El Principio Divino, que subyace a todo lo existente y lo posibilita, en Sí Mismo no experimenta pasiones humanas porque es inmutable, y erróneamente las personas con una percepción infantil acerca de la Divinidad se las atribuyen. Sin embargo, hay una forma, distinta a la que la gente común entiende, en que este Principio inmutable sí es capaz de experimentar pasiones humanas, y es sólo cuando se torna criatura, cuando, desde lo no manifestado, desde el reino de lo sin forma, se condensa en lo existente adquiriendo una forma. ¿A qué me refiero? El Principio en Sí Mismo es inmóvil y está más allá de toda pasión, pero asimismo se manifiesta en todos los seres y, al manifestarse en todos los seres, al ser todos los seres, todo lo que cualquier ser siente, lo que tú sientes, eso, es lo que el Principio experimenta, pero no en su calidad de Principio, sino en su calidad de criatura, de ente particular existente. Siente a través de todos los seres únicamente en la calidad de éstos, siendo todos los seres en su esencia el Principio, único y siempre el mismo. Si tú experimentas una pasión, la experimentas porque vives, y vives porque eres en esencia el Principio: vives con la Vida del Principio, experimentas desde Él tu condición de criatura pasional. Pero si te adentras más en tu interior hasta rebasar el nivel individual, alcanzas el centro imperturbable del Principio. En resumen: desde la imperturbabilidad, el Principio experimenta la perturbabilidad; desde lo invisible, lo visible; desde lo inaudible, lo audible; desde lo incorpóreo, lo corpóreo; desde el no-pensamiento, el pensamiento; desde la eternidad, el tiempo; desde la plenitud, la carencia; desde la vida, la muerte; desde lo impersonal, la persona; todo ello a través de tu condición de criatura o ente particular existente en el cual el Principio se hace patente adquiriendo una forma que lo limita, que restringe el Infinito que Es en su condición no manifestada. Sólo en su alteridad ilusoria el Principio experimenta pasiones humanas. Ergo, no existe nada que la Divinidad no experimente y, sin embargo, Ella permanece intacta e inmutable más allá de toda pasión mutable, más allá de toda perturbación.
Este es el sentido esotérico de la naturaleza de Cristo, muy lejos de la concepción literal y exotérica que considera al personaje histórico y contingente de Jesús de Nazaret como la manifestación exclusiva de Dios en el reino de las criaturas. En realidad el principio crístico es universal, habita en todos los seres y es el mismo que el principio búdico, el hombre universal, etc., y sólo requiere de su actualización para realizarse. Es el principio inmanente de la Divinidad, lo Absoluto o lo Infinito.
La Iglesia, en su necedad literalista e historicista, ha perseguido a todos los “herejes” que han reconocido el genuino sentido; y el protestantismo, aún más literalista e historicista, ha conducido a la caricatura cristiana, fuera del catolicismo, a sus formas extremas de degradación, del mismo modo en que lo ha hecho la teología de la liberación dentro del mismo. Aludo, por supuesto, a un punto de vista exclusivamente metafísico. Desde una perspectiva humana, las cosas adquieren otro cariz.
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