En la época actual -dominada por el materialismo científico- existe mucho escepticismo sobre la posibilidad de que el ser humano alcance la iluminación (o el despertar o la liberación). Sin embargo, a lo largo de la historia, las diversas tradiciones filosóficas y espirituales han considerado como un hecho evidente que la iluminación es posible y que han existido numerosos hombres que han alcanzado este estado, que es, a grandes rasgos, la libertad total del sufrimiento a partir del correcto entendimiento de la realidad. No sólo Cristo o Buda, sino muchos más: santos, bodhisattvas, tzadikim, etcétera.
Para las tradiciones que se originan en la India la iluminación no es un hecho milagroso, ni esencialmente trascendente, sino que es simplemente el logro de un estado de sabiduría o verdad que libera de las ataduras del mundo. Se trata, por supuesto, no de una sabiduría intelectual sino de una sabiduría que es un modo de ser: al conocer, uno se convierte en lo que conoce. El ser humano deja de ser un individuo y se convierte en la esencia que es la verdad misma; en el amor, por ejemplo, deja de ser alguien que ama, y es la pura llama del amor. El universo, se enseña, no es una procesión de objetos materiales inertes, es esencialmente sabiduría o conciencia. Es por esto que la palabra que se ha utilizado para traducir este estado de iluminación en inglés es "realized": un ser iluminado es quien ha hecho real en sí mismo esta sabiduría, quien ha actualizado la verdad en su vida.
Por otro lado, hay que mencionar que el uso de la palabra iluminación obedece también a la identidad que existe entre la luz y la inteligencia en todas las culturas. El fiat lux, el acto creador de Dios, es una luz, un rayo, pero también es una palabra o un pensamiento (no son dos cosas). Coinciden los doctores de la Iglesia con Platón en que el mundo fue hecho en y con el intelecto (o la razón, el Logos). En la cábala, el universo mismo es visto como la difusión de la luz de Ein Sof o Aor Ein Sof: en realidad, todo lo que existe no es más que esa luz y nuestros mismos pensamientos son sólo esa luz que confundimos con una identidad separada.
La tradición mística cristiana no es distinta en esto, recordemos el "la verdad os hará libres" de San Juan. O Meisner Eckhart, quien nota que entender y ser son lo mismo -entender la divinidad es anularse, dejar de ser un hombre, y ser dios-. Asimismo, existen numerosos escritos místicos que sugieren que el acto de divinización (teosis) es algo que es accesible para el ser humano en vida -por supuesto que, para esto, debe abandonar todo lo mundano y su propio yo-.
Asimismo, en la mayoría de las tradiciones místicas, la iluminación no sólo es algo posible para todo ser humano; es, de hecho, la naturaleza más íntima y verdadera de todo ser. En el budismo esto se expresa con la noción del tathagatagarbha, embrión o esencia de Buda en todas las cosas. Una vez que todas las obstrucciones adventicias se eliminan -como limpiar una ventana del polvo que tiene- se manifiesta claramente lo que siempre es: la budeidad. Existen ejemplos similares en otras tradiciones, y en general en todas hay esta noción de que la verdadera espiritualidad no es agregar algo a lo que somos -una conquista de un estadio ulterior- sino más bien eliminar la confusión y la ignorancia que nos impide ver la realidad que somos, que es libre y dichosa.
En términos más actuales, tenemos el caso de la psicología jungiana, donde lo equivalente a la iluminación es la individuación que requiere de enfrentar y explorar la propia sombra para de esta forma reconocer la totalidad de la existencia en el alma. La sombra, se dice, llega hasta el infierno. Todos los seres humanos somos Cristo, pero también Hitler y Lucifer. En la historia del rey Arturo y sus caballeros, en su búsqueda del Santo Grial, cada uno decide buscar en "la parte más oscura del bosque". No sólo debemos afrontar nuestros miedos y demonios; debemos reconocerlos e integrarlos al crisol, al grial de nuestra alma. Es en esta integración de la luz y la oscuridad que se produce el ser completo, el héroe realizado. Al hacernos verdaderamente uno, al individuarnos, nos hacemos el todo. Al hacer esto, microcósmicamente, redimimos a la totalidad del universo. Encontrar verdaderamente nuestra alma, nuestro Selbst, es lo mismo que encontrar a Dios.
