Simone Weil sobre el mar (disolviendo la identidad)

A continuación, una breve antología de los pensamientos de Simone Weil sobre el mar. Weil, como señala Roberto Calasso, fue una de las pocas pensadoras del siglo XX que defendieron la belleza como un sendero de conocimiento, fiel a su maestro Platón. 

Para Weil el mar es la imagen móvil de la belleza, un espejo en el que el espíritu -el "soplo"- imprime movimiento y forma. La belleza es la luminosidad de la divinidad en el mundo; un fulgor que es a la vez una puerta o un puente (metaxy) hacia lo real. Lo real es aquello que está libre de la proyección de "la imaginación colmadora del vacío". El alma, sin apegarse a las cosas creadas, se abre a la posibilidad de unirse con lo real y a ser atravesada por la luz de la gracia y ordenada por el lógos. Más aún, el sentido de la belleza -de la naturaleza misma- es seducirnos hacia un estado que trasciende su propia condición finita. Como en el mito de Perséfone:

Es la trampa en que cayó Core. El perfume del narciso hacía sonreír al cielo entero, a la tierra toda y al oleaje del mar. Apenas la pobre joven hubo tendido la mano, cayó prisionera en la trampa. Había caído en manos del dios vivo. Cuando salió, había probado la granada que la ligaba para siempre. Ya no era virgen, era la esposa de Dios. [...] La belleza del mundo es la entrada al laberinto[...] si no pierde el valor y continúa caminando, es seguro que llegará al centro del laberinto. Y allí Dios le espera para devorarle.

Weil encuentra también en el mar una imagen del ritmo y en el ritmo la posibilidad de adherirse a un movimiento infinito, cuya energía inagotable nace de la quietud y descansa en la acción sin esfuerzo.

La oscilación es bella en el mar.
Bach, música oscilante.
Mar, composición visible sobre múltiples escalas.
Ritmo, composición sobre múltiples escalas.

En la belleza, Weil encuentra una antídoto a la visión mecánica del materialismo tecnológico y de la sociedad secular (a la que compara con el Gran Animal que denuncia Platón en La república), la cual reduce el espíritu a un computo matemático: "En lo bello -por ejemplo, el mar, el cielo- hay algo irreductible. Como en el dolor físico. Lo mismo irreductible. Impenetrable para la inteligencia".

El ser humano debe cultivar un estado de atención y asombro, de sensibilidad a lo bello. No es posible entrar en contacto con la realidad solamente a través de la inteligencia, sugiere Weil. Es necesario un estado de atención pasiva -o vacía- que se deja penetrar por el objeto. La visión como comunión con el fenómeno, cuya naturaleza es luz: "El único órgano de contacto con la existencia es la aceptación, el amor. Esto es así porque la belleza y la realidad son idénticas. Es porque la alegría pura y el sentimiento de realidad son idénticos".

La contemplación de la belleza es una fuente de alegría en tanto que es una orientación hacia el objeto y no el sujeto (y su reflexión obsesiva). La alegría es justamente esa plenitud donde desaparece eso que llamo "yo": "Estoy feliz de que esté el sol o la luna sobre el mar, o una ciudad hermosa, o un ser humano admirable; no hay 'yo' en la plenitud de la alegría".

Simone Weil tuvo su primer experiencia mística cuando visitó un pueblo pesquero en Portugal el día de la fiesta de su santo patrón: "Era ya de noche y la luna llena brillaba sobre el mar. Las mujeres de los pescadores recorrían en procesión los barcos, llevando velas y cantando lo que debían de ser himnos ancestrales de una tristeza que partía el corazón". Weil encontraría aquí la imagen de la obediencia, de absoluta servidumbre a una fuerza o energía que trasciende a la propia voluntad. Y de aquí se desprende un modo de existencia o un arte de vida que consiste en no actuar sino en respuesta a lo necesario, imitando al mar y a las estrellas fijas:

La belleza del mundo nos advierte que la materia es merecedora de nuestro amor. En la belleza del mundo la necesidad se convierte en objeto de amor. Nada es tan bello como la gravedad en los pliegues fugaces de las olas del mar o en los casi eternos de las montañas. [...] El mar no es menos bello a nuestros ojos porque sepamos que a veces los barcos zozobran. Por el contrario, resulta aún más bello. Si modificara el movimiento de sus olas para salvar a un barco, sería un ser dotado de discernimiento y capacidad de elección y no ese fluido perfectamente obediente a todas las presiones exteriores. Es esa obediencia perfecta la que constituye su belleza.

Imitar al agua y aprender a morir o, al menos, a dejarse ir: "Cuerpos flotantes en el agua; un cuerpo flota en el agua a la manera del agua; debes encontrar una equivalencia entre tú y el agua". El agua es lo que disuelve la materia y en lo que se gesta el espíritu. A Weil le gusta citar el Evangelio de Juan que habla del nacimiento "del agua y del espíritu". Es necesario morir para poder nacer a lo que realmente somos.

Y unos fragmentos de su poema "La Mer", que copió en sus Cahiers:

Douce et docile mer, miroir d'obéissance,

Qui reçois et nous rends la clarté,

Mer au flots enchaînes,

Flots, flots enchaînes, miroir d'obéissance,

Qui reçois et nous rends la clarté,

Douce et docile mer...

(Dulce y dócil mar, espejo de obediencia,

que acoge y nos da la claridad

mar de olas encadenadas,

olas, olas encadenadas, espejo de obediencia,

que acoge y nos da la claridad

dulce y dócil mar...)

Para Weil el mar es la imagen de la materia que es movida por el espíritu, que es total obediencia, que responde suavemente a lo superior. Las olas encadenas están sometidas a los impulsos y designios de lo profundo. El mar es una "masa ofrecida al cielo". Constantemente se ofrece a la divinidad y, en el mecerse de sus olas, se encadena con el ritmo del cielo a una sinfonía universal en la que todos podemos participar en la medida en la que nos volvemos, como la materia, pura obediencia al espíritu; como en un espejo, perfectos reflejos de la luz.

El universo se teje todos los días de nuevo; las olas del mar todas las noches tejen los pliegues de un vestido, dice Weil (es el vestido de la novia, la materia, que dice "sí" a lo divino). El mar es como los astros, cuyo poder se manifiesta sin esfuerzo (les astres au loin sans effort ont puissance). Todas las mañanas el mar colma el espacio, "y recibe y dona el regalo de la claridad" (Elle accueille et rend le don de la clarité.) En la superficie del mar un suave resplandor emerge (Un éclat léger se pose à la surface.) Esta es la luz creciente de donde viene la vida, el deseo y la energía ordenadora, eros y lógos.
 

Twitter: @alepholo

Blog del autor: Alejandro Martínez Gallardo –La epifanía de los tejidos

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