La lámpara del cuerpo es el ojo. Cuando tu ojo es bueno, todo tu cuerpo está lleno de luz.
¿El arte tiene que transmitir ternura? Esta es la conclusión del fino miniaturismo de Irasema Ezcurdia, una de las más prometedoras artistas plásticas y creadoras audiovisuales de México.
Experta en pintado hiperrealista en modelos a escala, customización de muñecas y otros coleccionables, sobre todo Hot Toys, modelado en arcilla polimérica y epoxica, tallado en madera y vitralería, Irasema colabora actualmente con Luaa Estudio, un taller santuario para creadores ambiciosos, dirigido por Martha Guadalupe Hernández Herrera.
Irasema inició su vida profesional como fotógrafa, carrera que ha combinado con la escultura y que la ha llevado a realizar una serie de videos sobre la vida urbana muy original. Uno de sus poemas visuales ganó el primer lugar entre los países de habla hispana y el sexto del mundo en el certamen internacional de poesía Mili Dueli, celebrado en Bosnia Herzegovina.
¿Qué motiva a Irasema a introducir a los adultos en un arte de niños? Un “juguete” puede definirse como un artículo para la recreación y el desarrollo de capacidades. Todo esto es muy obvio, se “juega” con un juguete para convertir la experiencia en un “juego”. Se le pude tocar, y esto delimita a los niños. También es un objeto “fetiche” en el que se deposita cariño.
Las miniaturas, sin embargo, quedan fuera de esta definición porque no se tocan o dependen de la distancia. Irasema propone figuras y lugares que ocupan un sitio que nosotros no, utilizando nuestra mirada como espacio. Nos introduce en un arte de niños empequeñeciendo la escala de las cosas hasta el punto preciso en que la escala del juguete consigue excluirnos.
Pienso que la conclusión más errada sobre el arte de Irasema no solo sería que este no se preocupa por nosotros, sino que tiene cualquier otro objetivo. Si bien no se basa en las personas adultas, está hecho para ellas y parte de una conclusión sobre el día a día de hoy:
Cada vez es más difícil tener un lugar donde descansar.
Nuestro yo no tiene un tamaño o no tiene “nuestra” escala. No podemos igualarlo con figuras y lugares que todavía desconocemos. Deseamos igualarnos otra vez con lo ya visto, lo que nos hizo felices, y este amor reminiscente no es lo que quedó de una disminución del amor, sino un amor disminuido, que el yo ve pequeño porque cree verlo menos, más y más lejos en el pasado. Sin embargo, solo está al nivel de las emociones y es la estructura más íntima de lo hace deseables a motivos en el mundo. En palabras del teólogo James Alison:
No es el yo el que tiene deseos, es el deseo el que forma y sostiene al yo.
Irasema va a contracorriente de muchos artistas porque pone por sobre todo la comodidad y no la crisis, algo que podría cuestionar la crítica. Podría pensarse que solo un arte basado en el sufrimiento puede permitirnos decir una verdad, por ejemplo, al dar la forma de nuestros traumas a una pieza. Pero volvería a ser un error negar que hay introspección en la comodidad. Se trata de un deseo obvio que intentamos que se haga menos evidente, menos honesto:
Es curioso pensar que la tristeza o abatirse pueden estar ocultando algo nuestro.
Decir la verdad implica también no tener miedo a reconocer si uno fue feliz y que queremos serlo. Irasema hace un arte con una melancolía que no influye en sus resultados. Esta melancolía artística toma una forma exterior al arte que hace. Es decir, el mensaje sobre lo que la tristeza desea y el corazón triste permanecen conectados. Hay un deseo puro o indiviso: una esperanza que no toma forma propia, pero que sigue creando al yo y también objetos como estas miniaturas para adultos y los juguetes para niños. Estos nos enseñan a ser recíprocos con nuestros sentimientos como si también pudiéramos cuidar de ellos. En palabras de Alison:
Naturalmente, pienso que mi deseo es mío, que es de mí, que soy su sujeto y que sé lo que quiero. Pero pensar así es no ver que el deseo me está creando.
Siendo nuevas y únicas, estas miniaturas anteceden a la nostalgia. Irasema las propone para reencontrar el nivel de la emoción. Piden poco al todo para ser totalmente y se sitúan en un pequeño espacio que solo podría ocupar lo menos totalizante de nosotros: sentimientos que no necesitan ocupar una respuesta, sino ser cuidados, algo que demanda también muy poco, solo ese nivel en el que han aparecido. No vemos la separación real entre nosotros y estas miniaturas, no hay una línea divisoria con el espectador que no cabe en los sitios de los que se apoderan y desde el cual pueden dar forma al contento.
El arte es técnica antes que idea, esencia artesanal y no un objeto copiado a partir de un objeto en la mente: existe, es uno de dos lados en una conexión sin términos. La escultura se termina. Como consecuencia, ha cambiado al escultor, que es una esencia nostálgica de la que no participa porque no comparte su pasado. Y aunque permanecen en el mismo mundo, son desconocidas las intersecciones entre ambos. La pieza es como el presente: es espectral para el artista, no existe ni como continuación, futuro, ni como conciencia de sí, pasado.
Las miniaturas de Irasema no son apariciones incompletas o residuales. No son ella misma ni tampoco intersecciones entre algo que hubiera querido plasmar y algo que esculpió. No les trasmitió ninguna ternura, sino que sus esculturas irradian una ternura individual.
Por eso las miniaturas de Irasema reconfortan con solo verlas. Tienen la misma autonomía que el deseo y pueden respaldar a un yo en la escala de lo que cree haber perdido. El hecho es que nada puede perderse porque nunca nos ha pertenecido. Somos sostenidos desde todos los lados del tiempo, la conciencia puede estar en paz en un centro pequeño que se mueve de sitio. Esta es la mirada que cambia sin saberlo y que las miniaturas reciben solo como espacio. Aunque estas piezas no nos piden nada, y esto es, nuevamente en palabras de Alison:
…no un error sobre algo de lo que el yo podría ser consciente, sino un fracaso en descansar pacíficamente en lo que posibilitó que haya un yo consciente en absoluto.
Irasema propone figuras fuera de lugar como un hipopótamo de un color extraño, dentro de una casa pequeña. También caracoles que cargan pequeñas casas entre lithops y suculentas, y cabezas femeninas desde donde brincan conejos diminutos o emergen miembros de molusco.
Este tipo de elecciones nos introducen en las miniaturas porque somos absolutamente individuales como el hipopótamo. Y nos introducen en el sentimiento, precisamente porque no cabemos en el arte. Una obra que genuinamente incluye al ser humano:
Las miniaturas son arraigo, un lugar para sentirte seguro, donde tú descansas. Puede que no comas ahí, no te bañes ahí, pero es donde tú descansas.
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