En los salones suelen sobresalir dos tipos de estudiantes por sus excelentes calificaciones: los disciplinados y constantes, cuyo esfuerzo los lleva a superar al profesor, y aquellos alumnos que al nacer ya lo habían superado. El prodigio que representa un ser humano con capacidades intelectuales superiores es motivo de curiosidad y misterio. Sobre todo, surge la interrogante respecto a cuánto de su genialidad es producto del entorno en que ha sido educado y si acaso una persona promedio puede aspirar a sus conquistas con base en dirección y perseverancia.
El programa Estudio de la Precocidad Matemática Joven (SMPY, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Vanderbilt se ha dedicado desde 1972 a rastrear las habilidades y la carrera profesional de más de 5 mil genios. El propósito es mejorar la comprensión de sus necesidades y las causas que determinan los desarrollos profesionales tan disímiles que llegan a tener.
Los genios que monitorea este programa fueron elegidos por haber conseguido colocarse antes de los 13 años en el 3% más alto de los resultados del SAT, el examen diseñado para ingresar a la educación superior en Estados Unidos y el cual evalúa la habilidad matemática y lingüística. El SMPY encontró que las cualidades que distinguen a estos genios son la capacidad para resolver problemas matemáticos novedosos y una intensa memoria y percepción de los objetos en el espacio. Con estos atributos las nuevas generaciones pueden enfrentarse a los retos que representan ya un riesgo para la civilización: el cambio climático, los fundamentalismos, insospechadas enfermedades, etcétera.
Sin embargo, los atributos de la superinteligencia no bastan para forjar a los líderes del mañana. El SMPY también ha analizado la influencia del ambiente. Las instituciones y la sociedad que alberga al genio deben permitirle su desarrollo, como saltarse 1 año del curso. Los niños superinteligentes que han tenido esta oportunidad tienen 60% más de probabilidad de conseguir un doctorado que otros niños con la misma capacidad.