante egoísta, El fantasma de Canterville y La esfinge sin secreto, escritos entre 1887 y 1888, o la novela El retrato de Dorian Gray de 1890. Un deber trascendido por la fuerza que es soñar:

Sí, soy un soñador. Porque un soñador es aquel que sólo puede encontrar su camino a la luz de la luna, y su castigo es ver el amanecer antes que el resto del mundo.

 

Imagen de portada: Oscar Wilde IA, Ratu AI

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