'Pozoamargo': una reflexión cinematográfica sobre la culpa que construye el catolicismo

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa… repiten al unísono y en voz baja los habitantes de Pozoamargo mientras se dan golpes de pecho en misa. El protagonista de la película homónima, Jesús, ha llegado a ese remoto pueblo de España empujado por el mismo sentimiento: luego de enterarse de que padece una enfermedad venérea y descubrir que la contagió a su esposa embarazada, la culpa le consume al punto de hacerlo huir de su hogar.

Pozoamargo (Enrique Rivero, 2015) se sirve del lenguaje de los símbolos para señalar, sutil pero contundentemente, la responsabilidad del catolicismo en la construcción social y patológica de la culpa, sobre todo en referencia a la sexualidad y el deseo. Es también, a decir de su director, una exploración de la oscuridad inherente en el ser humano. “Todos tenemos una sombra”, murmura en el tráiler José (Xuaco Carballido), y su tono tiene algo de ominoso, como si descreyera de la expiación o la considerara una búsqueda fútil o innecesaria.

Tras descubrir su enfermedad, y la condena que ésta supone para su esposa e hijo aún sin nacer, el protagonista (interpretado por Jesús Gallego en su debut actoral) se impone su penitencia. La culpa, desde la perspectiva judeocristiana, comienza por el reconocimiento del pecado pero implica también la obligación de pagar esa deuda moral y reparar así el daño provocado. En otras palabras, no hay culpa sin búsqueda de redención. Jesús se retira a la lejana soledad de Pozoamargo para pasar sus días como jornalero. La fotografía de Gris Jordana, impecable en composición e iluminación natural, hace un gran esfuerzo por enfatizar que como el Jesús bíblico, él también ha de vivir su propia tentación en el desierto.

Sin embargo, tomando distancia de dicho episodio de los Evangelios, Rivero parece asegurarnos que el hombre mortal está destinado a sucumbir cuando es tentado. Un símbolo de mal agüero es recurrente en los encuadres de la cinta: el cerdo, animal inmundo en el antiguo imaginario abrahámico, se hace presente en el paso de Jesús por el pueblo, como recordatorio constante de la impureza que debe ser limpiada.

La tentación se manifiesta en el camino de Jesús bajo la forma de Gloria (Natalia de Molina), una joven liberal e irresistible. El encuentro con ella lo hace caer en su infierno personal, es decir, en el fracaso en la búsqueda del ideal cristiano de vida pura y recta.

Donde Cristo tiene éxito, la humanidad parece condenada a fracasar, víctima de su naturaleza siniestra –o quizá sea mejor decir: deseante. Entre la mirada implacable de la cámara y sus tomas largas, un desenvolvimiento parsimonioso y prolongados silencios, Rivero obliga al espectador a convertirse en el testigo de una penitencia que no por dolorosa es más útil para purgar al alma de su deseo. La pregunta, claro, es si eso es necesario o siquiera posible, si se puede arrebatar al alma algo que le es tan propio: desear.

Quizá no se suponga que lo hagamos. Más que someternos al peso de la propia cruz, podríamos encontrar una mejor vida abrazando nuestro propio deseo, lo cual implica también, ineludiblemente, conocer nuestras sombras.

 

Pozoamargo se proyecta en Cine Tonalá como parte del ciclo #MásCineMexicano, iniciativa para impulsar la distribución de producciones nacionales independientes. Puedes consultar las fechas y horarios de su presentación en este enlace.

 

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Twitter del autor: @Lalo_OrtegaRios​

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