¿Está en mí pero no soy yo?, ¿cómo pensar que eso llamado identidad siga intacto cuando el cuerpo padece y se transforma (cuando yo padezco y me transformo)?
Isaura Leonardo, "Los perros no duermen/Soy mi dolor"
La medicina moderna ha privilegiado el punto de vista del médico tratante por sobre el del paciente: las personas son reducidas a síntomas y complejos, a pruebas y estudios de laboratorio, mientras que la información y la vivencia del propio paciente ni siquiera parece causarle curiosidad a los médicos. Como muchos especialistas, la doctora Suzanne O'Sullivan se ha encontrado con casos clínicos donde la causa fisiológica de un dolor, una incomodidad o un síntoma no es discernible mediante pruebas, y donde el cuerpo parece funcionar adecuadamente. Pero el hecho de que no exista una causa aparente del dolor no hace que éste desaparezca.
En el ala de neurología del Royal London Hospital, O'Sullivan ha visto pasar a miles de pacientes que un día empezaron a sufrir desmayos, ataques epilépticos, cegueras fulminantes, y cuyas vidas cambiaron radicalmente de un momento a otro; pasaron de ser "personas sanas", como las define el establishment médico, a "pacientes", en un ejercicio de paciencia que desafía todo diagnóstico.
Esto hizo que O'Sullivan se especializara en padecimientos psicogénicos, es decir, que tienen su origen en la mente, "un área muy descuidada" según ella; a raíz de estas experiencias publicó el libro It's All in your Head. "Me pareció claro que nadie estaba hablando de estos problemas que son demasiado comunes, pero que no reciben atención de revistas médicas ni conferencias."
Pero los padecimientos de origen psicosomático no son una maldición ni una anomalía genética: según O'Sullivan la risa, el llanto, los arrebatos de ira o la tristeza, al igual que el reflejo de náusea cuando escuchamos que alguien ha comido algo en mal estado son fenómenos psicosomáticos cotidianos. Se estima que un 30% de pacientes que van al doctor y hasta 50% de mujeres que van al ginecólogo presentan síntomas psicosomáticos que no tienen explicación fisiológica. La diferencia con los pacientes que ve O'Sullivan es que estos síntomas se apropian de la vida de las personas.
Otro estigma que enfrentan los pacientes con síntomas psicosomáticos es el descrédito de los médicos y de sus propias familias. La doctora se apresura a recalcar que los pacientes "realmente están incapacitados. Están mucho más incapacitados en ocasiones que muchas personas con enfermedades físicas". Y es que el único diagnóstico que reciben a veces es el de "mentirosos".
O'Sullivan también comenta sobre casos donde en efecto no existen realmente síntomas psicosomáticos, pero la gente inventa y vive según tales síntomas. Lo vio en una mujer que afirmaba sufrir ataques epilépticos a causa de haber padecido leucemia años antes; cuando estuvo en observación se dieron cuenta de que la mujer se lastimaba para fingir ataques y ser encontrada en el piso; posteriores estudios mostraron que ni siquiera había padecido leucemia. No obstante, no basta con desacreditar estos casos como de simples "mentirosos" pues, como afirma la invetigadora, "las enfermedades artificiales son algunos de los desórdenes más serios que conozco", pues alguien que necesita fingirse enfermo (por cualquier razón imaginable o no) se vive a sí mismo como enfermo, y por lo tanto necesita apoyo.
Las investigaciones de síntomas psicosomáticos a veces se benefician de un tratamiento psicológico a la vez que fisiológico. Como ocurre en muchas terapias alternativas, al igual que en psicoterapias y psicoanálisis, el paciente puede elaborar la relación con su síntoma de modo que los disparadores psicológicos queden desarmados. A veces se trata de traumas fijados en el cuerpo, muertes inesperadas, noticias que no sabemos procesar y convertimos en recordatorios físicos de momentos aciagos. Los que sufren de parálisis "histéricas" a veces pueden beneficiarse de fisioterapia para recobrar la motricidad, pero requieren de mucha ayuda, especialmente del entorno familiar a nivel emocional.
Desde un punto de vista político, Judith Butler ha definido al cuerpo como un espacio de vulnerabilidad, resistencia y precariedad. Actualmente existen diversas escrituras que dan cuenta de cómo el sujeto representado en el discurso de la salud se parece peligrosamente al sujeto político por excelencia, lo que ofrece nuevos espacios de exclusión e invisibilización hacia todos aquellos "otros" ("los anormales", como se refiere Foucault a todos los "indeseados", enfermos mentales, histéricas, suicidas, anarquistas y revoltosos en general, que fueron catalogados meticulosamente por la psiquiatría y la ley desde el siglo XIX) que no se amoldan al molde de "persona sana".
Además de la citada Isaura Leonardo, conviene revisar los trabajos de Oliver Sacks, Siri Hustvedt, Johanna Hedva y Leonor Silvestri para constatar que, a pesar de que el cuerpo cohabite con un síntoma doloroso y la racionalidad se vea confrontada dolorosamente por la preeminencia del cuerpo sufriente, lo que le ocurre a un solo cuerpo sigue siendo político, y dejar que los pacientes sin diagnóstico sigan su caravana de médico en médico en búsqueda del Síntoma Perdido constituye una forma de opresión, en tanto que pone entre paréntesis sus derechos laborales y políticos o los subordina al diagnóstico, que vuelve aptos para el trabajo a los sanos (y por lo tanto útiles al sistema) y condena a la errancia a los enfermos.