Jesús náufrago: el hombre perdido en el océano de Cristo

El presente artículo consiste en una perspectiva sintética sobre Jesús el hombre, el hijo de una mujer pobre, el rabino del amor y la espada, el fariseo extraño, el criminal castigado por loco y puro. Ese hombre extraviado en el Cristo que nace una y otra vez en las ideas finas que tiene el cosmos sobre su fragilidad, una llaga donde se abisma la conciencia. ¿Fue Jesús un humano concreto del que partió un símbolo? ¿O se trata de una gran estafa de factura increíble? Este artículo es una introducción complementaria a una videoentrevista a quien es probablemente el mayor experto laico y en habla hispana sobre cristianismo del siglo I: Antonio Piñero.

Piñero, autor y académico español, se licenció en Filosofía Pura en la Universidad Complutense de Madrid en 1968 y en Filología Clásica en la Universidad de Salamanca en 1970. En 1976 se licenció en Filología Bíblica en la Universidad Pontificia de Salamanca y se doctoró en Filología Clásica en la Universidad Complutense de Madrid. Ha ocupado varios cargos docentes, siendo catedrático de Filología Neotestamentaria en la Universidad Complutense de Madrid desde 1983. Piñero me compartió su punto de vista sobre la labor de un historiador crítico frente a esta figura, sin lugar a duda, el hombre más famoso del planeta. Recomiendo a los lectores darse el tiempo de conocer su extensa obra sobre el tema, sobre todo su más reciente trabajo de traducción e interpretación, Los libros del Nuevo Testamento, publicado por Editorial Trotta (disponible en este enlace).

Empiezo por mi artículo. Vamos a ver, ¿Jesús el mito o Jesús el hombre? En tanto cristiano cultural no creyente, mi perspectiva personal esencialmente coincide con el consenso de la mayoría de los especialistas contemporáneos, ya sean ateos, agnósticos, miembros de alguna Iglesia o practicantes de religiones no cristianas, así como con el desarrollo complejo del análisis histórico crítico desde el siglo XIX hasta hoy: en efecto existió una persona, Jesús de Galilea, de la que sabemos bastantes cosas, más que de personajes como Sócrates, principalmente vía fuentes confesionales, más unas pocas fuentes no cristianas del siglo en que vivió el personaje. 

Mucho de lo que sabemos debe tomarse como plausiblemente histórico, por ejemplo, que fuese un judío practicante del norte de Palestina, un semita cuya lengua materna fue una variante del arameo. Probablemente conocía también el hebreo, como medio de comunicación litúrgico, y el griego koiné, como lengua vehicular del Imperio romano oriental. Su religiosidad, alejada de la centralidad sacerdotal y política de Jerusalén, tuvo trazos de piedad popular y habría sido espiritualizada al enraizarse en un potente mesianismo iluminado, común a otras sectas judías del siglo I como los esenios del Mar Muerto, aunque no hay evidencias de que haya formado parte de ninguno de estos grupos particulares. Habría desarrollado una teología de carácter apocalíptico desde parábolas y gestos, como una interpretación más misericordiosa de la Ley, de provecho para plenificar, integrar y enmendar a la gente sencilla de Israel y pecadores impuros marginalizados. Después de un ministerio y una labor vista como taumatúrgica en las periferias, tras llevar su predicación a la capital, habría sido ajusticiado por Roma bajo acusación de “lesa majestad” y vilipendiado por algunas autoridades de su religión como blasfemo. Formó una comunidad de discípulos que sobrevivió a su muerte, la cual escribió, predicó y sentó las bases de lo que hoy conocemos como fe cristiana en sus variadas expresiones. 

Todo lo demás narrado en el Nuevo Testamento debe cogerse con pinzas, no sólo desde una lectura fuera de la Iglesia sino incluso asumiendo la verdad bíblica esencial de fe: 

1. Por lo complicado que es el contraste de fuentes evangélicas. Es frecuente que cada uno de los tres evangelios sinópticos, Marcos, Mateo y Lucas, contengan frases y episodios exclusivos, y se contradigan en detalles puntuales en su contenido común. El evangelio de Juan es profundamente distinto en cuanto a su propuesta teológica y criterio narrativo. Los evangelios apócrifos, salvo quizá algunos elementos de Tomás y Pedro, son excesivamente tardíos.    

2. Porque mucho de lo que sabemos sobre el personaje de Jesús es infalseable, es decir, hay actos de su vida milagrosos o fuera de una explicación naturalista, caminar sobre el agua o resucitar a los muertos, que delimitan y se ven delimitados por la fe, por lo que no pueden probarse a partir de algún dato duro o ser parte de una interpretación de fuentes desde los criterios de la disciplina de la Historia. Muchos son ecos de la mentalidad mítica de la Antigüedad.

