¿Quién podría haber imaginado que la inmediatez de la información, esta que se genera con la accesibilidad al Internet, causaría grandes consecuencias en la sexualidad y la literatura? Si bien los avances tecnológicos facilitaron la comunicación en muchos sentidos, también afectaron la manera en que se vivía el amor, el erotismo y la sexualidad. De alguna manera, se perdió su trascendencia en la cotidianidad, se banalizó hasta convertirse en un objeto más a conseguir y a perder.
Antes, previo a la llegada del sexting, estaban las cartas que debían recorrer una larga distancia y, como requisito elemental, contener cierta creatividad provocativa. Sin fotografías de rápido acceso ni respuestas inmediatas, las cartas eran una práctica importante para fomentar tanto el erotismo como la imaginación literaria.
¿Quién es capaz de escribir como el escritor irlandés James Joyce a su esposa Nora Barnacle sólo para volverla a seducir?
¿O la erótica literaria de Frida Kahlo para su Diego?
¿Y qué decir de las cartas que la artista Georgia O’Keeffe mandó al fotógrafo Alfred Stieglitz en 1922?
Finalmente, las cartas que el escritor Henry Miller envió a su homóloga Anaïs Nin: