Mucho se habla en el mundo del incremento del islam (la religión destinada a convertirse en la más numerosa del mundo) o del creciente ateísmo, y menos se menciona la que tal vez sea la postura que más rápido está creciendo en el mundo en este sentido: personas que se definen como "espirituales pero no religiosas". Una encuesta del Public Religion Research Center mostró que, en Estados Unidos, el 18% de los individuos se definen de esta manera. Estas personas, según la encuesta, tienden a ser más liberales, su actividad espiritual más socorrida es escuchar música y ayudan más a los demás (esto lo comparten con las personas religiosas).
Evidentemente, este grupo de personas busca deslindarse de lo religioso sin dejar de lado lo espiritual, como si obtuvieran el jugo y tiraran la cáscara, o al menos esto es lo que suele creerse. La religión ha tomado en los últimos siglos un mal nombre, y esto cada vez es más pronunciado. Esto se debe en parte a los crímenes que se han realizado en nombre de tal o cual fe, a la ciencia que ha difundido una poderosa narrativa que parece marginar o invalidar las creencias metafísicas y seguramente también a la incapacidad de las grandes religiones, particularmente del cristianismo, de actualizar su dogma y refrescar sus misterios. Todas las religiones que han sobrevivido en el tiempo lo han hecho, en gran medida, porque han podido evolucionar y adaptarse a nuevas culturas. Por otro lado, la pérdida de prestigio de las grandes religiones y la inverosimilitud de las viejas narrativas religiosas no quitan que el ser humano tenga una sed espiritual y que lo religioso sea fundamental para el desarrollo moral, estético e incluso para la salud del ser humano. Como notó Carl Jung con sus pacientes, la espiritualidad -específicamente, tener experiencias numinosas- ayuda enormemente para encontrar sentido en la vida y esto, a su vez, se traduce en bienestar, como podemos ver en las estadísticas de la encuesta mencionada. El 61% de los individuos espirituales pero no religiosos dice estar satisfecho con su vida; esto sube en el caso de los espirituales y religiosos al 70% y baja al 53% en el caso de aquellos que son religiosos pero no espirituales; las personas que no son religiosas ni espirituales sólo alcanzan un 47% de satisfacción.
Las diferencias entre espiritualidad y religión en realidad no son muy claras. En lo restante de este artículo exploraremos cómo se entienden estos términos y propondremos algunas definiciones funcionales. El término espiritualidad, como nota el teólogo Raimon Panikkar, es relativamente nuevo, ya que se empezó a usar en Francia a principios del siglo XX ("spiritualité": no confundirse con el "espiritismo", popular en el siglo XIX). Las palabras no son cosas estáticas, sino que más bien son modos dinámicos de aprehender la realidad y comunicarla y esto hace que, como nota también Panikkar, en ocasiones algunas palabras se desgasten y erosionen. Esto es lo que ocurre con la palabra religión. En cierto sentido, la espiritualidad es una forma de decir lo mismo sin evocar lo negativo que se asocia con la religión. En su texto Espiritualidad hindú, Panikkar, quien fue uno de los más brillantes proponentes del diálogo interreligioso, señala: "Una buena parte del mundo moderno ya no se considera 'religiosa' por las connotaciones de dogmatismo e institucionalización que esta palabra ha ido adquiriendo sobe todo en Occidente". De aquí que espiritualidad adquiera una acepción con la que se busca evocar "el camino concreto que pretende llevar al hombre hasta su último fin" y no "la elucubración teórica" sobre este camino, es decir, la discusión teológica o el dogma propios de la religión. La espiritualidad quiere ser una praxis y diferenciarse de una (orto)doxia. Esto, al menos, es lo que idealmente pretende.
