Uno de los mitos engañosos de la modernidad secular, es que la ciencia comprueba la inexistencia de Dios o que al menos hace totalmente prescindible pensar en un dios o en lo divino para entender el universo. Es cierto que existe cierta tendencia entre los científicos, particularmente los que se decantan por un materialismo reduccionista, a alejarse de la religión y despreciarla. El ejemplo más grandes quizá sea Richard Dawkins, quien llama a la religión un virus mental, sumamente peligroso (pero es solo el fanatismo lo que es peligroso, y eso incluye el fanatismo científico). Pero el mismo Dawkins considera que el ser humano es solo "un robot somnoliento" así que quizá no deberíamos esperar nada de magnificencia en su visión del mundo. Y aunque casos como estos puedan expresar cierto sentimiento generalizado, ciertamente no son un ejemplo de lo que piensan los científicos de más alto nivel, aquellos que se liberan de la presión social de conformarse a la ideología dominante y emplean en su trabajo la imaginación y la intuición. Estos científicos parecen ser más sensibles a la belleza, complejidad y a la naturaleza irreductible del universo -el universo no es una máquina y no puede reducirse a lo mecánico- y se abren a la posibilidad de lo divino o lo sagrado.
Una encuesta del Pew Research Center mostró que el 51% de los científicos encuestados cree en en Dios (33%) o en un poder superior o espíritu universal (18%). Otro estudio realizado en la Academia Nacional de Ciencias en Estados Unidos mostró cifras distintas. En ese caso solo el 14.3% de los matemáticos dijeron creer en Dios, mientras que entre físicos y astrónomos sólo el 7.5% creía en Dios.
Estas cifras contrastan notablemente con las creencias de los científicos verdaderamente élite, los ganadores del Premio Nobel. En el estudio realizado por Baruch Shalev, publicado en su libro 100 Years of Nobel Prizes, el científico israelí sondea las creencia de todos los Premios Nobel del siglo XX. Resulta notable que entre los laureados son los físicos los que más creen en Dio: sólo el 4.7% de los Nobel de física se identificó como ateo o agnóstico. La cifra sube apenas un poco en química: 7.1%, y 8.9% en fisiología y medicina. Curiosamente -o quizá no tanto- son los laureados en letras los que menos se inclinan a la religión: el 35% de estos manifestaba una visión agnóstica o atea. Quizá esto viene de que, en muchos casos, el hombre de letras se dedica más a pensar en sí mismo y en la sociedad que en la naturaleza del universo, y al concentrarse en a la sociedad y al mirarse a sí mismo cae presa del ennui y del sinsentido, mientras que el estudio del hombre de ciencias de alto calibre lo lleva más a maravillarse de la complejidad y belleza del universo y sentir asombro y una especie de apertura intelectual al misterio.
Esta diferencia de creencias entre los científicos de más alto nivel y el resto podría ser también una diferencia de libertad y amplitud mental, y no porque creen en Dios sea necesariamente signo de libertad y amplitud -aunque tal vez lo sea en este periodo de la historia- sino porque al menos muestra que se aventuran libremente fuera del dogma de su propio gremio que suele considerar anticientíficas las posturas religiosas. En todo caso, evoca de manera muy clara aquella frase famosa de Francis Bacon: "Un poco de filosofía hace a los hombres ateos, una gran cantidad los reconcilia con la religión". Cabe recordar que por gran parte de la historia, y todavía en la época de Bacon, la ciencia era considerada "filosofía natural". Así podemos también sugerir que un poco de ciencia hace a los hombres ateos -a los científicos y a las masas que siguen sus últimos descubrimientos- mientras que una comprensión profunda de la naturaleza parece inclinar al hombre a un estado de reverencia y devoción.
Aunque no es un argumento que tenga fuerte validez lógica: decir que sólo porque las personas más brillantes creen en Dios, Dios debe existir, es indudable que es sumamente persuasivo para el sentido común. Pues es obvio que la capacidad de aprehender la realidad depende de la inteligencia y el desarrollo de ciertas aptitudes cognitivas. No sería extraño que las grandes mentes de la humanidad tuvieran una mayor capacidad de comprender la realidad y de alguna manera acercarse a la Mente de Dios, justamente porque la mente humana participa en esa misma mente divina, pero debe de alguna manera despertar ese potencial. Como decían en la antigüedad, "conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses"
Twitter del autor: @pneumaylogos
Referencias:
Baruch Shalev, 100 Years of Nobel Prizes, 3rd edn (Los Angeles, 2005), pp. 57–61.
Iain McGilchrist. “The Matter With Things: Our Brains, Our Delusions and the Unmaking of the World.”