Hace más de un siglo y medio, una científica estadounidense, Eunice Newton Foote, realizó un descubrimiento que cambiaría nuestra comprensión del mundo: los gases de efecto invernadero y su impacto en el clima. Sin embargo, su nombre quedó relegado en las sombras de la historia, una víctima del olvido sistemático que a menudo enfrentan las mujeres en la ciencia.
Foote, nacida en 1819 en Connecticut, fue una pionera en muchos sentidos. Educada en el Troy Female Seminary en Nueva York, tuvo la rara oportunidad de recibir una formación científica, algo inusual para las mujeres de su época. En 1856, con una simple pero ingeniosa experimentación utilizando una bomba de aire y termómetros de mercurio, Foote demostró que el dióxido de carbono atrapado en un cilindro se calentaba más y se enfriaba más lentamente que otros gases cuando se exponía al sol. Sus conclusiones, publicadas en el "American Journal of Science and Arts", fueron revolucionarias: el CO2 podría aumentar la temperatura de la Tierra.
A pesar de la importancia de su trabajo, Foote fue marginada. En la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, no fue ella, sino un colega masculino, Joseph Henry, quien presentó sus hallazgos. Además, su artículo y la presentación no fueron incluidos en los actos de la conferencia. Este acto de marginación es un reflejo de la lucha que enfrentó Foote, no solo como científica sino también como mujer en un campo dominado por hombres.
El trabajo de Foote permaneció en el olvido hasta que, en 2011, el geólogo Ray Sorenson lo redescubrió. Desde entonces, ha habido un esfuerzo creciente para reconocer su contribución a la ciencia. En 2020, la American Association for the Advancement of Science (AAAS) finalmente le otorgó el reconocimiento que merecía.
La historia de Eunice Newton Foote es un recordatorio poderoso de cómo el género y el estatus social pueden influir en el reconocimiento científico. Su descubrimiento no solo es fundamental para nuestra comprensión del cambio climático, sino que también destaca la importancia de reconocer y celebrar las contribuciones de todas las personas en la ciencia, independientemente de su género o estatus.