Imagen: whistleblowerpolicy.org
Una de las palabras clave de inicios del siglo XXI ha sido "filtración". Una primera acepción indica un desborde o cuarteadura en la superficie de un contenedor. Cosas que se filtran: el agua, los migrantes ilegales, los refugiados, las modas, la información, los secretos turbios. WikiLeaks, Julian Assange y Bradley (hoy Chelsea) Manning en 2010 sobre los crímenes de guerra del ejército estadounidense contra iraquíes y afganos, Edward Snowden en 2013 sobre la NSA y el proyecto PRISM que administra la metadata de todas nuestras comunicaciones; 2016 y "John Doe" con los Papeles de Panamá, desbordaron la capacidad de las agencias de información más poderosas del mundo para contener información de la toma de decisiones que afecta la seguridad nacional no sólo de los Estados Unidos sino del mundo entero.
Desbordes, fallas de contención, ruptura de la cadena de mando, goteo que por sí mismo no produce "verdad", pero que facilita un análisis crítico de la información. "La carta robada" siempre está a la vista de todos.
Pero quien señala que la pieza que da conjunto al rompecabezas está ahí, a la vista de todos, es el whistleblower, palabra difícil de traducir en el contexto actual. Tradicionalmente indicaba a un soplón, un informante encubierto, y en ese sentido, a un traidor o agente doble. Whistleblow, "tocar el silbato", se corresponde figurativamente con dar la voz de alarma, con llamar la atención pública sobre una situación.
Lo secreto siempre opera desde una relativa invisibilidad que nunca es total e inaccesible del todo (el único sistema impermeable a filtraciones es el que no existe); siempre existen sospechas, fundadas o paranoicas, sobre las que las revelaciones dadas a conocer por los informantes entran en juego. En un ensayo acerca de la labor de los informantes, Snowden escribió que "un solo acto de whistleblowing no cambia la realidad", pues los "secretos de Estado" siguen siendo una coartada oficial de los gobiernos para no transparentar su funcionamiento. Sin embargo, el whistleblowing, el llevar a cabo la filtración de información sensible sabiendo que serás objeto de persecución y acoso legal e ilegal, probablemente por el resto de tu vida, es una decisión ética encaminada a darle al público herramientas para conocer aspectos de la toma de decisiones de gobierno que no siempre pasan por el ojo público.
La más reciente de estas filtraciones fueron los Papeles de Panamá, que vinieron, como todas las filtraciones que precedieron, a remarcar un hecho conocido de antemano: los empresarios y jefes de gobierno de virtualmente todos los países del mundo están involucrados en lavado de dinero y desfalco. El informante de dichas filtraciones, conocido únicamente por el sobrenombre de John Doe, escribió un texto donde explica sus motivaciones, y señala que dará a conocer más información secreta de las compañías extrafronterizas que lavan dinero.
Para John Doe:
la disparidad del ingreso es uno de los temas que definen nuestros días. Nos afecta a todos, en todo el mundo. El debate sobre su súbita aceleración ha estado encendido por años, mientras los políticos, académicos y activistas se muestran igualmente incapaces de detener su crecimiento sostenido a pesar de los innumerables discursos, análisis estadísticos, algunas magras protestas, y el documental ocasional. Aún así, la pregunta permanece: ¿por qué?, y ¿por qué ahora?
Pero en el caso de las filtracioens tal vez debamos diferenciar entre dos momentos de un mismo proceso, que no necesariamente son equivalentes. Edward Snowden afirma que existen "filtraciones" entrecomilladas que han sido autorizadas previamente, como las que aparecen en las biografías de antiguos jefes de Estado o generales del ejército, y que no ponen en riesgo operaciones secretas recientes o en curso. ¿Qué es entonces lo que vuelve aceptables ciertas filtraciones y punitivas otras? Para Snowden, "una filtración es aceptable si no es vista como una amenaza, como un desafío a las prerrogativas de la institución", ya sea la CIA, el Pentágono o una compañía aseguradora. Pero en cuanto la naturaleza de la información publicada amenaza con alterar el equilibrio de poderes --descentralizando o exponiendo un control excesivo por parte del gobierno-- las filtraciones se vuelven crímenes, y los whistleblowers se vuelven criminales. Es por eso que, para Snowden, "las divulgaciones no autorizadas son necesariamente un acto de resistencia", muchas veces un acto de conciencia y de oportunidad, pues "los informantes son elegidos por las circunstancias. No es en virtud de quién eres o de dónde vengas. Es una cuestión de a qué estás expuesto, de qué has sido testigo."
