«En la búsqueda de la forma / se me distrajo el cuerpo»: un inesperado poema de Elisa Díaz Castelo sobre la escoliosis

La enfermedad es sin duda uno de los grandes motivos de las disciplinas creativas, y quizá un tanto más en la literatura, la filosofía y otros campos en donde la escritura tiene un lugar central o necesario como medio de expresión de la inquietud creativa. En ellos, no son pocos los casos en que la enfermedad se hermana con situaciones como la melancolía, la reflexión y cierta tendencia a la quietud, el encierro o el aislamiento, cierto grado de inmovilidad (en sentido amplio) y aun de sedentarismo. En especial cuando la enfermedad sobreviene en edades tempranas y su padecimiento resulta en restricciones para un periodo de la vida que, de otro modo, suele caracterizarse por la actividad, el descubrimiento del mundo, los juegos en el exterior, el compañerismo, etc., sus efectos toman forma en rasgos de la subjetividad que, paradójicamente, se vuelven favorables para la práctica de la escritura. 

El ejemplo por antonomasia de este que podríamos llamar “el caso del escritor enfermo” es por supuesto Marcel Proust, cuyas afecciones respiratorias, padecidas desde su niñez y hasta el final de su vida, unidas además al cuidado excesivo con que fueron recibidas y tratadas en el seno familiar, entre otros factores, devinieron en los recursos con los cuales pudo escribir En busca del tiempo perdido. Su asombrosa capacidad de observación y registro del mundo que lo circundó, la facilidad con que eventualmente aceptó recluirse y renunciar al mundo a fin de escribir su obra, el inmenso bagaje cultural que adquirió y que le sirvió para apreciar la realidad desde una perspectiva particularísima, original, pero anclada de una manera muy auténtica al resto de la civilización, etcétera. ¿Todo eso lo hubiera adquirido Proust si no hubiera sido un asmático crónico desde sus 10, 12 años de edad? Muy probablemente no, y entonces con toda seguridad la Recherche no existiría.

Casos como el de Proust son más o menos comunes en la historia de la literatura y, como decía, de otras disciplinas creativas. Cuando uno se pone a husmear, por curiosidad o por morbo, en la biografía de escritores, artistas e intelectuales de diversa índole, no es tan extraño encontrar una enfermedad que por algún motivo se volvió decisiva para el curso de su existencia y, sobre todo, para la formación de su subjetividad, sea por la época de vida en que se presentó, por el tiempo en que se mantuvo, por las circunstancias personales y familiares en que se vivió, por las implicaciones que tuvo, o por algún otro motivo afín. 

¿Será que enfermedad y creatividad son en algún punto indisociables? Como dictan tantas tradiciones espirituales, religiosas y de pensamiento, ¿la única manera de llegar la luz es atravesando la oscuridad?

Estas y otras cuestiones sirven como introducción a un poema que se puede considerar reciente de la poeta Elisa Díaz Castelo, una de las voces más destacadas de la poesía mexicana contemporánea y de la lengua española en general. Hablamos de la enfermedad porque el poema que compartiremos tiene como tema central una en específico, la escoliosis, padecimiento que afecta a no pocas personas en el mundo. Grosso modo, la escoliosis es un desviación de la columna vertebral que está asociada con el crecimiento durante la infancia o la adolescencia. 

En ese sentido, una de las características más notables del poema es la manera en que Díaz Castelo lleva la escoliosis a otros registros del lenguaje, no sólo el médico, el del cuerpo o el de la enfermedad: “En la búsqueda de la forma, /se me distrajo el cuerpo”, escribe, nada más para abrir el poema. Aun con la carga solemene que suele acompañar a la noción de enfermedad, en este poema hay un ejercicio sumamente lúdico de "hacer metáfora" del padecimiento, llevarlo acá y allá, retozar un poco con él con el único fin de ver hasta dónde llegan las cosas. Por supuesto, también están el dolor y los días y noches desagradables que la enfermedad trajo consigo. Y además, destaca la reflexión sobre el cuerpo que la enfermedad hizo posible al yo-poético.

Sin mayor comentario, para no sesgar la experiencia, transcribimos el poema, dejando a los lectores su propio espacio para la impresión y valoración del mismo. Sólo como dato final anotamos que aunque el poema se publicó en el poemario Principia publicado Fondo Editorial Tierra Adentro en 2018, en 2023 se incluyó en el libro del mismo nombre publicado por la editorial Elefanta.

***

ESCOLIOSIS

En la búsqueda de la forma,
se me distrajo el cuerpo. Es eso,
nada más, asimetría.
La errata vertebral,
el calibraje óseo,
la rotación espinada. Es el hueso
mal conjugado.
Es una forma de decir
que a los doce años
ya se ha cansado el cuerpo.
Es la puntería errada de mis huesos,
la desviada flecha.
No es lo que debiera, mi esqueleto
quiso escapar un poco
de sí mismo. Se le dice escoliosis
a esa migración de vértebras,
a estos goznes mal nacidos,
hueso ambiguo.
A esa espina
dorsal
bien enterrada.

 

A los doce años se me desdijo el cuerpo.
Porque árbol que crece torcido, nunca.
Porque mis huesos desconocen
el alivio
de la línea,
su perfección geométrica. 

 

Me creció adentro una curva,
onda,
giro
de retorcido nombre: escoliosis.
Como si a la mitad del crecimiento
dijera de pronto el cuerpo mejor no,
olvídalo, quiero crecer para abajo,
hacia la tierra. Como si en mi esqueleto
me dudara la vida, asimétrica,
desfasada de anclas o caderas,
mascarón desviado, recalante.

 

Mi columna esboza una pregunta blanca
que no sé responder. Y en esta parábola de hueso.
De esta pendiente equivocada. De lo que creció
chueco, de lado, para adentro.
Se me desfasan
el alma
y los rincones. Mi cuerpo:
perfectamente alineado desde entonces
con el deseo de morir y de seguir viviendo.

 

Si las vértebras, si la osamenta quiere, se desvive,
rota por no dejar el suelo. Si se quiere volver
o se retorna, retoño dulce de la tierra rancia,
deseo aberrante de dejar de nacer
pronto, de pronto, con la malnacida duda
esbozada en bajo la piel, reptante.
Paralelamente. No es eso
no es
eso
no
eso no,
no es ahí, donde ahí acaba,
donde empieza el dolor empieza el cuerpo.

 

Si se duele, si tiembla, al acostarse
un dolor con sordina, un daltónico dolor vago,
si el agua tibia y la natación, si la faja
como hueso externo, cuerpo volteado,
si los factores de riesgo y el desuso,
si el deslave de huesos. Es minúsculo
el grado de equivocación, cuyo ángulo.
A los doce años se me desdijo el cuerpo,
lo que era tronco quiso ser raíz.
Es eso, el cuarto menguante,
la palabra espina, la otra que se curva
al fondo: escoliosis. Es el cuerpo
que me ha dicho que no.


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