¿Por qué son comunes los sueños, las especulaciones e, incluso, las captaciones vivas de ovnis en las sociedades contemporáneas, sobre todo en momentos de crisis? ¿Qué está sucediendo para provocarse este tipo de experiencia colectiva? Un fenómeno de principios y mediados del siglo XX, igual o más vigente aún en la segunda década del XXI.
En un libro de 1957, Platillos voladores: un mito moderno de las cosas que se ven en los cielos, el médico psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, impulsor de la psicología analítica, pretendió hacer una contribución a la comprensión colectiva de las ansiedades y los conflictos culturales posiblemente detrás del controvertido fenómeno “OVNI” o de los objetos voladores no identificados. Un libro muy atrevido en su época por lo vergonzante del tema en público.
Jung, sin embargo, no dudó en examinar sueños, visiones de vigilia, literatura de ciencia ficción, notas de medios e informes gubernamentales que pudieran revelar su conexión como fenómeno, además de sus paralelismos con los avistamientos propios del horizonte de las religiones tradicionales, arquetipos o símbolos del inconsciente colectivo.
Explicó esta investigación en una carta de agosto de 1957, dirigida al físico Wolfgang Pauli:
He leído la mayor parte de la literatura relevante y he llegado a la conclusión de que el mito ovni representa el simbolismo proyectado, es decir, concretado, del proceso de individuación… hoy, como consecuencia de la desorientación general imperante, la división política en el mundo y la consiguiente separación individual de la consciencia y lo inconsciente, el Sí-mismo está generalmente constelado en forma arquetípica, algo que había venido encontrando repetidamente en mis pacientes.
La desorientación imperante a la que se refería Jung no era otra que las tensiones psicológicas de los habitantes de uno y otro lado del telón de acero en plena Guerra Fría, el conflicto entre Estados Unidos y sus aliados capitalistas al norte del Atlántico, la Unión Soviética y sus aliados comunistas del Pacto de Varsovia, además de la China Popular de Mao.
La mente consciente bajo la amenaza de un apocalipsis nuclear, a riesgo de disolverse en la masa de un país y una ideología beligerante, pudo verse rescatada por el inconsciente, que le proporcionó, de acuerdo con Jung: símbolos arquetípicos compensatorios o equilibradores, por ejemplo, un ovni a la mitad del firmamento como una suerte de mandala contemporáneo.
Los mandalas son parte de un campo semántico visual en el budismo, el hinduismo y otras religiones asiáticas, generalmente kármicas. Representaciones simbólicas y rituales del macrocosmos y el microcosmos, elaboradas como un medio de relajación. Sin embargo, Jung se refiere a los mandalas sencillamente como recursos que en todas las culturas han favorecido una sensación de integración o totalidad. Generalmente figuras redondas con una variedad de complejidades geométricas, cromáticas y simbólicas, los ovnis serían un ejemplo más:
La imagen proyectada aparece entonces como un hecho físico e independiente de la psique individual y su naturaleza. En otras palabras, la totalidad redondeada del mandala se convierte en una nave espacial controlada por un ser inteligente.
El ovni es una necesidad de visión de lo unitivo y la plenitud trascendentes. Este arquetipo empieza a dejar de reconocerse en sus formas tradicionales a causa de la actualización de esa necesidad psicológica doble de integración e individuación. Del fenómeno ovni incluso han surgido expresiones religiosas organizadas, a veces denominadas sectas, por ejemplo, la Puerta del Cielo, la Cienciología, el Movimiento raeliano o la Nación del Islam.
Durante estos nuevos locos años veinte del siglo XXI, siguen las tensiones psicológicas detrás de los avistamientos extraños que intentó comprender Jung. Se ha renovado una sensación de fin del mundo autoprovocado por el ser humano y las armas atómicas, pero enfrentamos otro tipo de miedos inéditos, como a catástrofes ambientales y de nuestros modelos económicos, a nuevas pandemias y a un control mental farmacológico, a una posible toma de poder de las inteligencias artificiales, o a nuevas formas de dictaduras progres o paleoconservadoras.
Hay una necesidad de caminar por un horizonte onírico que se pierda en las estrellas. Una abducción en manos de “otro poder” ajeno a todos estos miedos, que nos llevaría a un lugar donde sea posible una reconexión empática con los demás, con nuestro cuerpo y con la naturaleza toda, una liberación del solipsismo del yo digitalizado o de la hegemonía cultural.
Si bien el fenómeno ovni puede convertirse en una forma de autoengaño, incluso en abusos psicológicos y económicos de quienes explotan estas nuevas creencias, también puede convertirse en una oportunidad para la autorreflexión individual y colectiva. El aporte de Jung sigue siendo vigente al animarnos a comprender una necesidad por un sentido más equilibrado del yo, la completud del mandala universal y la plenitud psicológica.
Imagen: no estamos solos, The Telegraph.