El proceso civilizatorio humano es indisociable de la invención, la técnica y las máquinas. Si bien estos elementos tienen su cariz cuestionable, en la medida en que implican la transformación del entorno para fines de la supervivencia y aun de la comodidad de nuestra especie, desde otra perspectiva se trata de características inscritas de lleno en nuestra evolución y, en ese sentido, en el modo humano de ser y estar en el mundo.
Tan es así, que uno de los juegos predilectos y casi naturales de los niños son precisamente las invenciones y las máquinas. Situados como estamos todos en una matriz simbólica y de significados omnipresente, desmedida, y que por ello mismo también escapa al control del individuo, los niños suelen llegar casi sin ayuda explícita de nadie a formas de entretenimiento que involucran la curiosidad en torno a máquinas ya existentes en la cultura humana (relojes, herramientas mecánicas, automóviles, instrumentos de cocina, aparatos eléctricos, etc.) y la creación de “máquinas” imaginarias hechas con objetos rudimentarios (hilos y cuerdas, botones, varas de árboles, ruedas, etc.) o con juguetes diseñados con ese propósito de “construcción”.
Más allá de las implicaciones cognitivas o pedagógicas de este fenómeno, el historiador y filósofo Walter Benjamin observó una importante implicación social de ese interés infantil, sólo en apariencia lúdico y acaso trivial.
En un fragmento de El libro de los pasajes (N2a, 1, de la edición de Rolf Tiedemann), Benjamin escribió al respecto:
Que entre el mundo de la técnica moderna y el arcaico mundo simbólico de la mitología se establecen correspondencias, sólo lo puede negar el observador distraído. Al principio, la novedad técnica funciona desde luego como tal. Pero ya en el primer recuerdo infantil cambia sus rasgos. Toda infancia, en su interés por los fenómenos técnicos, en su curiosidad por todo tipo de inventos y máquinas, vincula las conquistas técnicas a los viejos mundos simbólicos. No hay nada en el ámbito de la naturaleza que pudiera estar excluido por principio de esa vinculación. Sólo que no se establece en el aura de la novedad, sino en la de la costumbre. En el recuerdo, en la infancia y en los sueños. ◼️Despertar◼️
Como vemos, el juego con las invenciones y las máquinas es, de acuerdo con Benjamin, el punto de contacto entre la técnica pura y la atribución de un significado simbólico a esta, sin el cual, muy probablemente, sería imposible desarrollarla, en la medida en que ese registro simbólico de los significados de la realidad es necesario para los actos del ser humano. Dicho de otro modo, es esa “aura” (arcaica y mitológica, en tanto está unida a esa etapa primitiva y de descubrimiento del mundo que es la infancia) la que reviste la invención y el ejercicio de la técnica de un sentido más allá de la mera transformación del mundo.
Gracias a los juegos de infancia con máquinas y otras invenciones, el ser humano adulto puede pensar después en nociones relacionadas con un propósito ulterior de su acción, una misión que lo supera como individuo, e incluso conceptos más abstractos como el progreso.