Es fuego siempre vivo.
Así veía Heráclito al mundo. Las traducciones que hizo Simone Weil de este antiguo filósofo la condujeron a lo que llamó mística. Al hacernos pensar aquello que es y el ser mismo, pone como ejemplo las dos acepciones que recibe sobre el fuego: como elemento y como rayo eternamente vivo, las posibilidades que da la luz por vivificadora; el fuego como cosa creada, y el fuego en su unión única con y como Dios. Esta sería la pregunta mística:
¿Quiénes están en esa unión, y dónde, y por qué están?
Un ente en tanto ente, es; el fuego, en el fuego que vive; pero si todo ha sido creado y ser es ser creado como ser con y para el ser, el ente que es, en su creación, es el ser mismo que crea; el ser es en él porque de otro modo no sería nada; mientras Dios como el ser, es todos en todos, el fuego vivificador que se hace vivir desde y por ser vida misma, para y desde dar vida. Ese es su límite ontológico: el límite ontológico del hecho de las cosas, las acciones.
Primero, pensemos en el fuego como elemento, esto es, el fuego que es y el fuego que pasa, ser y tiempo; lo que podemos determinar desde la filosofía de Ludwig Wittgenstein como poder ser un hecho y porque es íntegro un estado de cosas. Segundo, por profundo, la eternidad, el ente es el fuego como rayo, es que crea, y su ser creado, amor.
Dios como lo que no es y como lo que se encarna: inteligencia por entender los destinos, hacerlos desde los abismos del fuego mismo, de lo que es que sea sentirlo y lo que no es; toca la inexistencia, y sin hacer existir, existimos por sentirlo. Se hace ser como que es, o como dice el filósofo Ramón Xirau:
El rayo de luz en medio de la noche, la totalidad en su revelación.
Explosión, el mundo en un instante, el mundo pariendo al mundo como si fuera sus hijos.
Lo que es el caso, el hecho es el darse efectivo de estados de cosas.
Palabras que escribió Wittgenstein. El fuego puede venir a ser el caso o podemos llegar a la contradicción ontológica, el mundo que lo es si podemos abrirlo, cambiarlo porque morimos y cambiamos; por no saber qué es ser.
No el fuego que es, el fuego que es creado, que es creación y es en el acto de ser creado el ser; su profundidad no está en lo que es sino en ese es ilimitado, contradicción ontológica, nuestro origen abierto. Es algo que puede y puede no ser el caso; despertar a lo que ya está despierto, despertarse, entrar por las salidas.
Algo puede o no puede ser el caso y todo permanece igual.
De nuevo, palabras que escribió Wittgenstein. Lo que es el caso no pudiendo no haber sido, no sería el caso; lo posible es gracias a él como la fuente que no es en ninguna parte, que no es ninguna parte, o el ser del fuego creado, el fuego creador como todo lo que es creable en él: el fuego cuando no es fuego, quema como lo que no es. Tenemos, no que ser, sino necesitar al universo.
Las acciones de la evidencia, porque es clara, son entonces creación; es entonces el ser del ser, el fuego como todo lo que no quema, todo lo ardiente y quemar; lo que no tiene ser porque es ser mismo, el fuego fuera de todo estado de las cosas como no ser fuego; ser sin fuego y fuego sin ser, el fuego, su ser llamado a ser.
El fuego vivo no pasa a ser el fuego, como luz viva, el elemento, el hecho, no puede existir fuera de un estado de las cosas, no puede pensarse como lo que no es pensado porque es parte de las cosas que pasan; de lo que puede y es pensado.
El fuego no se trasforma; nuestra visión es la que se disuelve, regresa a Dios como salir visibles, salida visible: vemos al fuego o vemos a través y por el fuego, consentimos que el universo aparezca como ser que si es creado, es crear.
El fuego se abre desde su creación fuera del tiempo; si se presenta como éxtasis por un no-presentarse, su presentación sería como romper con el mundo desde el acto de crearlo; no ser el fuego en su visión profunda desde el vacío, y la totalidad que tiene para encenderse: su creación porque necesita y somos necesitar.
