Fundado en 1946, el Festival de Cine de Cannes, quizá el más prestigioso festival de cine en el mundo, se ha convertido en un encuentro cinematográfico que comenzó como una muestra internacional de películas y prosiguió como una oferta de cine innovador, palestra del cine de denuncia y del realismo político, hasta desembocar, como casi todos los festivales de alto calibre, en el glamur y las negociaciones que hacen de cada edición un encuentro entre el arte y la industria de la distribución. En la edición 71, la polémica no involucró tanto a la cinta ganadora de la Palma de Oro, máximo galardón otorgado durante el certamen y que fue otorgado a la película japonesa Shoplifters de Hirokazu Kore-eda, como a los vericuetos que previo al festival, derivaron en un debate irresoluble entre el cine clásico destinado a las salas de cine y el intencionado para las salas de los hogares o, más aún, los dispositivos personales que atienden a la exposición de plataformas y contenidos audiovisuales.
Lo anterior nos recuerda el documental Room 666 de Wim Wenders, quien a principios de los años 80, justo en la cita de la costa mediterránea, vislumbraba el debate entre el cine clásico, el que defendían los artistas consagrados, y el cine proyectado en televisión o en videocaseteras. Aquel debate incluía testimonios, a modo de confesión, de directores que vislumbraban desde distintas aristas el futuro del cine. Jean-Luc Godard, Reiner Werner Fassbinder o Steven Spielberg aparecían para dar su punto de vista. Curiosamente, más de 30 años después, el propio Spielberg defiende el cine clásico destinado en primera instancia a las grandes pantallas, mientras otros directores optan por las nuevas plataformas de difusión de su material creativo.
Como consecuencia del debate en la presente edición, la plataforma Netflix retiró sus películas, incluida la cinta Roma de Alfonso Cuarón. Lo que no exentó a México de participar en diferentes espacios durante el Festival, incluyendo la muestra remasterizada de la galardonada María Candelaria de Emilio “El Indio” Fernández (de quién recién se estrenó un documental) de 1943, que resultó premiada en aquella mítica edición de 1946 que celebró una Palma de Oro coral.
El Festival de Cannes ha visto consagrarse a varias cintas representativas de todo el orbe que se han alzado con la codiciada Palma de Oro: Roma, città aperta de Roberto Rossellini, Brief Encounter de David Lean, The Lost Weekend de Billy Wilder o The Third Man de Carol Reed en los años 40; en tanto que Miracolo a Milano de Vincente Minnelli, Marty (también ganadora del Premio Óscar) de Delbert Man o Black Orpheus de Marcel Camus en los años 50, son algunas de las míticas cintas de los primeros años del festival. Las siguientes 2 décadas traerían reconocimiento a películas como Viridiana de Luis Buñuel, Il Gattopardo de Luchino Visconti y Un homme et une femme de Claude Lelouch en los años 60, para dar paso a cintas como Mash de Robert Altman, The Conversation de Francis Ford Coppola y Die Blechtrommel de Volker Schlondorff en la realista y por demás cruda década de los 70.
Para los años 80, el Festival de Cannes albergó nuevas realizaciones y optó por abrirse al cine alternativo de jóvenes propuestas mezclando reconocer a directores consagrados. Missing de Costa-Gavras, When father was away on business de Emir Kusturika o Sex, Lies and Videotape de Steven Soderbergh son muestra de ello, para así, en la siguiente década, presentar alternativas sugerentes y a la vez perturbadoras para muchos: Barton Fink de los hermanos Cohen, Farewell my Concubine y The Piano de Jane Campion, estremecieron a las audiencias en los 90.
La llegada del nuevo milenio continuó la senda de películas que apelaron a la reflexión y a la agitación de conciencias de modo contrastante, dejando las decisiones del espectador al libre albedrío (Dancer in the Dark de Lars Von Trier, Elephant de Gus Van Sant o 4 Months, 3 Weeks and 2 Days de Cristian Mungiu dan cuenta de ello), para después, en la década presente, atestiguar un cine vanguardista que lo mismo juega con la ilusión, el absurdo y la cosmovisión de las culturas en el mundo, que con la realidad económica de una sociedad que a nivel global enfrenta retos complejos: The Tree of Life de Terrence Malick, Amour de Michael Haneke o I, Daniel Blake, son resultado de esa nueva faceta en el festival.