Si bien existe entre las religiones de la India la noción de que vivimos en una época de decadencia religiosa -Kali Yuga-, que se caracteriza por el materialismo, alejado de la verdad -el Satya Yuga-, el solo hecho de que las tradiciones continúan es un indicio de la posibilidad de la iluminación. En el siglo XX vimos muchos casos sonados de santos en la India que eran visitados por seguidores y curiosos de todo el mundo, como Nisargadatta Maharaj o Sri Ramana Maharshi. Antes fueron reconocidos más o menos unánimemente Ramakrishna y Meher Baba (quien, por otro lado, se dedicó a reunir a una serie de masts o personas que vivían intoxicadas por dios) y otros más. En la tradición budista tibetana, al menos en teoría, los tulku (los "rinpoches"), maestros bodhisattvas que reencarnan libremente para enseñar y guiar hacia el despertar, son maestros que han alcanzado el despertar o iluminación en vidas previas. Sin embargo, como ha dicho Dzongsar Khyentse Rinpoche, la institución de los tulku está tan corrupta y hoy en día muchos de los tulkus son fraudes, pero por otro lado, alguno de ellos no lo son. Un caso de un tulku que, al menos para sus numerosos alumnos -muchos de ellos son maestros actualmente en Estados Unidos-, encarnó el estado de iluminación, fue el vidyadhara Chögyam Trungpa Rinpoche. En el zen la transmisión de los linajes, como el Soto de Dogen, implica la continuidad o transmisión de ese estado de iluminación que alcanzó Mahakashyapa directamente al comprender la enseñanza del Buda, el silencio y la flor.
En la tradición sufí se habla de que en toda era hay cinco qutbs, cinco seres espirituales que han alcanzado la realización, los cuales mantienen el balance espiritual de la Tierra. Estos qutbs son considerados los "líderes de la escalera de santos" y los mediadores entre lo divino y lo humano, depositarios de una tradición ininterrumpida y garantes de que se mantenga en la tierra la luz divina.
En el judaísmo místico existe la misma noción. Se habla de que en todo momento existen 36 tzadikim (los justos, los sabios) que son también los que permiten que el mundo siga existiendo. Se les llama "tzadikim nistarim" (los tzadikim ocultos) y son quienes siempre están recibiendo en el mundo a la Shekinah, la presencia divina. Estos tzadikim están dispersos secretamente por el mundo. En algunas versiones se dice que ellos no saben que son parte de los 36. Son héroes anónimos de la energía divina que mantiene al mundo en curso.
En cierta forma estas nociones recuerdan la idea de la teosofía de la Gran Fraternidad Blanca y los diferentes maestros ascendidos que interactúan con ciertos seres humanos. En este caso, sin embargo, como ocurre también con la idea de Shambhala, estos maestros iluminados existen en un plano que no puede ser percibido por seres humanos ordinarios; son aquellos elegidos los que pueden percibirlos y los cuales diseminan sus enseñanzas. Esta creencia, sin embargo, está mucho más fincada en el new age y en la especulación mística, que en tradiciones ancestrales que han mantenido no sólo estas nociones sino las prácticas y el sistema de conocimiento que permiten acceder a lo que enseñan.
Evidentemente, aceptar la noción de que existen seres iluminados en primera instancia es solamente un acto de fe. Es posible que una persona pudiera estar ante otra persona que ha alcanzado la liberación y el despertar y no pudiera reconocerla o percibirla y entenderla. Y, de hecho, sería prácticamente imposible que una persona que no ha purificado y cultivado su mente sea capaz de apreciar la mente de una persona que está iluminada. De la misma manera, una persona que no conoce matemáticas no puede determinar si una proposición matemática -la resolución de una compleja ecuación y demás- es cierta, a menos de que ella misma aprenda el lenguaje de las matemáticas. Mientras no lo haga, solamente podrá tener fe en que las fórmulas matemáticas describen algo verdadero.