Si los sueños son ya en sí mismos un asunto fascinante, envueltos en el aura de lo enigmático y lo irracional, en el caso de los sueños de contenido erótico esa impresión es todavía más intensa, pues usualmente involucran situaciones que nos parecen impensables en la vida diurna y consciente y las cuales, al despertar, nos dejan sumidos en más preguntas que respuestas.
Sueños sexuales con personas insospechadas, actos en los que no nos creeríamos capaces de involucrarnos, fantasías que quizá no nos atrevemos a confesarnos ni a nosotros mismos, y un largo y variado etcétera, son algunos casos que pueden asaltarnos en medio de la noche para quizá perturbarnos pero, sobre todo, para satisfacernos.
En efecto, si tomamos en cuenta el conocimiento que se tiene sobre los sueños, es sabido que una de sus funciones primordiales es la de hacer privilegiar el descanso por encima de otras necesidades que pudieran sobrevenir al dormir. Sigmund Freud, gran conocedor de los sueños, fue uno de los primeros en notar este hecho, gracias a la experiencia clínica que tuvo con sus pacientes.
Al respecto, los ejemplos más esquemáticos son aquellos en los que se sueña con comida o con bebida, fantasías que reemplazan así sea en la imaginación las necesidades de comer o de beber, que quizá en otras circunstancias serían apremiantes pero que al dormir el yo relega a segundo plano para privilegiar el descanso.
Sin embargo, los sueños de contenido sexual son un tanto especiales. Si bien la necesidad puramente fisiológica lo sustenta, su dimensión simbólica y subjetiva es un elemento insoslayable. Freud refiere este breve ejemplo:
O bien por la noche se mueve en él [el soñante] la añoranza de gozar de un objeto sexual prohibido, la esposa de un amigo. Sueña que mantiene comercio sexual, no con esa persona, ciertamente, pero sí con otra que lleva igual nombre, por más que ésta le resulta indiferente. O su revuelta se exterioriza en permanecer la amada en total anonimato.
Dicho de otro modo, al examinar los sueños sexuales es necesario tomar en cuenta los significados sociales, culturales y aun personales que inevitablemente están asociados con el deseo sexual humano. Ningún sueño es azaroso ni insignificante, por más estrambótico que nos parezca.
En este sentido, en un estudio realizado en 2014 por Dylan Selterman, profesor de la Universidad de Maryland, se encontró una relación peculiar entre los sueños sexuales (particularmente los que involucraban una fantasía de infidelidad) y las actividades diurnas y conscientes del soñante. Y dicha peculiaridad fue, paradójicamente, la ausencia de relación. Es decir, Selterman no pudo establecer un vínculo entre el sueño de infidelidad y las actividades realizadas efectivamente por el soñante en los días previos al sueño.
Más allá de pensar que este resultado malogró el estudio, cabía mejor preguntarnos por la fuente donde los sueños toman su inspiración. Si no es en la “realidad” o en nuestros actos conscientes, ¿entonces de dónde surge el contenido de esas fantasías?
Al respecto podríamos recurrir a un comentario que Slavoj Zizek elabora a partir del estilo cinematográfico de David Lynch en The Pervert's Guide to Cinema (Sophie Fiennes, 2006).
Entre otras cintas, Zizek recurre a Lost Highway (1997), en la cual Fred, el protagonista, vive dos tipos de escenas sexuales con su esposa, Patricia Arquette. En una, aquella que correspondería a la “realidad”, Fred es incapaz de satisfacer sexualmente a su mujer, y en cada intento falla miserablemente; pero en otro momento, Fred se transforma en Pete, un mecánico joven y viril que asume una posición heroica frente a Patricia (transformada a su vez en Alice Wakefield), a quien defiende de los peligros que la acechan. En un punto culminante de esta relación fantasiosa, superadas ya todas las amenazas, Pete se acerca a Alice con el objetivo de consumar una relación sexual, pero entonces ella nuevamente lo evita y se despide de él con estas palabras: “Nunca podrás tenerme”.
El contraste puesto en escena por Lynch es sumamente expresivo respecto de la lógica particular de los sueños (o su ilógica, como a veces nos parece). Pero es Zizek quien lo ha explicado mejor:
La lógica aquí es estrictamente freudiana, esto es, escapamos al sueño para evitar un callejón sin salida de nuestra vida real. Pero entonces, lo que encontramos en el sueño es todavía más horrible, de modo que al final literalmente escapamos del sueño, volvemos a la realidad. Comienza con que los sueños son para aquellos que no pueden soportar, que no son lo suficientemente fuertes para la realidad, y termina con que la realidad es para aquellos que no son lo suficientemente fuertes para soportar, para enfrentar sus sueños.
Entonces, ¿deberíamos tomar en serio los sueños sexuales? Si tomamos en cuenta esto que dice Zizek, la respuesta es sí, y no sólo para los sueños de contenido sexual. La verdad es que deberíamos tomar en serio todos nuestros sueños: los absurdos y los coherentes, los “normales” y los sexuales, los sueños interrumpidos y aquellos de una continuidad narrativa impecable, por la sola razón, contundente en sí misma, de que los sueños son un mensaje de nuestro deseo, la forma que toma éste cuando en la vida tenemos que elegir entre dos objetos que parecen igual de apremiantes, de necesarios, de apetecibles…
Y por supuesto, la cuestión ahí no es el dilema de la elección, el esto o el aquello, sino si, parafraseando a Zizek, el soñante se conoce a sí mismo lo suficiente como para conocer de corazón las urgencias de su deseo y, por otro lado, si el soñante tendrá el coraje suficiente para “hacer realidad “ sus sueños, o lo que es lo mismo, para vivir de acuerdo con su deseo.
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Imagen de portada: Paprika, Satoshi Kon (2006)