Por estos días el arte y la cultura en México se encuentran envueltos en la polémica a raíz del cuadro La revolución, del pintor Fabián Cháirez, el cual retrata a uno de los héroes de la historia patria mexicana en una escena de elevado contenido homoerótico, cuando no francamente homosexual.
La pieza forma parte de la exposición Emiliano Zapata después de Zapata, que se presenta en uno de los principales recintos culturales del país, el Palacio de Bellas Artes. La muestra celebra cien años de representaciones plásticas en torno a Emiliano Zapata, uno de los líderes de la Revolución Mexicana de 1910 que, en su caso particular, pasó a la historia con un aura muy distinta a la de otros caudillos. Zapata se considera el único revolucionario netamente popular, que encarnó las demandas más auténticas de la población mexicana que vivía en el campo; en ese sentido, Zapata suele ser tomado como un líder noble que nunca se dejó corromper por los intereses del poder.
Con semejantes antecedentes, no parece sencillo admitir una representación homosexual de dicho personaje, y menos aún en el contexto social y cultural mexicano, donde el concepto de “ser hombre” todavía se define desde ideas como la del macho y la virilidad.
En ese sentido, familiares y herederos de Emiliano Zapata ya han amenazado con demandar tanto a las instituciones culturales que auspiciaron la muestra donde se presenta la pintura en cuestión como, por otro lado, al pintor mismo. Además, organizaciones campesinas y populares han sido movilizadas para bloquear el acceso al recinto donde se expone la pintura.
No parece sencillo decir cómo se resolverá esta polémica, pues es claro que cualquier artista (en tanto persona) tiene la libertad creativa para pintar lo que desee. El problema, en todo caso, es el hecho de que una obra como esta fue acogida públicamente.
Cabe mencionar que en cierto momento en torno a Zapata surgió el rumor de su presunta homosexualidad o bisexualidad, pues se le imputó una relación homoerótica nada menos que con Ignacio de la Torre y Mier, esposo de una de las hijas de Porfirio Díaz, el dictador que México tuvo entre finales del siglo XIX y principios del XX. De la Torre y Mier, homosexual él mismo (si bien oculto a los ojos de su familia y de la sociedad en general, dado el conservadurismo de la época), conoció a Zapata en 1906 en una hacienda rural en el interior del país y, por alguna razón, le ofreció un trabajo en su casa familiar en la ciudad de México. Se dice que De la Torre y Mier quedó impresionado por el conocimiento amplio que Zapata tenía sobre caballos y por el trato que les daba, pero no es posible saber si su motivación para llevar consigo a Zapata fue de otro orden.
En ese sentido, la pintura de Cháirez no parece haber surgido de la nada, sino más bien muy posiblemente evocó, intencional o inconscientemente, ese contexto a medio camino entre la suposición y la represión. En un país como México, parece inadmisible que un héroe de la historia oficial sea homosexual.
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