En los trabajos de oficina, principalmente, se han expandido como epidemia la procastinación, el desorden y la mala organización, la apatía y la falta de compromiso por ejercer una profesión con la que en algún momento nos identificamos. A estos padecimientos se suma la obligación diaria de rendir al máximo, superar a los demás y a nosotros mismos, con el fin de merecer raquíticos aumentos para pagar deudas o hipotecas. El diagnóstico final es que los trabajadores padecemos un cuadro de angustiosa sobreexplotación de nuestras propias capacidades, cuando la solución quizá sea únicamente emplearlas con más inteligencia.
Algunos autores expertos en productividad recomiendan, con toda lógica y buena voluntad, cambiar los vicios que entorpecen nuestras labores. Levantarse al despuntar el alba, tomar alguna bebida estimulante, trabajar conforme a la prioridad de las tareas pendientes, calendarizar, enlistar, organizar juntas con mínimo 15 días de anticipación.
El control de las tareas y una buena organización sin duda contribuirán a un mejor desempeño, pero no tendrán un impacto significativo al menos que cambiemos nuestra concepción de la productividad y el rendimiento. Estamos acostumbrados a pensar que trabajamos como máquinas, de modo que a mayor tiempo y esfuerzo invertidos, mayor deberá ser nuestra retribución. Sin embargo, se cuenta que un emperador chino pidió al gran artista de su reino un dibujo; el pintor pasó 15 años sin dibujar nada, hasta que de un solo trazo terminó el encargo en sólo 5 minutos. ¿Cuánto tardó en hacer el dibujo, 15 años o 5 minutos?
Mark Manson, autor de El sutil arte de que no te importe nada, ha extraído importantes lecciones de su propia experiencia al escribir su libro. Su primera recomendación es reconocer que los procesos y tiempos de cada persona son únicos. A pesar de los buenos consejos, cada quien debe tomarse la molestia de indagar qué rutina, qué horarios, cuáles ritos evitan la procastinación y la angustia.
En segundo lugar invita a abandonar la "religión de la talacha", es decir, suponer que el trabajo es lineal, que el sudor hace rendir mayores frutos. Al contrario, cuando se trabaja cansado, la mayoría de las tareas que requieren nuestras capacidades sociales o intelectuales suelen arrojar retribuciones mínimas, cuando no retribuciones negativas (aquellas que después representarán mayores problemas). En el caso de Manson, durante el primer año de escritura de su libro, se dio cuenta de que las páginas redactadas después de las primeras 2 horas normalmente no servían o servían poco, y que aquellas escritas después de la cuarta hora de trabajo eran contraproducentes, pues implicaban redactar y editar buena parte de lo escrito anteriormente. Manson nos invita a detectar la resistencia de nuestras capacidades intelectuales, para detenernos ahí donde empieza la fatiga.
También existen “aspectos palanca”, rasgos del trabajo laboral cuya mejora puede cambiar sustancialmente el rendimiento, y viceversa. Esto puede ser desde la capacitación hasta la actualización de un software. Uno de estos “aspectos palanca” es, muchas veces, el descanso; reconocer que podemos delegar responsabilidades, confiar en las colaboraciones. De este modo es posible tomarnos una pausa china de 5 minutos o 15 años, para incentivar la creatividad.