A continuación, presentamos en DECÁLOGO un viso histórico y reflexivo a través de 10 de las cintas que conquistaron el Festival de Cannes y que se convirtieron en símbolo de un encuentro cinematográfico que, a pesar de sus bemoles, prevalece como una celebración del cine y de sus creadores. Directores como Cecil B. DeMille, René Clément, Ingmar Bergman, Francois Truffaut, Robert Bresson, Sergei Yutkevitch, Glauber Rocha, Ettore Scola, Yuliya Solntseva, Werner Herzog, Wong Kar-wai, Pedro Almodóvar, Eward Yang, Paul Thomas Anderson o Carlos Reygadas, entre otros, han visto reconocida por el jurado anual su obra, ligado a la oportunidad de abrir espacio en la distribución internacional de la misma.
Esta edición 71 del Festival y su debate generado entre las diversas opiniones que gravitan las dimensiones de las pantallas, formatos e intenciones, nos dará material para debatir en nuevas ediciones, sin negar que, más allá de las películas que compiten o se muestran, el festival sirve también como un ágora para discutir temas que conciernen no sólo a los realizadores sino también a sus audiencias; veremos si el debate de este año se convierte en una fundacional argumentación para cualquiera de los argumentos expresados. Como siempre, la siguiente lista está configurada por el apego, dado que en más de 7 décadas de grandes películas y obras maestras, una selección sería por demás injusta; no obstante que una preferencia, mezclada con el reconocimiento universal de su manufactura, nos da para reflexionar sobre las siguientes, el orden es meramente aleatorio.
10. LOS PARAGUAS DE CHERBURGO (Les Parapluies de Cherbourg) 1964
Dir. Jaques Demy
Los paraguas de Cherburgo fue el primer musical capaz de capturar la cima de Cannes, antes de que All That Jazz de Bob Fosse hiciera lo propio en 1980. Maravillosamente coreografiada a la lente y la fotografía por Jaques Demy, la cinta rebasa los parámetros de letra, música y secuencia, para asentarse con todo merecimiento en la cúspide de los musicales filmados en los años 60. Inmersa en una década de musicales clásicos como West Side Story (1961) de Robert Wise and Jerome Robbins, My Fair Lady (1964) de George Cuckor, Mary Poppins (1964) de Robert Stevenson, The Sound of Music (1965) también de Robert Wise, u Oliver (1968) de Carol Reed, Los paraguas de Cherburgo sobresale no sólo por su música plena de armonía, ritmo y cauce, sino por sus coreografías espectaculares, llenas de arte, energía y colorido.
La lluvia como una constante que envuelve a los protagonistas, se hace de aliado romántico y narrativo a las veces que lo hiciera el mítico caer de las gotas en Singing in The Rain (1952) de Gene Kelly y Stanley Donen, y lo hace desde la estética de la contemplación, la ópera y los diálogos que unen una escena primaria con la siguiente en un abrir y cerrar de paraguas, colores y gotas de lluvia. Catherine Deneuve y Nino Castelnouvo dan vida a la partitura compuesta por Michel Legrand, en las tres partes que integran la película que aborda el final de los años 50 y los albores de los 60 como un giro cronológico del amor y la guerra territorial en Argelia. Cherburgo, situado en la región de Normandía, al norte de Francia, es el escenario para desarrollar el drama musical; el amor y la separación por la obligación que entraña la circunstancia determinan a los personajes que verán transformar sus vidas, al tiempo que aguardan los vericuetos de un regreso en la ausencia. Bella fotografía de música y diseño, Los paraguas de Cherburgo permanece como un referente de los musicales en la historia, que incluso ha influenciado películas del nuevo milenio como La La Land (2016) de Damien Chazelle y cuyo legado permanece como una de las más celebradas, originales y armoniosas ganadoras de la Palma de Oro del Festival de Cine de Cannes.
9. EL SABOR DE LAS CEREZAS (A Taste of Cherry) 1997
Dir. Abbas Kiarostami
El viaje a la interioridad desde los senderos que se adentran en la espiritualidad como una búsqueda del sentido de la vida y la muerte, hace de El sabor de las cerezas una de las más profundas y evocadoras cintas de los años 90, obra magnífica de Abbas Kiarostami y del cine iraní que a partir de la década de los años 90, vería consagrarse a varios de sus directores y ofrecería historias de humanidad desde una visión íntima, a medida que los personajes recorren la serranía de paisajes rurales en un cobrizo terrenal y se ofrece una fotografía de coloridos cerezos vestidos del color verde de las hojas y café de la tierra.
Kiarostami, desde las palabras y conceptos, introduce elementos que van simbolizando un diálogo que da sentido a la vida desde la más simple prueba de ser un milagro: probar el sabor de las cerezas. Si Fresas salvajes de Ingmar Bergman presenta una reflexión acerca de la muerte, El sabor de las cerezas hace lo propio con la vida, y lo hace desde el viaje y la palabra, haciendo una comparativa nomenclatura que une dos elementos de la naturaleza, los sentidos del ser humano y la cualidad vívida de los frutos de la tierra. Un conductor trata de disuadir al pasajero suicida de su intento, y no lo hace con argumentos rebuscados, comunes o que refieran a persona alguna (es más, los sentimientos se vierten hacia la minimalista perspectiva del recorrido y de la búsqueda del sentido); en ese pasaje sobre ruedas que surge desde la petición del suicida de ser enterrado una vez que muera, aparece un taxidermista necesitado de dinero, y una frontera entre la audiencia y el espectador que ya había caracterizado el trabajo previo de Kiarostami. La película no es una reflexión del sentido de la vida desde el significado de las cosas, sino de la vida misma.
8. TIEMPOS VIOLENTOS (Pulp Fiction) 1994
Dir. Quentin Tarantino
Un serial de historias entrelazadas por el destino, los tiempos y el espacio caprichoso de encontrarles desde la óptica de sus personajes, hacen de Tiempos violentos una película extraordinaria en un momento de la historia donde la violencia en el mundo sucede, pero se esconde en los recovecos de una posguerra y albor de nuevos horizontes definitorios entre las fronteras. En medio de esos debates globales, la atención por lo que sucede entre las historias íntimas cobra fuerza de cuento, de invento, de ficción, y en esa ficción de la realidad, de la violencia como una oda desesperada de ambición, ajuste de cuentas y éxito, gravita Tarantino para ofrecer su más alabado trabajo y la cinta que bien podría, incluso desde su mirada vintage y regresiva, definir a la última década del milenio. Una película posmoderna en cuya narrativa se juega la estructura no lineal y al mismo tiempo sensorialmente estructurada, donde los giros y las explicaciones de las acciones de sus protagonistas no se justifican ni juzgan sino que suceden, y al sucederse, dejan hilando conjeturas al espectador.
Espléndidamente protagonizada por un variopinto elenco, Tiempos violentos hizo renacer la carrera de John Travolta y a su vez de su habilidad para hacer del baile una línea del guión que vive, y lo hizo al compás de Uma Thurman, Samuel L. Jackson, Tim Roth, Ving Rhames y Bruce Willis, Harvey Keitel, Christopher Walken, entre otros, que hacen de cada secuencia una hilarante combinación de música, gestos, coreografías, esmóquines, sangre, estilos de peinado alborotados, traiciones y crimen. La película juega con la ironía desde su título, que hace referencia al corazón mismo de la realidad que se crea y desde su creación genera una y varias historias que al final son una misma, y lo hace desde el imaginario ficcioso de su director de culto.
7. PARÍS, TEXAS (Paris, Texas) 1984
Dir. Wim Wenders
Basada en una obra de Sam Shepard, la mítica cinta París, Texas es una historia tan personal como universal, tan simple como compleja, tan lírica como poética. Wim Wenders, maestro del género road movie, había ya entregado sendas obras reconocidas, como su trilogía en movimiento Alicia en las ciudades, The Wrong Move y Kings of the Road, pero es sin duda París, Texas la que brinda a su cine de viaje una óptica distinta, la del viaje que se hace a pie y a través del pasado que nos define. Harry Dean Stanton interpreta a Travis, un hombre que inexplicablemente vaga por el desierto y padece amnesia, y está a la búsqueda de su hermano para reencontrarse con su pequeño hijo y así, embarcarse en un viaje por los parajes de otra búsqueda, la de su desparecida esposa. Dean Stockwell, Hunter Carson y Natassja Kinski, hija del enorme Klaus Kinski, actor fetiche de Werner Herzog.
Travis y su misteriosa caminata encuentra una luz de recuerdo en un número telefónico que guarda como se guardan los recuerdos en la memoria, y son precisamente los afectos el nodo que une el pasado con el presente del personaje principal en París, Texas. Una historia de redención capitular que se anida en cada paso que va de la soledad del despoblado a la ciudad y a la cultura y contracultura que en ella convergen, donde el auto es un símbolo, el escape una señal, las emociones una condena y el encuentro una sanación al dolor de la separación de aquello que nos configura. En la pista de las razones, de las causas y consecuencias, el viaje por cada rincón de un contexto desolador, aguarda la esperanza de que pueda recuperarse lo querido. Esa búsqueda interior hace de la relación filial y amorosa un contacto con el contexto narrativo que conecta al espectador, pero que permite conservar la definición de una identidad propia al personaje, que brinda una luz a la caminata. Pocas cintas pueden presumir la extensa influencia que han tenido en la música y en las artes, discos emblemáticos como The Joshua Tree de la banda irlandesa U2, y bandas como Travis y Texas inspiraron su nombre en las cuitas con las que Travis se topa mientras recorre los laberintos desérticos y urbanos del estado de Texas con sublime encarnación poética.
6. KAGEMUSHA (Kagemusha) 1980
Dir. Akira Kurosawa
Producida por la mancuerna Francis Ford Coppola y George Lucas, Kagemusha se convirtió en un renacimiento en plena década de los 80 del imaginario del maestro Akira Kurosawa, que durante las décadas de los 60 y 70 había sufrido la desatención internacional de la industria, más no de la crítica que estudiaba como en academia sus variadas obras maestras. Kagemusha había sufrido en su proceso por obtener un presupuesto necesario; difícil de ser financiada, el Festival de Cannes se convirtió en palestra y escenario propicio para traer de vuelta a las salas de cine las obras del maestro japonés.
Inspirada en la batalla de Nagashino, acontecida en el siglo XVI, Kurosawa explora la identidad, el honor, la cobardía, la inocencia, la valentía y el arrojo que denota la alteridad entre personaje y destino. El viaje del héroe que denota la base sustancial de la narrativa tradicional, se plasma con los tintes particulares que firman los lienzos de Kurosawa. La genialidad narrativa de Rashomon (1950) con toda su dualidad contemplativa, la gallardía de Los siete samuráis (1954) o el discernimiento en Ikiru (1952).
Dos hombres, dos vidas, dos circunstancias y entornos distintos, unidos por la fatalidad y el destino, convierten la historia clásica protagonizada por el enorme Takashi Shimura en un festín visual de impresionante diseño de arte, coreografías, banderas y un despliegue colorido que resulta en un excelso marco para los matices operísticos del consagrado director.
5. RECUERDO DE UNA NOCHE DE VERANO (Blow-Up) 1966
Dir. Michelangelo Antonioni
Inspiradas escenas que bien habitan las líneas del enorme Julio Cortázar en “Las babas del Diablo” (1959) y los recovecos del pensamiento cuando una imagen se captura y surgen las premoniciones, las deducciones, los supuestos y los recuerdos de la mente que, testigo, atrapa un momento en cintas clásicas como The Rear Window (1954) de Alfred Hitchcock o Peeping Tom (1960) de Michael Powell, convergen en la extraordinaria obra maestra de Michelangelo Antonioni, Blow-Up. Antonioni desarrolla su trama en el recuerdo de una noche de verano, en la seducción por descubrir o en la involuntaria presencia de la suerte con un suceso. La cinta entrelaza el voyeur, el arte, la obsesión, el crimen, el suspenso y la suposición que como una condena es asumida por el persona que tras tomar una fotografía, comienza a deducir si ha capturado detrás de la imagen la escena de un asesinato.
Protagonizada por David Hemmings, Blow-Up es una exposición que resplandece del sonoro negativo revelado como un enigma. De hecho, la banda sonora sólo se escucha cuando se acciona algún dispositivo, sea el reproductor de discos o la radio; de otra forma, el sonido sólo habita la mente del protagonista y sus deducciones. Provocadora, revolucionaria, seductora, la película de Antonioni evoca e invita a adentrarse en los submundos de la cultura y de la contracultura de la década que nace, de una lente que captura no sólo la curiosidad sino el trasfondo del imaginario que es capaz de expandirse como una burbuja o como el mismo revelado cuando vierte el claroscuro en el color.