3. Porque si bien los evangelistas pretendían resaltar la experiencia de una persona real, también partieron de la totalización de esa persona como sujeto salvífico y mediador de unas conciencias interpeladas por nociones teológicas. Los evangelios son textos catequéticos y propagandísticos. Se tratan de herramientas al servicio de una misión de masas. 

4. Porque si bien existen fuentes no cristianas que dan cuenta de la existencia de Jesús, por ejemplo, referencias mínimas, aunque claras, de Flavio Josefo y Tácito, estas son escasas, muy escuetas sobre su vida, omisas sobre sus ideas y sin mayor relación con los evangelios.       

No obstante, pienso que es imposible o, en todo caso, muy improbable que Jesús fuese una figura literaria per se, mítica tal y como comprendemos a distintos dioses y héroes epopéyicos. Es verdad que este punto de vista ganó cierta credibilidad a partir de la Ilustración del siglo XVIII. Pero desde mediados del pasado, las investigaciones más recientes sobre el cristianismo primitivo, a la par de un mejor y más complejo análisis filológico del Nuevo Testamento, han ido desestimando esta perspectiva, incluso en universidades que promovían el ateísmo como en la extinta Unión Soviética. Aquella perspectiva casi ha dejado de ser acogida en la academia, pero subsiste en medios de comunicación no especializados, siendo en el mejor de los casos más una crítica filosófica especulativa, y en el peor, una serie de bulos. A mi entender, tienen poco rigor las obras sobre el tema de autores como Richard Carrier, Robert Price, Michel Onfray, Bert Thompson y Thomas Brodie. 

Poner radicalmente en duda testimonios sobre la vida de una figura considerada histórica, incluso si son inseparables de la imaginación, dejaría casi vacía de personajes a la historia antigua. Es simplemente obcecado insistir sólo en esta metodología. Un Jesús elaborado desde una hoja en blanco en el escritorio de algún genio como Pablo, como si fuese Sherlock Holmes, Tarzán o E. T. el extraterrestre, habría obedecido a otro grado de libertad. Es además un chisme y nada más adjudicar la creación del cristianismo a autoridades del siglo IV como el emperador Constantino, ignorando por completo tres siglos de la vida religiosa en el Mediterráneo. Los autores Nuevo Testamento lidiaban con hacerse comprender a un sujeto exterior que buscaron interiorizar. 

La teología en camino y nada sistemática del hombre Jesús seguramente les dio constantes “dolores de cabeza”, como sugiere Piñero, ya que parece evidente que el corpus bíblico sobre el Cristo no es otra cosa que la manera de lidiar de estos autores con aquella teología. El fin fue armonizarla con las nociones que tenían sobre Dios, quedando bien reflejados los márgenes de su contexto histórico, al punto de ser comprobables. Los elementos en común de Jesucristo con las figuras de la mitología no lo reducen a ser meramente una recreación de estas. Sí comparten un núcleo duro que se pierde en lo más remoto, pero no un ejercicio de copia y pega, por lo que se puede asumir que la leyenda del Galileo es el aura que despertó un personaje histórico, que no sólo Pablo y sus pares intentaron dar a conocer, sino apropiarse a su manera. También enmendar, mejorar, resumir, complejizar, utilizar, fabular e incluso censurar. Esto sólo sería posible de haber de por medio un ser humano insustituible como causa de contradicción.  

Compartimos a continuación la entrevista realizada a Antonio Piñero.


Alejandro Massa Varela (1989) es poeta, ensayista y dramaturgo, además de historiador por formación. Entre sus obras se encuentra el libro El Ser Creado o Ejercicios sobre mística y hedonismo (Plaza y Valdés), prologado por el filósofo Mauricio Beuchot; el poemario El Aroma del dardo o Poemas para un shunga de la fantasía (Ediciones Camelot) y las obras de teatro Bastedad o ¿Quién llegó a devorar a Jacob? (2015) y El cuerpo del Sol o Diálogo para enamorar al Infierno (2018). Su poesía ha sido reconocida con varios premios en México, España, Uruguay y Finlandia. Actualmente se desempeña como director de la Asociación de Estudios Revolución y Serenidad.


Canal de YouTube del autor: Asociación de Estudios Revolución y Serenidad


Del mismo autor en Pijama Surf: La Crista de Edwina Sandys: una reflexión histórica y teológica sobre Dios como mujer

Imagen de portada: El Cristo Pantocrátor del monasterio de Santa Catalina en el Sinaí, icono encáustico del siglo VI (Wikimedia Commons)

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