El cristianismo en los últimos ciento cincuenta años ha sido objeto de una importante crítica intelectual, tanto desde el lado de la filosofía (empezando por su crítico más feroz, Nietzsche) como de la ciencia. Claramente, sus "acciones" no están en su mejor cotización actualmente. La Iglesia ha perdido influencia y el cristianismo como religión organizada ha dejado de ser atractivo para muchas personas, particularmente para los jóvenes, que se inclinan cada vez más al ateísmo, al agnosticismo o a esa masa difusa de ser "espirituales pero no religiosos". Ante esta situación, se podría fácilmente olvidar la importancia que tiene el cristianismo en la constitución de los valores que asociamos con la modernidad y no particularmente con la religión: la libertad, la igualdad, el valor del individuo, etc. El filósofo Jürgen Habermas hace hincapié en esto en su libro Religión y racionalidad:
La igualdad universal, de la cual surgen los ideales de libertad, de vida colectiva solidaria, de conducta autónoma y emancipatoria, de moral individual y conciencia, de derechos humanos y democracia, es el legado directo de la ética judía y de la ética cristiana del amor. Este legado, sustancialmente sin modificarse, ha sido el objeto de una continua crítica y reinterpretación. Hasta este día, no hay alternativa a él... Todo lo demás es sólo discusión posmoderna.
El novelista chino Gao Xingjian (Premio Nobel de Literatura 2000) hace eco de esta comprensión: "En mis obras hay una compasión muy cristiana. [...] En la cultura cristiana, lo que me fascina, lo que me atrae, es que el hombre se encuentra en el centro siempre".
Occidente, incluso el Occidente secular y sus manifestaciones abiertamente ateas, son profundamente hijos del cristianismo, como también ha notado el filósofo John Gray. Y aunque el hijo no tiene porque seguir el mismo camino del padre, hará bien en reconocer y honrar a su progenitor. Sería sumamente peligroso que la crítica al cristianismo no reconozca sus raíces y no siga de alguna manera apoyándose sobre ellas, aunque busque ir en otra dirección. Como ha señalado la pensadora cristiana (aunque ciertamente no tradicional -a veces definida como gnóstica-) Simone Weil, cuando el ser humano pierde sus raíces está al borde de perder su alma y su identidad y convertirse en un mero número, en una manifestación de una masa ciega que vive sin sentido, solamente presa de la urgencia y la voluntad de poder. Por ello, resulta apropiado recordar que la cultura occidental es fundamentalmente cristiana y mucho de lo mejor que existe en el pensamiento, en la filosofía, en el arte e incluso en la ciencia ha sido obra de inspiración cristiana. Si bien también es posible sugerir que algunos de los problemas que enfrenta el ser humano actualmente son resultado de ideas o modos de existencia que fueron engendrados por el cristianismo, particularmente la separación entre el hombre y la naturaleza (o la condena de esta, la cual se resume en la famosa "muerte de Pan"). Así pues, recordamos aquí a cinco grandes pensadores cristianos del siglo XX que tienen mucho que decirnos.
Antes de iniciar con la lista, mencionamos a otros más que no han sido destacados, pero que en otra ocasión claramente merecerían figurar. Recordemos también a la filósofa Edith Stein, destacada alumna de Husserl; al filósofo ruso Nicolas Berdyaev, un pensador cristiano de primer orden que fue parte del movimiento de la sofiología; y a otro filósofo, artista y matemático ruso, el padre Pavel Florensky, uno de los grandes.