Panikkar ensaya una definición para espiritualidad. Respetando la etimología, la espiritualidad es "aquella expresión humana que, superando la antropología dualista (cuerpo/alma), se deja impregnar, o mejor dicho vivificar, por el Espíritu...". Habría que definir entonces "espíritu", y si nos atenemos a lo literal (que en ocasiones es lo más profundo), "espíritu" (al igual que pneuma) tiene que ver con el aliento o la respiración y con la idea religiosa de que existe una chispa o energía divina que es lo que vitaliza a la naturaleza. La persona espiritual es aquella que se deja impregnar o incluso guiar y hasta arrastrar por este principio energético (cósmico o divino) que hace participar a todos los seres vivos en una misma difusión de vida. Esta definición nos acerca a un naturalismo, lo cual es apropiado para el sentir del hombre moderno, quien busca su espiritualidad en la naturaleza, y más aún, siente su carencia justamente en su predominante sensación de separación de la naturaleza. La espiritualidad pude ser esta (re)conexión con el origen, con la naturaleza primordial, con su energía y con su fuerza no sólo dadora de vida sino dadora de sentido.
Ahora veamos lo que significa religión o religiosidad. Panikkar nos dice, de nuevo apelando a la etimología, que "religiosidad" es "aquella actitud del ser humano que es consciente de su 'religación' a toda la Realidad, tanto de la divina como la cósmica y la humana, y que cristaliza en formas dependientes de las culturas en que se vive". Vemos que existe una similitud en el sentido de que lo religioso es sobre todo aquello que religa o reconecta con una realidad más profunda o verdadera, ya sea humana, cósmica o divina. De alguna manera, el entendimiento que le hemos querido dar a la espiritualidad, de que ella nos reconecta con la naturaleza a través de las sensaciones energéticas o de las diferentes manifestaciones del espíritu -entre las cuales podemos añadir el arte-, tiene una similitud con esta idea de religiosidad, lo cual no es extraño ya que, como hemos dicho antes, "espiritualidad" es un término que ha sido enarbolado expresamente como reemplazo. Por otro lado, la definición de Panikkar de religiosidad incluye, interesantemente, una dependencia a las culturas en las que se vive y por lo tanto, nos sugiere un sentido comunitario, una colectividad. En esto podemos diferenciar a la espiritualidad de la religión -aunque no de manera categórica y excluyente-: la espiritualidad puede y suele hacerse individualmente, como experiencia personal; lo religioso también puede (y debe) hacerse individualmente, pero generalmente implica una práctica en conformidad con una tradición específica y posiblemente con una organización comunitaria. En esto nos podemos apoyar en la encuesta citada, donde se muestra que las personas "espirituales pero no religiosas" suelen mantener una ligera conexión con algún tipo de fe organizada pero no llevan regularmente a cabo sus prácticas.
La impresión que nos deja esto es que la fuerza y la virtud de la espiritualidad son también su detrimento y su vicio. La espiritualidad tiene la ventaja de aparentemente no promover lo que ha sido llamado "la mente de masas", una conciencia de rebaño, el sueño opiáceo denunciado por Marx. Esta es la reacción sana a los movimientos totalitarios del sigo XX y al adoctrinamiento fanatizante de los grandes monoteísmos. La espiritualidad es el modo religioso del individualismo. Pero debemos hacer una corrección y una advertencia en este sentido. Y es que la espiritualidad moderna secular se enfrenta con una propaganda que se disfraza como una ausencia de ideología y dogma, promoviéndose meramente como el ejercicio de la libertad. La espiritualidad moderna, incrustada en la economía de mercado, no está libre de intenciones ocultas, de taimadas agendas, de manipulaciones emocionales y de innovaciones de control mental que incluso han adaptado formas de magia en nuevos formatos, como bien notó el profesor Ioan Petru Couliano, quien mostró que el pensamiento mágico de Giordano Bruno fue resucitado por la publicidad moderna y su manipulación libidinal (Adam Curtis, por otro lado, ha demostrado como la publicidad ha utilizado las teorías de Freud del inconsciente para manipular subliminalmente a los consumidores). Lo religioso no se va fácilmente del entorno: el ser humano necesita de los aspectos positivos de la religión, pero por otro lado, no se puede liberar de los aspectos más oscuros de la religiosidad y del pensamiento mágico, puesto que éstos lo persiguen transformados en "espectros" seculares: en algoritmos y hechizantes imágenes electrónicas. Una de las consecuencias de esto es que la espiritualidad, más que la religión (que suele estar ligada a mecanismos más rústicos), se presenta en gran medida como un objeto de consumo, como un "materialismo espiritual", como bien lo llamó Chögyam Trungpa. El efecto principal de esta espiritualidad de consumo es que las personas consumen experiencias espirituales efímeras -puesto que la maquinaria económica necesita que las cosas sean desechables, que tengan una "obsolescencia programada"- y no logran profundizar en las prácticas religiosas que a fin de cuentas son las fuentes originales de toda espiritualidad. Se suelen quedar con versiones superficiales, lite o diluidas para la comodidad y el fácil consumo. Esto da lugar a la espiritualidad new age. La espiritualidad new age parte de la premisa de que en este "nuevo eón" el ser humano ejerce su práctica espiritual de manera individual e independiente, sin dogma y demás. Ya no necesita "postrarse a los pies de loto de un gurú", la información es libre y puede simplemente seguir su camino como quien lleva a cabo su propio proyecto empresarial, siendo este proyecto su autorrealización. El efecto de esto es que este tipo espiritualidad suele no ser mucho más que una inflación del ego. Eso o una confusa retahíla de estrambóticos conocimientos salvíficos sin mucho fundamento, una selva mental de seres galácticos interdimensionales, cristales vibracionales y delfines telepáticos -al menos la religión tradicional se apoya en conocimientos que por alguna razón, generalmente por su consistencia moral arquetípica, han logrado superar el paso del tiempo-.
