Las siguientes palabras de Ernesto Sábato fueron recogidas en una entrevista de 1977 para Televisión Española, gracias al periodista Joaquín Soler Serrano y su programa A fondo:
Schopenhauer tiene una frase muy profunda: hay épocas en que el progreso es reaccionario y lo reaccionario es progresista. Hoy, levantar edificios de treinta pisos en Madrid o en Buenos Aires para que vivan en esos cubículos de cemento armado y de aire acondicionado niños que nunca van a ver el nacimiento de un perro, o la forma en la que una gallina pone un huevo, o el nacimiento o la aparición del sol y de la luna, niños que van a ser futuros drogados, niños alienados y tristes, niños que mañana estarán en manos de psicoanalistas, esto hoy no es progreso, hoy es reaccionario. Que esté sucediendo ahora eso es una falacia, también le crece la barba a un hombre que acaba de morir. Esto ya es mortal, lo revolucionario es proponer hoy la abolición de los rascacielos.
Frase a frase, el físico y novelista argentino se rebela contra esa ilusión de ascenso hacia las nubes. El joven comunista advirtió el desaseo violento de las revoluciones del siglo XX, la figura del hombre nuevo como contaminación de esa apertura horizontal. El viejo convertido en crítico del peronismo veía todavía más violento lo no revolucionario del desarrollismo capitalista, no sólo por su inmoralidad, sino por la sensación de no regreso, de fuga de los seres humanos a un cielo futurista contaminado sólo por las soledades humanas, lo “impajaritable”, palabra de los países sudamericanos para aquello sobre lo que no hay nada que hacer, término donde la sonoridad “pájaro”, el maestro de los músicos del Paleolítico, desaparece.
Para Sábato hay que ser un anarquista sin edad. La suciedad del orden y la prescripción es monótona, higieniza los sentidos hasta depurarlos como una misma sustancia, una mancha que es imposible no ver, una suciedad abandonada. El cielo es más cielo en la suciedad maravillosa del caos, la no visión del futuro como ver cosas impredecibles, una alienación con la sopa de Oparin – Haldane y no con el proyecto de la alienación. El mejor de los mundos posibles es estar en todos los mundos, salir como un explorador horizontal, algo como cantar en un sueño, recordar la experiencia, pero no qué canción estuvo uno cantando.
Progreso y primitivismo no sólo pueden coexistir, sino que esta posibilidad evitaría que lo primero se convirtiera pronto en un presente y en un pretérito desolados, y lo segundo en una ideología de progreso a la inversa y nostálgica. Algunos historiadores de la Antigüedad aseguran que tal o cual era pasada de la vida humana fue la más feliz en este planeta. Para Edward Gibbon, nunca los seres humanos vivieron mejor que bajo los emperadores antoninos de Roma. Un consenso más extendido insiste que el siglo más pleno de todos fue el VI antes de la era común, con personajes como Zaratustra, Gautama, Laozi o Isaías. Para Fernando Sánchez Dragó sería preferible no vivir más allá del Neolítico. La belle époque, el Renacimiento, el momento de la Hégira y el regreso a la Meca, el siglo XII de la poesía provenzal trovadora. ¿Nos atreveríamos a vivir entre la normalización de la esclavitud y sin algo tan simple como una aspirina para bajar la fiebre? Por qué no reconocer que no todo pasado fue mejor y que el mundo no está hoy más cerca de sí mismo que antes. Puede que este no sea lo histórico, pero las historias son cómo de distintas maneras puede ocurrir un mundo nuevo.
Para el escritor Salvador Pániker hay error, tanto en el tradicionalismo cerrado a la autoconservación cultural, como en el progresismo en línea recta de ascenso, una individualidad tan abstracta como vacía. Su conclusión, una con la que podría coincidir Sábato, sería practicar en colectivo y aceptar psicológicamente un “retroprogreso”. Esto quiere decir que ni el pasado histórico ni la virtualidad que asumimos ordenada, predicha y prescrita son el origen de la consciencia o la consciencia misma. Esta amplitud no puede basarse sólo en recuperar o sólo en progresar, porque se muestra como un orden diferente al que esperábamos. El pasado lo es si debemos adaptarnos a su tiempo. El futuro nunca será algo si asciende nuestra adaptación desprovista de todo contenido. El presente no es el instante indefenso ante estas dos posturas, no hace falta ser progresistas o reaccionarios. Hay que regresar al exterior cada mañana. Volvamos a escuchar y a leer a Sábato. Ninguna obra literaria podría sustituir este mundo raro, pero puede ser otra de sus suciedades celestiales.