Habitar la soledad: el remedio para no padecerla

A través de discursos como los de la psicología se ha configurado una idea de lo que es la soledad: un problema exclusivo del individuo. Como ejemplo encontramos los efectos, ya sean negativos o positivos, que la soledad tienen en nuestro cuerpo, tales como la pérdida de apetito, todo tipo de trastornos del sueño, tener mayor probabilidad de padecer depresión y ansiedad, o el aumento de los niveles de estrés. No es que estos sean falsos, sino que sugieren que los problemas que pueden resultar de experimentar soledad han sido causados por uno mismo y deben ser solucionados también por uno mismo. Todas estas consecuencias insinúan que la soledad por sí misma causa todo tipo de condiciones y aumenta la probabilidad de desarrollar ciertos padecimientos. 

Este tipo de perspectivas, como ya dijimos, no son falsas. Sin embargo, son limitadas y no permiten la posibilidad de preguntarnos qué es lo exterior a nosotros que condiciona que experimentemos soledad. Por ejemplo: el tipo de vida que llevamos, cómo nos relacionamos con los diferentes entornos de los que hacemos parte, etcétera. 

Uno de los efectos que produce este enfoque es que cuando llegamos a experimentar soledad la vivamos con culpa, como un castigo o como un defecto de nuestra personalidad. En pocas palabras, la soledad se vive como un sufrimiento o padecimiento. 

Se está solo ante los demás, pero esto no significa que desde nuestro lugar no podamos relacionarnos con otros, con un otro cualquiera: personas, libros, animales, paisajes.

Entonces, cabe preguntarnos si experimentar dicho tipo de soledad, la sufrida y padecida, no es en realidad una dificultad para establecer lazos y construir vínculos con los demás. 

Uno puede estar rodeado de gente, tener familia y amigos, y aún así sentirse solo. Y aunque la dificultad para relacionarse tiene una parte de responsabilidad subjetiva, las diferentes formas en las que podamos relacionarnos con los demás están guiadas por nuestros contextos y las características propias de las sociedades en las que vivimos. 

Imagen: Room in New York, Edward Hopper (1932)

Los seres humanos somos seres sociales. Aunque esta afirmación nos parezca obvia (y lo es), tenemos que preguntarnos cuáles son formas en las que nos relacionamos con los demás: cómo son y de qué dependen.

Y así como es igual de relevante preguntarnos qué hay afuera de nosotros que nos empuja a sentir soledad, también hay que preguntarnos por qué necesariamente experimentarla está relacionado con algo negativo. 

La soledad también es posibilidad de ser reflexivos con nosotros mismos, sobre lo que pensamos y lo que sentimos. Aprender a vivir con nuestra soledad sin padecerla promueve la construcción de lazos que no partan de la dependencia o de la necesidad de llenar un vacío.

Habitar nuestra soledad no se hace por voluntad, como si fuera una decisión cuidadosamente planeada. Habitar la soledad sin padecerla es, de hecho, cultivar una forma de vida. 

 

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Imagen de portada: Sunday, Edward Hopper (1926) 

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