'Dune 2': el despertar de la divinidad en la sangre

Dune 2 se ha convertido en el gran blockbuster de ciencia ficción, superando a la primera parte tanto en su calidad cinematográfica, en su star-power y en su capacidad de inspirar y profundizar en temas eternos, como la guerra, el amor, el poder y, sobre todo, el despertar de la divinidad en el hombre. Dennis Villeneuve ha dicho que en la primera parte sentía que tenía que cumplir con los fans presentando de manera explícita el complejo universo de Dune, creado por Frank Herbert. Una vez cumplido eso, en esta secuela, contaba con más libertad y podía enfocarse en ciertos aspectos de la historia. 

Aunque esta Dune es más un espectáculo visual, del poder del artificio de las grandes casas de estudio y la "magia" tecnológica, que una película de actores y de actuaciones, Villeneuve logra hacer que todo el grandioso aparato hollywoodesco exista en servicio de la emoción. Es difícil pensar una película en la que la música sea tan dominante. Hans Zimmer carga la película con su música y nos guía hacia el viaje del despertar de lo divino, entre voces perdidas en el desierto, espejismos, oráculos y la intensidad creciente del amor, que va a la par, y en contrapunto, del autoconocimiento mesiánico de Paul. 

Además de la música, el otro elemento esencial de Dune, es la arquitectura, desde los colosales edificios brutalistas de los Harkonnen, a los templos ocultos en la arena de Arrakis, hasta la elegante nave plateada del Emperador -en sí misma un templo- , las estructuras diseñadas por el equipo de Villeneuve se mueven con una fuerza épica, llenando los ojos del espectador. La arquitectura, se ha dicho, es música congelada y en Dune está en total sinergía con la música de Zimmer, como una especie de geometría viviente avanzando hacia un destino profético. Cabe mencionar también al vestuario, particularmente de las bene gesserit, que se ocultan en velos maravillosos y portan atuendos de una realeza secreta, que lo mismo evoca la alta moda que la alta magia. 

Los temas de Dune  son la guerra y más aun, la guerra santa, la profecía y el cumplimiento del destino, los poderes mentales o psíquicos -y las intrigas de esa sociedad teosófica femenina intergaláctica: las bene gesserit-  y, sobre todo, la posibilidad de encarnar una suerte de divinidad mesiánica. En realidad este último es el tema central y el que tiene un poder de verdaderamente conmover y generar entusiasmo (palabra que significa llevar a dios dentro). Para una persona que no está abierta al misterio del universo y a la posibilidad de que un humano pueda alcanzar un estado divino, y que incluso esto pueda ser anticipado y a la vez deseado y temido, la película no será más que un enorme espectáculo visual, un derroche de recursos, con el elenco de moda -rostros bellos y personajes carismáticos- y, acaso, un cierto exotismo agradable. Quizá pueda disfrutar de las peleas y demás, pero no habrá ningún verdadero impacto emotivo. La película requiere necesariamente de esa suspensión del escepticismo y al menos la capacidad de jugar con la idea de esa divinidad y sentir el llamado majestuoso de su manifestación. Cualquier otro tema palidece ante este, porque además incluye necesariamente al amor, a la muerte y a la guerra.

Se revela una temática común en una estirpe fina de películas de ciencia ficción. La idea del amor como medio del despertar divino -aunque en esta película es una tensión que mueve hacia adelante y  a la vez obstaculiza-, y específicamente del amor como lo que permite, literalmente, vencer a la muerte. Vemos el tema del beso de la vida, con el que el personaje femenino regresa a la vida al héroe masculino. Esto ocurre también en la saga de Matrix y en una película legendaria, que lo dice casi todo con pocos recursos: Alphaville de Godard. En esa película el detective intergaláctico Lemmy Caution logra imponerse a una inteligencia artificial que ha instaurado una sociedad tecnócrata que regula el lenguaje, prohibe la poesía y va erradicando las emociones humanas. Caution despierta de una hipnosis mecánica a Natacha von Braun, la hija del líder malvado de Alphaville, y vive con ella un romance. Cuando el detective está herido y desfallece, Natacha von Braun, que ha cobrado vida y abandonado su naturaleza robótica, besa al detective y éste puede seguir adelante. En Matrix, el soplo de Trinity revive a Neo y lo encamina a la aceptación de su destino como mesías. Similarmente, cuando Paul bebe el agua de la vida, que es un veneno para cualquier hombre común, es el beso de la mujer cuyo nombre significa "primavera del desierto", el que lo regresa a la vida. No sería demasiado difícil encontrar este tema en la literatura y en la mitología del mundo. El beso de la ninfa es el que transmite el elixir, la sabiduría.

Aquello que tiene Dune 2 de verdaderamente electrizante, su dosis de frisson, viene de este tema. Después de todo, es también el tema de la más grande historia de Occidente, la  encarnación de Cristo, su crucifixión y su resurrección -todo justamente para que pueda nacer la divinidad en los hombres. A días de la semana santa, es bueno recordar que este es el tema detrás del mensaje cristiano, como notaron los padres de la Iglesia. La idea es que Cristo muere para que la divinidad pueda nacer en el ser humano que lo reconoce. Es la historia de la deificación, de la teosis de la humanidad. Lo más rescatable de la saga de Herbert es traspolar ese mismo tema a un contexto cósmico y más moderno -empleando el uso de los psicodélicos y el combate a escala galáctica de casas de monarcas-. Esa es la historia que nunca muere: la historia del despertar de la divinidad en la sangre.


Twitter del autor: Emilio Novis / @pneumaylogos

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