La evolución según Rumi: del mineral hasta la divinidad

Yalal ad-Din Muhammad Rumi es uno de esos casos raros en los que se conjuntan una voz popular, que toca fibras universales accesibles a casi cualquier persona, y a la vez una voz sabia, profundamente espiritual y refinada. Actualmente Rumi es uno de los poetas más leídos en todo el mundo, y seguramente el más leído en países que hablan persa. En Rumi se encuentran sin ningún conflicto el amor y la sabiduría, la vida y el espíritu. 

Aunque ha sido convertido en un poeta de las masas, Rumi tiene una obra por momentos compleja y enormemente rica y variada. Rumi recibió enseñanzas de la tradición sufí, el misticismo islámico que fue influido en parte por la alquimia y el tantra hindú. Y es quizá de la influencia alquímica que vienen las ideas de este fabuloso poema que incluimos aquí. Pues sabemos que la alquimia -"la ciencia hermética"- desarrolló la noción de una naturaleza escalonada, en la que plantas, minerales y animales culminaban y eran recapitulados por el hombre, quien, a su vez, participaba en la divinidad. O quizá se trata simplemente de la propia intuición poética, del poeta que abarca a toda la existencia y siente que toda la vida pulsa en su cuerpo.   

Es difícil decir hasta qué punto podemos considerar esto un claro precursor de la teoría de la evolución. Pero lo importante es notar que la cosmología del misticismo tiene una visión holística  y dinámica del ser, en la que la teoría de la evolución en ninguna medida entra en conflicto con su visión teológica de la realidad.

Morí como mineral para hacerme planta,
morí como planta y me alcé animal,
morí como animal y fui un hombre.
¿A qué temerle? ¿Cuándo fui menos muriendo?
Una vez más moriré como hombre, para elevarme 
con la bendición del ángel; pero incluso la estatura angelical 
debo sobrepasar: todos excepto Dios perecen.
 

Rumi evoca una especie de palingénesis a lo largo y ancho de la naturaleza. Una imagen que encontramos en la alquimia, donde el nigredo, la tierra putrefacta, es la fuente de la materia prima que se transforma en el oro de la inmortalidad. 

Notablemente esta intuición poética se repite en Blake, quien a su manera habla del ser humano recapitulando la totalidad de la naturaleza, como imagen y semejanza de la divinidad:

El hombre busca en el árbol, en la hierba, en el pez, en la bestia, juntar las porciones dispersas de su cuerpo inmortal...
Dondequiera que crece una hierba o que brota una hoja, se ve, se escucha, se siente al Hombre Eterno,
Y a todas sus aflicciones, hasta que reasume su antigua felicidad

Igualmente vale la pena recordar el poema Muerte sin fin, de José Gorostiza, en el cual el autor canta poéticamente el camino de la evolución de la vida y la existencia, aunque de una manera sumamente original, comenzando con la vida humana y yendo en sentido inverso hasta examinar la sustancia de las rocas y los minerales, y de ahí hasta la nada donde todo se encuentra y confunde.

mientras unos a otros se devoran
al animal, la planta
a la planta, la piedra
a la piedra, el fuego
al fuego, el mar
al mar, la nube
a la nube, el sol
hasta que todo este fecundo río
de enamorado semen que conjuga,
inaccesible al tedio,
el suntuoso caudal de su apetito,
no desemboca en sus entrañas mismas,
en el acre silencio de sus fuentes,
entre un fulgor de soles emboscados,
en donde nada es ni nada está,
donde el sueño no duele,
donde nada ni nadie, nunca, está muriendo​

 

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