El estoicismo ha llegado a ser, para la conciencia popular, sinónimo de resiliencia y ecuanimidad. Más allá de que la filosofía estoica es mucho más rica y compleja que esto, nos encontramos en momentos donde dicha filosofía resulta sumamente indicada justo porque brinda herramientas filosóficas para enfrentar la adversidad sin derrumbarse, permitiendo incluso transformar el conflicto y la contrariedad en sabiduría y crecimiento.
La filosofía estoica es famosa, entre otras cosas, por tener entre sus más importantes exponentes a dos personas radicalmente diferentes, unidas por una misma visión: el esclavo Epicteto y el emperador Marco Aurelio. Este último, en sus Meditaciones, legó un importante tesoro de observaciones sobre los acontecimientos de la vida. Marco Aurelio vivió estoicamente en medio de guerras, poder, pestes, desgracias y demás. El filósofo emperador escribió de manera altamente relevante:
Una enfermedad como la peste sólo puede amenazar tu vida, pero el mal, el egoísmo, el orgullo, la hipocresía y el miedo, estas cosas atacan tu propia humanidad.
Para Marco Aurelio la vida no es sólo una marcha ciega hacia la muerte, sino que en esta existe un importantísimo componente moral y espiritual. Su visión está lejos del nihilismo, que supone que la muerte determina el aniquilamiento y destruye todo el quehacer humano. Existe un compromiso, un sentido y una participación existencial que trascienden al individuo, "la humanidad" o, en términos estoicos, el Logos o la inteligencia divina que se manifiesta en la naturaleza. Asimismo, la muerte es impotente frente a los valores auténticamente humanos.
En suma, la filosofía estoica parte de la premisa de que existe una dignidad esencial en la vida, una fuerza espiritual y un sentido cósmico que están libres de cambios y vicisitudes. Hay una confianza en el sentido del universo, en que el mundo está sostenido por un orden y un bien, más allá de las circunstancias adventicias. Esta visión es lo que permite desarrollar la famosa calma y la ecuanimidad estoicas. Marco Aurelio habla sobre esta fortaleza:
Sé fuerte como las rocas que las olas del mar no dejan de golpear: se mantienen firmes mientras que a sus pies la espuma se agita y desaparece. «¡Ah! Soy desdichado –dices– porque me ha ocurrido tal percance». Te equivocas. Por el contrario, tendrías que decir: «Estoy feliz porque, a pesar de esto que me ocurrió, estoy al abrigo del dolor y no me siento herido por el presente ni ansioso por el porvenir». Lo mismo podría sucederle a cualquier otra persona pero no cualquiera lo recibirá con la misma impasibilidad que tú. ¿Por qué, entonces, tiene que ser este accidente una desgracia y no un acontecimiento feliz? ¿De verdad puedes llamar desgracia a algo que en nada disminuye la naturaleza del ser humano? ¿O crees tú que haya una verdadera degradación de la naturaleza humana ahí donde no hay nada que sea contrario al destino de esta? ¡Y bien! ¡Tú conoces ese destino! Lo que acaba de suceder, ¿te impide ser justo, magnánimo, sobrio, razonable, sereno en tus juicios, modesto, libre y tener, en fin, todas aquellas virtudes que permiten a la naturaleza del ser humano conseguir sus propósitos?
Marco Aurelio parece decirnos aquí que hay algo que ninguna adversidad –guerra, peste, pérdida– puede quitarnos: la conciencia o la facultad mental de transformar la experiencia, de resignificarla y de actuar de tal forma que podamos contribuir al espíritu humano. Todo lo demás lo podemos perder, pero la posibilidad de usar nuestra mente para darle sentido a la vida y encontrar la paz es inalienable.
Marco Aurelio y los estoicos eran conscientes de que para que la mente pudiera lograr esta fortaleza que le permite navegar la adversidad era fundamental hacer un trabajo de autoindagación y autoobservación. "Aquellos que no observan los movimientos de su propia mente necesariamente serán infelices", dice en sus Meditaciones, y también: "Nada tiene tanto poder de expandir la mente como la habilidad de investigar sistemática y verdaderamente todo lo que se nos presenta en la vida".
Existe un entendimiento de que nuestra experiencia en el mundo depende de las cualidades de la mente, la cual puede cultivarse. Lo esencial para esto es no aferrarse al pasado o proyectar hacia el futuro, evitar el apego y la ansiedad. "Recuerda que el hombre vive sólo en el presente, en este instante fugaz; todo el resto de la vida ya se ha ido o aún no se ha revelado". Esto, evidentemente, nos muestra una clara comprensión de la impermanencia similar a la que encontramos en el budismo. Marco Aurelio agrega: "Todo es efímero –y la fama y los famosos también–".
Esta conciencia del cambio es esencial para poder vivir en paz con la realidad.
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