Russian Doll de Netflix: la maternidad como un trauma intergeneracional (SPOILERS)

Hace unos días Netflix estrenó la segunda temporada de su serie original Russian Doll. Natasha Lyonne (American Pie, I’m a Cheerleader) es la creadora de la historia, escritora, productora (junto con Amy Poelher) y protagonista de una de las series más genuinas y excéntricas de Netflix.

La primera temporada fue muy bien recibida por la audiencia y poco después de su estreno (febrero de 2019), Netflix anunció que Russian Doll tendría una segunda temporada. El plan original era estrenar la segunda temporada durante 2020, pero debido a la pandemia el estreno se pospuso de manera indefinida. Finalmente, la segunda temporada se estrenó el 30 de abril de 2022, después de 3 años de espera. 

En la primera temporada Nadia, el personaje de Lyonne, se descubre muriendo el día de su cumpleaños 36 una y otra vez. Lo primero que piensa es que está sufriendo algún efecto secundario de la combinación entre marihuana y ketamina de un porro que su mejor amiga Max le regala. Nadia sigue muriendo al final de la noche de su cumpleaños. A veces muere de la misma forma, cayendo de las escaleras del edificio donde es su fiesta (una antigua Yeshiva). Otras veces muere de maneras diferentes: en una explosión por una fuga de gas, atropellada, electrocutada o congelada en una calle de Nueva York. 

Nadia no entiende qué le pasa ni por qué, así que repite el día sin esperanza de volver a su vida normal, hasta que en un elevador conoce a Alan, un treintañero que al igual que ella muere y vuelve a repetir el mismo día. Conocer a Alan anuncia algo importante: todos tenemos el potencial de generar una profunda diferencia en la vida de otra persona

Russian Doll se trata de muchas cosas a la vez: trauma, adicción, la conexión profunda que se puede establecer con alguien más. Pero creo que la trama fundamental de la primera temporada es sobre los aprendizajes de lo azaroso de la vida, incluso cuando se trata de experiencias repetitivas y patrones que no entendemos. Al principio, Nadia padece sus patrones, padece vivir el mismo día una y otra vez. No hay pasado ni futuro, el presente parece ser una especie de purgatorio en el que está atrapada. Pero conocerse es el primer suceso que hace que Alan y Nadia comiencen a desentrañar sus vidas, sus acciones y sus consecuencias. Al final se dan cuenta de que se necesitan el uno al otro para no morir, su conexión es profunda, son el espejo del otro. Porque siempre necesitamos ese tercero que nos refleje y nos devuelva la mirada, un otro que sea testigo de nuestra existencia y que nos asegure que somos reales. Algo similar sucede en el diván: el analista es ese otro que da prueba de nuestras experiencias. El psicoanálisis es ese espacio en el que se vierten nuestras experiencias y emociones, y el analista es ese otro que que nos devuelve la mirada, una muy particular.

La referencia al espejo como un tercero, como esa necesidad del reflejo parece no tener mucho eco. Sin embargo, es una de las más importantes. Ruth, esa figura materna a la que Nadia acude y escucha, es psicoterapeuta. Ruth le cuenta a Alan que en una ocasión la madre de Nadia comenzó a romper todos los espejos de su casa. Alan pregunta por qué, a lo que Ruth contesta: “Reflejo. Prueba de existencia. Otro par de ojos. ¿Ves? Es por eso que los terapeutas son tan importantes. Sin ellos, somos narradores muy poco fiables de nuestras propias historias”.

Hago hincapié en los espejos porque es una probadita de una gran parte de quien Nadia es a través de las experiencias de su propia madre. Los espejos son un primer vistazo a Lenora, su madre. 

Al final de la primera temporada, Alan rompe su patrón y se fija en una mujer a la que nunca le había prestado atención durante su loop. Mientras, Nadia logra conectar con un extraño, conectar ya no de una manera superficial como con Mike, ese hombre que llena huecos a través del sexo desvinculado. 

Alan y Nadia se fusionan en la misma línea de tiempo. “Life is like a box of timelines” (“La vida es como una caja de líneas del tiempo”).

La segunda temporada nos lleva a conocer la historia de Nora y Vera, la línea matriarcal de Nadia. Al igual que los abuelos de Natasha Lyonne, los ancestros de Nadia también sobrevivieron al holocausto judío. Esta vez la historia es diferente; ya no se trata de una repetición constante del presente sino que ahora el viaje es al pasado, a la línea familiar, a los traumas reprimidos, al origen histórico de la vida de Nadia.

Viajar al pasado a través de un místico vagón del metro nos da a conocer la historia de Nora y Vera, la madre y abuela de Nadia. Pero también de Ruth, esa madre adoptiva que se convierte en guía y fuente de amor de Nadia cuando Nora cae en una crisis profunda. Aunque no tenemos muy claro por qué murió Nora, la serie hace guiños a un posible suicidio debido al diagnóstico de esquizofrenia (en uno de los capítulos, Nora ingresa a un psiquiátrico).

