¿Son las experiencias cercanas a la muerte solo viajes de DMT?

A semejanza de sus ancestros paleolíticos, los seres humanos del siglo XXI seguimos compartiendo relatos vívidos que empiezan en sueños o visiones sobre lo que está más allá de los límites de la vida. Y ha sido una tendencia desde el racionalismo del siglo XVIII, simplificar la posible verdad de estos relatos como consecuencias ulteriores de un delirio cerebral o de efectos secundarios de los medicamentos que tomamos. Sin embargo, hay investigadores que sospechan desde reduccionismo. Este es el caso de quienes trabajan en instituciones paliativas como Daemen College y Hospice Buffalo.

En 2014, y durante un periodo de año y medio, se pidió describir a 63 pacientes cualquier sueño o visión personal que se les estuviera presentando. Para los participantes, los contenidos de lo que describieron les provocaban una intensa sensación de consuelo y acepción. Contenidos como reencuentros son familiares y seres queridos fallecidos que permanecen esperándolos para, por ejemplo, embarcarse en un largo viaje. Emma Badgery, quien forma parte de este proyecto de investigación, escribió en Scientific American que este tipo de reminiscencias:

... provocan una sensación de paz, un cambio de perspectiva o una aceptación de la muerte, lo que sugiere que los profesionales médicos deberían reconocer los sueños y las visiones como una parte positiva del proceso de morir.

Pero regresando a las objeciones de especialistas y otras personas en general que prefieren una explicación empírica más satisfactoria: ¿Las experiencias cercanas a la muerte se tratan de viajes psicodélicos? ¿Cómo confiar en algo tan inductivo o que es evidente solo para quien es parte de un encuentro onírico o visionario? Según algunos testimonios, tras un lapso prolongado de exposición a estas experiencias tanatológicas, estas se vuelven más vívidas en la antesala al momento de la muerte, por lo que se especula que los instantes finales de la vida humana tienen un carácter sensorial o mental único, basándose, por ejemplo, en aquello que dan cuenta personas que clínicamente han fallecido, pero han logrado sobrevivir o regresar. Estas experiencias cercanas a la muerte, “ECM”, una definición de Raymond Moody, pueden ser muy alocadas o inesperadas.

En opinión de este filósofo y psiquiatra, algunos de los elementos comunes que se han descubiertos incluyen: contemplar una luz brillante, una sensación de desapego corporal, encuentros con entidades místicas, y una suerte de sensación de calidez y seguridad. Muchas personas ven confirmadas las expectativas de sus experiencias religiosas, mientras otras pretenden racionalizar lo que les ha pasado, no sin verse profundamente afectadas. Se tiende a relacionar las experiencias cercanas a la muerte con un viaje porque la manera en que son contadas se estructura como una suerte de traslado, el arribo a algo nuevo y un regreso o lo conocido, dos orillas de un océano extraño donde se tocan intimidad y salida.

Un estudio del año 2018 sumamente citado consistió en proporcionar a sus sujetos de prueba una dosis baja de una droga alucinógena conocida como N,N-dimetiltriptamina o “DMT”. En un entorno controlado, se les perdió a los participantes describir sus posibles experiencia. Sus palabras resultaron ser llamativamente similares a las de las descripciones recopiladas de experiencias cercanas a la muerte. Lo que se ha descubierto es que el DMT está significativamente presente en los mamíferos de forma natural. Se han hallado pequeñas cantidades en el tejido cerebral y mayores niveles en el líquido cefalorraquídeo, la sustancia transparente alrededor del cerebro y la médula espinal. Esto conduce a la sospecha de que posiblemente si el DMT riega el cerebro humano al morir, lo que puede desencadenar estos viajes especiales.

Algunos argumentos a favor de esta hipótesis parten de investigaciones como la de la Universidad de Michigan. En el año 2019, se presenció esta acumulación de DMT en los cerebros de ratas que sufrieron un paro cardíaco. Este compuesto aumentó hasta diez veces sus niveles iniciales, quizá lo suficiente como para provocar efectos psicodélicos en estos animales. Además, se descubrieron neuronas con las dos enzimas necesarias para producir DMT en cantidades comparables a los de otros neurotransmisores como la dopamina, relacionada con el placer, y la serotonina, un estabilizador del estado de ánimo. Dicho esto, incluso si un aumento así de este compuesto ocurriera también en un cerebro humano a punto de morir, se requeriría una cantidad mucho mayor en personas sanas y alerta. En palabras del fisiólogo molecular e integrativo Jimo Borjigin:

Durante los estados cercanos a la muerte, la actividad cerebral que sustenta las actividades no esenciales, como caminar, se reduce gravemente. Hasta ahora, los científicos han estudiado experiencias en las que las personas están completamente despiertas, cuando tienen muchos otros tipos de actividad cerebral en marcha. Entonces, para tener una experiencia psicodélica, se necesitan altos niveles de DMT que se eleven por encima del resto de ruidos que genera nuestro cerebro. En el estado cercano a la muerte, el nivel de DMT necesario para contribuir a una experiencia cercana a la muerte puede no estar al mismo nivel que el de las personas normales que tienen una experiencia psicodélica normal.

Dicho lo dicho, aunque este tipo de hallazgos son interesantes, pueden objetivar un fenómeno rediciéndolo a las lindes observables que este tiene. Sigue abierta la pregunta ¿cómo saber qué es un sueño? Quizá como puso en verso Calderón de la Barca:

Es verdad, pues: reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos.
Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña,
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.

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