4 formas de percibir a los dioses, según Hölderlin

Frederich Hölderlin fue uno de los grandes poetas de lengua alemana. Heidegger dijo de él que era el "poeta de los poetas" y uno de los pensadores más importantes de la historia, seguramente, en parte, porque en él encontró la más pura expresión de su filosofía (después de su famoso "giro"). Hölderlin suele ser visto como el último poeta que realmente se dedicó a lo divino, hasta el punto de pagar con su cordura esa intimidad celestial -como si hubiera sido fulminado por el rayo del Padre, pues el vehículo humano no suele soportar el voltaje divino por mucho tiempo-. Como dice en un poema:

Pues nunca pudiera contenerlos una débil vasija,

sólo a veces soporta el hombre la plenitud divina.

Nuestro poeta vivió la mitad de su vida, unos treinta y seis años, en un estado maniaco, posiblemente esquizofrénico, confinado a una torre en Tübingen y a algunos paseos en el bosque, bajo el cuidado del carpintero Zimmer y su familia. Los pocas poemas que escribió en esa época fueron para complacer a las ocasionales visitas, que venían a ver "al poeta". Tocaba el piano y firmaba sus versos con el nombre de Scardanelli. Algunos de ellos con fechas del siglo 17 o del siglo 18. En su poesía constantemente él mismo parece anticipar la locura. Si sus canciones y su alegría vienen de los dioses también su infortunio y su destrucción. 

Pues es difícil soportar

la mala fortuna, pero la buena fortuna

lo es aún más.

Un hombre sabio, sin embargo,

pudo mantenerse despierto

en el banquete 

del mediodía a la medianoche,

y hasta que el amanecer

iluminó el cielo.

Pero no se podía seguir alargando la compañía de los dioses, pese a que ellos mismos habían confiado la flama celeste a los hombres, pues, como dice en el mismo poema "somos un discurso", un diálogo con lo divino. Él mismo iba a vivir el abandono de los dioses, como el prototipo de toda una era, de toda una civilización que ya no podía sostener ese diálogo, pues había olvidado la diplomacia celestial y más aún había desviado su corazón -ese "eco del cielo"- de la vida simple y de la conexión con la naturaleza, el tálamo donde los dioses aparecen para celebrar sus perennes nupcias con los mortales. 

De cualquier manera Hölderlin, al estar en la transición entre el entendimiento sagrado de la existencia y el mundo secular que ya prefiguraba "la muerte de Dios", es quizá el último vínculo que tenemos con el modo de percepción que hace patente a lo divino. A Hölderlin lo tenemos que entender como uno de los poetas-profetas, o uno de los poetas-videntes, como fueron los grandes fundadores de la civilización. Esto es, los poetas del Viejo Testamento, Homero, Hesíodo y Píndaro en Grecia y los rishis védicos.  

En su constante y sufrido diálogo con los celestes, Hölderlin reiteradas veces habla sobre cuatro cosas esenciales para entablar esta relación con los dioses. 

1. Dar las gracias

Es como si sólo al estar conscientes de que el ser nos ha sido dado, de que el mundo es una teofanía, de que fuerzas maravillosas mueven a los ríos y las montañas, de que la naturaleza entera canta un himno de alabanza, que lo divino, que es justamente la brillantez de la naturaleza, se hace perceptible. Escribe: "nuestra gratitud conoce a Dios".

2. La purificación

Y todo esto va de la mano. Pero Hölderlin se percata de que los dioses sólo conocen lo divino, y como antes dijera Plotino (y el propio Goethe), el ojo debe hacerse como el sol para percibir la luz y el alma debe embellecerse para que la belleza divina se haga presente. Esto es la purificación del poeta, de su corazón que debe albergar como un templo al mundo:

Pues donde los puros están presentes, más palpable

es el espíritu...

3. Sacrificar u ofrecer las primicias

Esto es algo que viene de Grecia y que también se encuentra en India. A los dioses se les recuerda, se les trae a la mente ofreciendo la primicia, pues ellos son los que han primero alumbrado el ser y han hecho fructificar la tierra. Esta es la actitud sagrada, el hacer sagrado.

Tú hablas a la divinidad, pero todos han olvidado que siempre las primicias no son de los mortales, sino que pertenece a a los dioses.

4. La paciencia

Esto es algo que será central en la filosofía del último Heidegger, la espera paciente y atenta, como estambre de la relación con el mundo. No forcejear, no imponerse, no violentar al Ser, dejar que aparezca, que fulgure. Y tener la capacidad de soportar la penuria de la espera.

Y la beneficencia humana es seguida de las gracias

pero los regalos de los dioses los primeros años

de sufrimiento y confusión

para que muellemente en los años que le siguen

brille el rayo altivo

a través del sagrado bosque.

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