4. TAXI DRIVER (Taxi Driver) 1976
Dir. Martin Scorsese
Un trabajo que hace de los recorridos por la urbe de hierro un hastío cotidiano, un viso que reflejaría con fidelidad lo que décadas atrás había descrito la obra maestra de Federico García Lorca en su poemario Poeta en Nueva York, un viso sobre ruedas de las noches bulliciosas y a la vez solitarias que albergan los sueños y las resignadas caminatas de los transeúntes por la gran ciudad; una obsesión, su cometido y la transformación de las intenciones vestidas en la perturbación, la realización y el heroísmo involuntarios, son algunas de las imágenes que pudieran describirse al agitarse los sentidos en la cinta que consagró al joven Martin Scorsese. Protagonizada por Robert De Niro en una actuación monumental pletórica de histrionismo, esfuerzo físico y complejidad psicológica, la cinta cuenta también con las poderosas actuaciones de una pequeña Jodie Foster y de Harvey Keitel, quien había actuado en la ópera prima de Michael Scorsese, Who is Knocking at my door? (1967) y hecho mancuerna previamente junto a De Niro en la magnífica Main Streets (1973).
Taxi Driver es la oda más violenta y seductora de su tiempo sobre la ciudad neoyorquina; presenta la historia del chofer de taxi Travis, quien se obsesiona con impactar a una chica que ha conocido y que, interpretada por Cybill Shepherd, forma parte de la campaña electoral de un candidato. Su mente da vueltas entre el enamoramiento obsesivo por la chica y el magnicidio del candidato para llamar su atención, y la conciencia liberadora que surge en él al tiempo que, andando la satisfacción de la libido en las calles, advierte el peligro que una adolescente vive ante la coerción de la trata sexual. Las secuencias icónicas presentan soliloquios míticos de la cinematografía universal: “¿Estás hablando conmigo?” (Are you talking to me?) se convirtió en una de las más reconocidas líneas de guión alguno, y la banda sonora de Bernard Hermann es un compás que acompaña las idas, venidas, giros y vueltas del taxi mientras el personaje mira de reojo por su retrovisor. El final, uno de los más impactantes en la historia del cine, fundacional sin duda de los años 70, una suerte de azar inadvertido, un giro del destino, una vuelca de la fascinación que sólo puede acontecer en las grandes ciudades donde “somos un punto entre millones de puntos” (E. Surco).
3. MARÍA CANDELARIA (María Candelaria) 1943-1946
Dir. Emilio Fernández
Obra maestra de Emilio Fernández (una de las varias que posee su registro), pieza clave en la denominada época de oro del cine mexicano, María Candelaria, también conocida como Xochimilco, es un intenso drama que retumba en los ecos de la mexicanidad dibujada por el México posrevolucionario. Situada en los albores del siglo XX, antes de la Revolución mexicana, en pleno porfiriato, María Candelaria narra su tragedia de amor, odio y destino a través de una pintura, el lienzo de una mujer indígena de cuyo pasado el autor no quiere hablar, quizá porque el pincel con el que ha coloreado sus labios carmesí lleve la sangre misma de la historia.
Extraordinariamente fotografiada en blanco y negro por el maestro Gabriel Figueroa, María Candelaria redefinió el imaginario mexicano; la historia de amor que detalla es una ópera de dolorosos confines, la expresión misma de un pueblo que vive entre el dolor, la esperanza, la vida, la muerte y la desventura sólo acariciada por unos rayos de sol, por las flores, por el agua, por la brisa. Dolores del Río como María Candelaria y Pedro Armendáriz como Lorenzo Rafael, conforman el pilar de la cinta y catapultan su mítica relación laboral al olimpo de las parejas de ficción del cine mexicano.
Realista, cruel, pintoresca e intencionalmente maniquea en la construcción de sus héroes y villanos, desde lo individual hasta lo social, desde el prejuicio hasta la condena de un castigo impuesto por el contexto, Emilio Fernández narra la historia de una mujer que sufre por el simple hecho de ser hija de una prostituta, sin derecho alguno a la redención ni al amor. Entre la inocencia y la maldad, entre el amor de una pareja y el odio de una sociedad, entre la esperanza de los amaneceres y la finitud de la noche, María Candelaria se filmó en 1943, pero recibió la Palma de Oro en la edición inaugural de 1946.