La palabra "testigo" me parece importante aquí. En el texto de Snowden se analizan muchos casos de informantes que estuvieron cerca de las cúpulas de poder, como Daniel Ellsberg, y en la punta más remota de ellas, como el soldado Manning; pero en uno y otro caso, ambos se vieron en la encrucijada entre hacerse de la vista gorda o hacer pública una situación injusta; esto es, que decidieron asumir un papel riesgoso y público con respecto a una injusticia "secreta", cometida en privado por quienes deberían defender a la gente. El informante decide convertirse en testigo de aquello que ha visto, primero frente a sí mismo y después frente al público. Una persona parca de conciencia bien puede pasar por alto (e incluso cometer) actos injustos desde su posición de poder en el gobierno o las empresas, gracias al pacto de impunidad de su propia línea de trabajo; el informante, en ese sentido, decide, por un acto volitivo, renunciar a la protección de esa estructura de poder y colocarse en una posición de riesgo y vulnerabilidad con el fin de informar a la gente sobre lo que ocurre tras bambalinas.
Quiero terminar con una breve anotación que tal vez se salga un poco del contexto de conspiraciones internacionales y fortunas millonarias resguardadas en algoritmos de las Islas Caimán, pero que tiene que ver con la relación entre el informante como testigo de conciencia. El 23 abril de este año la activista y escritora Catalina Ruiz-Navarro comenzó una campaña en Twitter para que las mujeres publicaran la historia de la primera vez que fueron acosadas o agredidas sexualmente, utilizando el hashtag #MiPrimerAcoso. Durante las siguientes horas (días, semanas), muchas mujeres y hombres se sumaron a una discusión históricamente relegada a los terrenos de la historia íntima y reprimida, a las narrativas que las familias se construyen para justificar la violencia sexual, y a la vista gorda de quienes debían cuidar a los niños de sus agresores. Una de las cosas que más me impactaron, además de la masiva participación en el ejercicio, fue el hecho de que la edad del primer acoso oscila entre los 5 y los 10 años. Me parece que la suma de historias dolorosas que se dieron a conocer gracias a este ejercicio es un elocuente whistleblowing al que la sociedad no debe permanecer sorda: hasta las urgencias del capitalismo global tienen sus niveles de prioridad, pero si nos informamos y discutimos acerca de la privacidad online, de lo que los gobiernos y agencias de inteligencia hacen con nuestra información, ¿qué haremos cuando salta a la vista el sexismo, el machismo y la violencia sexual cometida contra los niños? ¿Qué haremos además de, por principio, volvernos testigos?
El argumento que quiero construir es sencillo: una "revelación" no descubre ciertamente el hilo negro, sino que simplemente ofrece un contexto sobre el que podría montarse una acusación de algo que previamente sólo se tenía sospecha. Lo que Snowden y Manning destaparon con actos individuales que pusieron en riesgo sus vidas, las miles de mujeres que participaron compartiendo sus historias de #MiPrimerAcoso, deberían servir por lo menos como invitaciones para efectuar urgentes y profundos cambios de conciencia, además de como una elocuente demostración de que las acciones individuales positivas --y no sólo las negativas-- son capaces de impactar a la sociedad en su conjunto. El poder de estas revelaciones en sí mismo sólo se descubre cuando la sociedad las asume como una verdad incómoda con la que deben lidiar; si las filtraciones de corrupción pública o abuso sexual privado se asimilan al flujo imparable de los medios de comunicación, si son vistas como "noticias" sin más, corremos el riesgo de dejar pasar el potencial de cambio social que pueden traernos.
Twitter del autor: @javier_raya