Nadia no sólo viaja al pasado, tanto a 1982 como a 1944, sino que en cada año vive la historia de su madre y su abuela a través de sus cuerpos. Nadia vive el embarazo de Nora, Nadia se lleva en su vientre. ¿Qué más surreal que parirse a sí misma? Tal como una matrioshka, esa muñeca rusa a la que hace referencia el nombre de la serie.

Nadia quiere mejorar su vida y la de su madre tratando de enmendar los errores del pasado, las acciones y sus consecuencias. Ni los errores ni las acciones de la línea matriarcal son suyos, ni las consecuencias que ella encarna, pero cree ciegamente que puede cortar los traumas de su madre y abuela para darles y darse una mejor vida. No importa qué cambie de la historia, Nadia no parece resolver los errores de un pasado que claramente no es suyo pero del cual se apropia. 

La personalidad excéntrica de Nora y su condición psíquica marcan profundamente a Nadia. A su vez, Nora carga con la exigencia y dura crítica de Vera y Nadia es testigo de ello. ¿Qué tanto trauma ajeno podemos aguantar? ¿Cuál es la dosis máxima de trauma histórico que una persona puede procesar? 

Nadia insiste que necesita enmendar los errores del pasado y en que la solución es epigenética, como si todas las respuestas sobre quiénes somos estuvieran dadas de antemano en nuestra secuencia de ADN, como si todas nuestras experiencias y sus interpretaciones fueran cosa de la biología. Si esto fuera cierto, la responsabilidad de nuestras vidas recaería en otras personas. 

Pero lo cierto es que no somos responsables de los traumas de nuestras madres (ni de nadie, en realidad), ni tampoco de los sucesos históricos. Lo que sí es cierto es que tanto la historia social como la familiar tienen un impacto en nuestras biografías. En este caso, Nadia tiene que aprender a vivir su pasado subjetivo y su historia familiar sin padecerlos, comprender que sólo es responsable de su vida y que su madre (como cualquier madre) hizo lo mejor que pudo con lo que tuvo. Nadia debe aprender que la única manera de soportar lo que no puede cambiar es aceptar que no puede cambiarlo

A pesar de todo, Nadia no se quedó sin una figura materna. Ruth tuvo esa función durante toda su vida. Ruth conoce la historia de Nora mejor que nadie; cuidó de ella como se cuida a una mejor amiga e hizo de Nadia la hija que nunca tuvo. 

En algún punto de la serie, pasado, presente y futuro coinciden en la sala de un hospital. Las líneas del tiempo se funden en un mismo espacio y Nadia presencia los últimos momentos de Ruth, sin entender que Ruth murió. Cuando Nadia por fin acepta que no pudo despedirse de la madre que la cuidó, crió y amó incondicionalmente, se encuentra en ese baño donde comenzó su primer loop, frente al espejo, frente a su reflejo y ese otro (ella misma) que es testigo de su existencia, por fin una narradora fiable de su propia historia. Frente a ese espejo, Nadia se descubre heredera de una línea matriarcal de resiliencia. Frente a ese espejo, Nadia se rinde a sí misma y a su historia, y acepta que no puede cambiar las vidas de sus amadas madres pero sí puede reinterpretar su propia vida. 

Hay madres que parieron y otras que no. Hay madres que no pueden criar, y otras que padecen la maternidad. Hay madres que no desean serlo, y otras que no pueden serlo. Hay madres que escogen la maternidad, y otras se ven obligadas a ello. 

Cada madre hace lo que puede, cría con lo que tiene, ama como puede. 

Nadia finalmente se despide de Ruth, la Ruth de 1982, mientras sus líneas del tiempo se cruzan en ese vagón. “No tenías la obligación, pero me amaste de todas maneras. ¿Verdad, Ruthie?”.

Lyonne dijo en una entrevista que la pregunta de la primera temporada era “¿Cómo dejo morir?”. Tres años después la pregunta cambió a “¿Cómo empiezo a vivir?”.

Y de eso se trata, de no atorarnos en la fijación con la muerte, de aprender a no apropiarnos de lo que no es nuestra responsabilidad. Se trata de no tener una respuesta única y bien definida a preguntas tan importantes como las que hace Lyonne. De todos modos, vamos a morir eventualmente. Se trata de aceptar que la felicidad plena no existe y que aunque no podemos cambiar el pasado, podemos redefinir nuestro presente. Se trata de no padecer nuestras experiencias, de saber que el mundo no se acaba si la pasamos mal, si nos sucede una tragedia. Se trata de vivir aceptando que necesitamos de los otros, así como Nadia necesita de Alan y Alan necesita de Nadia. 


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Imagen de portada: Netflix

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