Muchas de las personas que se definen como espirituales pero que no practican realmente una religión (que no hacen sadhana) se mantienen en una zona de lugares comunes: sienten que todo es uno, que todos están conectados, que existe algo más allá, que todo es energía, que el amor es la fuerza universal, etc. Todas estas cosas son difíciles de refutar y ciertamente son creencias positivas, pero parecen ser vagas aproximaciones, clichés, conocimientos prestados o atisbos paroxísticos fruto de experiencias psicodélicas irreproducibles (sin los efectos de la sustancia). Una de las cosas que tiene una religión o una longeva tradición espiritual es que cuenta con un lenguaje especializado muy preciso y con una serie de etapas puntuales y de mecanismos para evaluar los logros de los practicantes. Una persona puede creer que ha alcanzado la iluminación después de un fin de semana en un taller de sexo tántrico o fumando veneno de sapo psicodélico, pero su experiencia no tiene ningún soporte. En cambio, en una religión como el budismo, se tienen que atravesar diferentes etapas; por ejemplo, alcanzar el estado de shamata, el cual está perfectamente definido y puede ser evaluado por un maestro (consiste en la concentración unipuntual de la mente por tiempos que requieren de años de meditación). Y luego existen muchas otras etapas, ya que esto no es el final del camino, ni mucho menos. Tal vez esto es muy anticuado y realmente los tiempos han cambiado y ahora las personas no necesitan de tanto aparato teórico, ni de tanto compromiso y devoción, y pueden pescar un espíritu divino en un taller o en Internet y alcanzar un atajo. No estoy seguro, pero creo que por lo menos es necesario reflexionar sobre esto más a fondo. El ser humano necesita de un sentido existencial para poder vivir plenamente, y probablemente no haya nada más efectivo que una experiencia numinosa (religiosa o espiritual) para proveer sentido o significado. Surge entonces la pregunta sobre si buscar lo numinoso a través de una espiritualidad personal o de una práctica religiosa tradicional. Evidentemente no hay una división tajante entre estas dos alternativas; la mayoría de las veces se traslapan y entrelazan e incluso complementan. Pero puede que la duda surja, y muchos tendrán la necesidad de definirse, e incluso podrán sentirse inquietos e incómodos de pertenecer a una "religión". Querrán practicar la liberalidad de su pensamiento, no ser controlados, y no someterse a los dogmas revelados o a las intuiciones de un maestro en el que no confían del todo, porque ellos mismos no han experimentado lo que se les dice. El camino de la espiritualidad personal parece ser el más afinado para la mentalidad occidental moderna, pero está por verse si es el más efectivo. Aunque las condiciones son particulares, quizás la cuestión sea universal e históricamente constante, y se trate del delicado balance de conciliar un sano escepticismo, una autonomía (apoyado en el ejercicio del pensamiento crítico individual) y una capacidad de soportar el vacío con el poder transfigurador de la fe en algo superior y el apoyo de una comunidad.
Twitter del autor: @alepholo