El fuego y su creador son que haya uno, no solo en lugar del vacío, sino porque nunca lo ha sido; el fuego se crea en su creador y el creador crea en el fuego; lo es todo en el crear y es así que no es; al ser en el crear: el ser es en él, es en su crear, rayos de la vida que truenan de los abismos de la nada y lo posible. La filósofa Zenia Yébenez recuerda que:
Fray Juan de la Cruz señalaba, mediante su hermosa metáfora del madero ardiente, cómo el fuego divino quemaba y penetraba la leña hasta convertirla a ella misma en fuego.
La criatura, el madero, ya era fuego siendo madero; ya era fuego siendo creable; ya era creador por ser amado para ser amante, ser amor como no ser, ser el amor que no solo es encendido, enciende, que abre el ser; más que entrañas en los soles, los presiente; hay maneras de ser sol porque fueron distinguibles.
El madero que pasa a ser fuego, que pasa a ser, no solo arde como lo que es; arde como arder, arderse: no tiene sentido decir que es como es. ¿Cómo es el es que enciende, el es que lo enciende?
La criatura no era antes de Dios si no el era que le corresponde; es Dios guardado para ella en el amor que es capaz de encenderla, de crearla y de hacerla como Dios es, sin ser y sin el vacío; el ser que es amor, el ser que ama en el vacío y lo hace arder en él para crear el fuego para ser el fuego.
El ser que es y el es se alcanzan dualmente porque no hay univocidad en el amor, hay amar y ser amado: ser amantes reales; porque el es ve y ve por las evidencias. Dios es todo alcance al iluminar en los límites que pone a la luz; hacer arder y arderse, ser para la criatura y ser para el ser, para lo creado y para crear. Misterios de estar, amar lo abierto. El mundo del mundo es amar en lo que es o para que lo que es pueda amar.
La metáfora del madero ardiente: el fuego divino quema y penetra la leña hasta convertirla a ella misma en fuego; como la eternidad de Dios quema y penetra el tiempo hasta convertirlo a él mismo en eternidad.
Para Teresa de Ávila el tiempo es terrible y doloroso pero también puede ser regalada llama; eternidad que primero no es como tiempo, separación de Dios, fuego como elemento que solo es casual, o mejor dicho, porque es unívoco un estado de cosas; eternidad que luego es como amor, alcance de Dios por toda distancia pronunciada para que algo haya podido ser.
Fuego como rayo eternamente vivo que no puede no haber sido, porque tuvimos y tenemos que ser por el es; que nos hace ser como lo que no es, como lo que enciende porque sienten que aman los amantes, quema el fuego, lo quema y quema, él y el fuego.
Se puede hablar de un ardor ardiente, un yo que arde en Dios como arder a Dios; tiempo que alcanza su eternidad hasta saber que viene de ella, que es ella en la aparición por el rayo de luz en medio de la noche, inmanencia de la que nos hablan Teresa de Ávila en su itinerario místico, y Simone Weil en la interpretación que realiza de Heráclito y en el conjunto de su obra, otro itinerario.
De lo que no se puede hablar es mejor callar.
Palabras de Wittgenstein, y ante lo que nos hace arder es mejor no quedarnos mirando el fuego; lo que importa es que ha hecho arder la noche, iluminó la nada en nosotros, y más que mirar hay que vivir desde donde el fuego arde.
Uno es el tiempo, ser fuego en este mundo, ser fuego para ese rayo eternamente vivo; ese no-mundo de Dios como el ser del mundo, su creación, rayo de luz en medio de la noche; el es, la eternidad no en medio del vacío: el mismo vacío que arde. Como escribió el filósofo Raimon Panikkar:
La nada que estaba encerrada en el vacío, por el poder del ardor nació como lo uno.
Y así pensamos que la temporalidad vivida está abierta al ardor como su instante, su afirmación dual, sin negación, múltiple. El fuego solo quema por una vez; quema de sí mismo y se quema a sí mismo. El alma, como el tiempo, debe permanecer aquietándose como Dios en su arder arde para siempre, como arder siempre ahora: es creado, las criaturas son su creación como criaturas.