2. APOCALIPSIS AHORA (Apocalypse Now) 1979
Dir. Francis Ford Coppola
Considerada por muchos críticos, cinéfilos e historiadores como quizá la mejor película que haya ganado la Palma de Oro del Festival de Cannes, Apocalipsis ahora es, seguro, la más reconocida en los últimos años. Una pieza de arduo trabajo creativo y artístico, que derivó en un apasionante viaje fílmico que casi retira a su director, Francis Ford Coppola, al menos lo dejó prácticamente en bancarrota, y que lo mismo causó un infarto a Martin Sheen que sufrió el descontento de Marlon Brando con Dennis Hooper. Apocalipsis ahora es una obra fílmica imponente, cúspide del cine estadounidense de los años 70, y una lograda visión del dolor, de la incomprensión, de la desesperación y de las atrocidades de una guerra que marcó a una generación.
La guerra de Vietnam no fue vista como la palestra que desarrolla una película, la película misma es vista como la guerra. Apocalipsis ahora podría describirse como un dantesco viaje de su director por cada minuto que apreciamos en pantalla, una pesadilla técnica y de la naturaleza que parecía que no vería la luz del proyector y que cautivó e impresionó a la audiencia de su época y que hoy en día sigue siendo valorada, revisitada y estudiada en las escuelas de cine del mundo.
Apocalipsis ahora narra la historia de una búsqueda, la de un traidor renegado, un extremo patriota que describe la guerra como el horror (que, irónicamente, él personifica), el coronel Kurtz, encarnado en la piel del gran Marlon Brando. La fotografía de Vitorrio Storaro, a la que denominaría de “macabra belleza” (E. Surco), está pletórica de cobrizos horizontes y de un sol que parece derramarse sobre la jungla, mientras las ráfagas de las metrallas y el combustible de los helicópteros ahuyentan los disparos y los gritos que provocan, abraza con una fuerza cinematográfica la transformación de su protagonista, el Capitán Willard, interpretado por el ya citado Martin Sheen. Ganadora de la Palma de Oro, esta película legendaria gravita como una muestra del canon cinematográfico de Francis Ford Coppola, y como una de las mejores películas jamás filmadas.
1. LA DOLCE VITA (La Dolce Vita) 1960
Dir. Federico Fellini
Si una imagen ha quedado grabada para la posteridad en la historia de la cinematografía universal, esa es sin duda la enorme, brillante y evocadora secuencia que muestra a la bella Anita Ekberg al interior de la Fontana di Trevi. Un recorrido a través de Roma, la ciudad eterna en la que converge la aristocrática sociedad que prevaleció en la posguerra, la imaginación surrealista del encanto y la fascinación del amor y la felicidad. 7 son los días y 7 las noches que dura el periodista Marcello Rubini, interpretado por uno de los símbolos actorales más reconocidos del cine mundial y del Festival de Cannes en sí, Marcello Mastroianni. Un prólogo, un interludio y un epílogo conforman la terciada estructura de la cinta, que incluye una serie de episodios líricos entre la farándula, el arte y el descubrimiento.
Filmada en la Cinecittà, hogar de muchas de las más prestigiosas películas del cine de oro italiano, La Dolce Vita explora la vida nocturna de Roma, la doble moral de la sociedad romana, los dejos indolentes de la guerra, la burguesa vida de un sector de la población que convive entre los artistas que van desde escritores hasta estrellas de cine. La opulencia aspiracional de una parte de la sociedad contrasta con la miseria y la pobreza de una ciudad en ruinas que se configura en una nueva etapa.
Lo sagrado y lo profano habitan una misma ciudad; para Fellini este combo de juramentos, deidades y personalidades ofrece una sátira social y la irónica visión del imaginario italiano y europeo de la época. La develación de una estatua es la guía que anuncia el principio y el fin de la trama, y un intermedio que prevalece al mirarse en los anteojos negros de Marcello. Una diosa en la fontana, un andarín bohemio y una estatua velada, configuran un caleidoscopio multifacético y artístico. Los ángulos de Otello Martelli en la cámara, la música del sublime Nino Rota, la edición de Leo Catozzo y en especial la polifacética, entusiasta y carismática actuación de Mastroianni, brindan a La Dolce Vita esa áurea de símbolo referencial de un director, de una época y de un festival.
* Iván Uriel Atanacio Medellín. Escritor y documentalista. Considerado uno de los principales exponentes de la literatura testimonial en lengua hispana. Sus novelas El surco y El Ítamo (Universidad Veracruzana, 2015), que abordan la migración universal, han sido estudiadas en diversas universidades a nivel internacional. Dirigió los documentales La voz humana y Día de descanso. Es Director Editorial de Filmakersmovie.com.