No hace falta quemar libros para destruir una cultura. Basta con que la gente deje de leer.
Estas palabras del escritor estadounidense Ray Bradbury, conocido por Crónicas marcianas y Fahrenheit 451, sintetizan un escenario oscuro al que se ha ido dirigiendo la comunidad universitaria y los estudiantes más jóvenes desde inicios de siglo.
Hay una relación entre estar impreparados y estar desencantados con el futuro. En un artículo sobre la caída de las inscripciones en humanidades, la profesora de la universidad de Harvard, Amanda Claybaugh, resume en pocas palabras parte del problema:
Descubrí que mis estudiantes realmente luchan por entender las oraciones como oraciones, como si tuvieran problemas para identificar el sujeto y el verbo.
Hay una falta de cuidado no solo en suministrar información, sino en hacer pensar y, más aún, en clarificar los medios, los lenguajes para hacerlo. Sin embargo, instituciones de educación superior de países como los Estados Unidos no parecen inclinadas a reformarse y, aunque se lo propusieran, no sabrían cómo o no tendrían la libertad para hacerlo. Impiden todo cambio concertado una inercia burocrática, una resistencia del profesorado y diversas agendas contradictorias que exigen las muchas partes interesadas.
William Deresiewicz, profesor de la universidad de Yale, es un ensayista crítico preocupado por una sensación, cada vez más difícil de ignorar, entre sus alumnos y otros jóvenes a su alrededor: terminar la universidad despierta la incómoda sorpresa de aparentemente no haber aprendido nada, o, por lo menos, nada esencial, ninguna sabiduría o creatividad auténticas sin demasiada idealización. Los graduados se sienten sin claridad, medios o inspiración.
Posiblemente la falta de autorreflexión colectiva ha dado lugar a que quienes han llegado a la educación universitaria desde el 2000 en adelante crecieran ideas sobre las instituciones de educación superior en los países desarrollados que no se correspondes con las perspectivas reales de lo que se les facilita y permite aprender y hacer.
Se vuelve necesario que nos preguntemos ¿por qué los jóvenes se sienten embaucados? ¿Por qué ha desaparecido algo de nuestro desarrollo humano como temía Bradbury? ¿Se puede destruir una cultura cuando la gente deja de tener esperanza?
De acuerdo Deresiewicz, la queja más simple y directa de los graduados es que la inversión de sus familias y su propio esfuerzo en su educación no les dio medios para salir al mundo. Las tareas y los requisitos inútiles, las disciplinas compartimentadas y la teoría abstracta no los preparó ni para el mundo real ni para saber qué hacer con sus vidas.
No puede negarse que se llevan a cabo programas que tratan de ofrecer alternativas a este descontento, los cuales generalmente comparten un conjunto de características consistentes. Deresiewicz identifica, por ejemplo: su modelo interdisciplinario o su integración de métodos y perspectivas. Su informalidad, evitando la instrucción frontal y los modos tradicionales de evaluación. Su sustento experiencial o su enfoque más factual, crear y colaborar, y menos teórico, leer y escribir. Su desarrollo fuera de las aulas en pasantías o instalaciones artísticas. Su dirección hacia propósitos específicos, sociales o medioambientales.
Sobre todo se tratan de programas centrados en las y los estudiantes, basados en facilitarles recursos para que den forma a sus currículos. Esta educación progresista en universidades como Evergreen, Bennington, Antioch, Hampshire se trata de una apuesta experimental por personas más libres que retroalimenten creatividad y compromiso.
El denominado “aprendizaje basado en proyectos” también se ha aplicado en la educación media y ejecuta el enfoque descrito con un modelo de evaluación a través de portafolios y exposiciones públicas. Los estudiantes identifican necesidades e injusticias, subrepresentaciones, por ejemplo, y debiendo idear respuestas, ya sean sistemas físicos, programas orientados a la comunidad o proyecto artístico. Precisamente una película del año 2000, Pay It Forward, Cadena de Favores, representa al aprendizaje basado en proyectos.
Desde la perspectiva de Deresiewicz, este enfoque educativo tiene grandes aciertos, aunque habría que hablar mucho más de todo aquello que deja fuera: las humanidades, es decir, los libros, la literatura y la filosofía, la historia, la historia del arte y la historia de las religiones. También cualquier modo de reflexión, especulación o conversación con el pasado. En resumen, deja fuera todo lo que no pueda ser utilizado para fines prácticos inmediatos.
Se pone un límite al potencial de lo que hay a nuestro alrededor y a la energía del yo más íntimo cuando, según Deresiewicz, se resumir al mundo, sin más, como un problema. Este enfoque salvador del mundo, aunque positivo, lo deja fuera. Aprender es lidiar no solo con una proyección, no solo con problemas que entienden a la vez que se van solucionando, porque hay algo inexplicable que solo se comprende conmocionándonos.
En palabras del dramaturgo británico y autor de The History Boys, Alan Bennett:
Los mejores momentos de la lectura son aquellos en los que te encuentras con algo, una forma de ver las cosas, que creías que era especial y particular para ti. Y ahora lo tienes escrito por otra persona, una persona a la que nunca has conocido, alguien que incluso murió hace mucho tiempo. Y es como si una mano hubiera salido y tomado la tuya.
Hay que leer para no quedarse leyendo. Hay que esperar para no solo vivir esperando. En Pijamasurf nos sumamos a la necesidad de sacar a la esperanza y a los libros del fuego. Recomendamos algunos del propio Deresiewicz: Excellent Sheep, The Death of the Artist y The End of Solitude: Selected Essays on Culture and Society.
Imagen: insatisfacción universitaria, Shutterstock.