Una de las características más singulares y aun seductoras de los libros es que todos, casi sin excepción, desarrollan su propio devenir, como si con ellos operara una fuerza misteriosa, con frecuencia ajena y aun refractaria a la voluntad de todos aquellos implicados en la creación de un libro. Habent sua fata libell, “Los libros tienen su propio destino”, como dice una frase en latín que Walter Benjamin usa en su ensayo “Desembalo mi biblioteca”.
Ese fenómeno peculiar se puede constatar en los best-sellers que, leídos por millones durante una cierta temporada, terminan después en el olvido. También en otro tipo de libros ignorados en sus primeros años de existencia, décadas a veces, leídos apenas por un puñado de personas –los iniciados en un misterio, pareciera– y los cuales un día de pronto reaparecen revestidos del valor que un día les fue regateado. Entonces el elogio es unánime y todo mundo se pregunta por qué una joya así había permanecido oculta o escondida.
En cierto modo, a esta segunda categoría pertenece Dune, la novela de Frank Herbert publicada originalmente en 1965 pero que por muchos años tuvo una circulación relativamente limitada. En buena medida, Dune cumplió a la perfección con la noción “de culto” tan propia de la época anterior a la masificación del uso de Internet, cuando productos culturales como películas y libros circulaban en algunos casos sólo como recomendación boca a boca, sin la parafernalia del marketing y la publicidad –y sin su manipulación.
De esa manera, Dune tuvo una especie de “vida secreta” durante casi sesenta años, llevando un historial de pocos lectores, discretos la mayoría, y también muy notables muchos de ellos. Antes de saltar a la fama internacional que tiene ahora, la novela de Herbert contó entre sus fans a artistas de la talla de David Lynch, Hayao Miyazaki y Alejandro Jodorowsky, por mencionar únicamente a tres de una lista amplia de lectores cuidadosos.
Con estos párrafos introducimos tres artículos publicados recientemente en Pijama Surf a raíz del estreno de Dune Parte Dos, la segunda parte de la adaptación dirigida por Denis Villeneuve de la obra de Herbert. Como sabemos, las cintas de Villeneuve han sido recibidas con enorme entusiasmo, reconociendo en ellas destacadas cualidades cinematográficas. Además, en la historia del libro, esta parece ser la coronación de una serie de proyectos más bien fallidos por llevar Dune a la pantalla grande.
El primer artículo (ordenados los tres sin ninguna jerarquía en especial) expone una interpretación de la trama de Dune y en particular de su protagonista, el príncipe Paul Atreides, a la luz de las ideas de divinidad y del Mesías prometido, una especie de noción dual que sin embargo conduce a un mismo camino: el reconocimiento de la naturaleza divina del ser humano.
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En el segundo se busca responder a la pregunta sobre la identidad o definición del "Kwisatz Haderach" dentro del lore de Dune, un título misterioso que alude a un ser de cualidades sobrehumanas y, sobre todo, de una importancia capital para el destino del universo mismo. Además, un personaje indisociable de las Bene Gesserit, la también misteriosa orden de mujeres que en el mundo ficticio de Dune parecen ser el verdadero poder detrás del poder.
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Y a propósito de ellas, el tercer artículo al que enlazamos aquí explora con más detalle dicho grupo secreto, cuyas actividades hace a estas mujeres oscilar enigmáticamente entre el oficio de espías, hechiceras, concubinas o yoginis.
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Es así como compartimos nuestro entusiasmo por Dune. Más allá del éxito reciente de la cinta de Villeneuve, la novela de Herbert es fuera de toda duda un clásico de la ciencia ficción que tiene merecimientos más que suficientes para formar parte de toda biblioteca personal.
Encuentra en este enlace el libro Dune de Frank Herbert