El poeta John Milton escribió en su Paraíso Perdido: "La mente es su propio lugar, y puede en sí misma / hacer un cielo del infierno, y un infierno del cielo". La frase sugiere que la realidad de nuestra experiencia está en nuestra conciencia. E incluso las delicias de los mundos superiores y las torturas de los mundos inferiores son autoinfligidas. El paraíso, más que un mundo ulterior, es una facultad de la percepción.
El nirvana y el samsara no son del todo equivalentes al cielo y al infierno, pero de todas maneras la frase de Milton hace sentido dentro de la filosofía budista. El samsara en realidad abarca desde los infiernos a los planos divinos sin forma donde los dioses viven en un trance extático que puede durar eones, pero que, sin embargo, no es el nirvana, no es la extinción del deseo y la liberación propia de la "budeidad". Según el budismo, incluso los dioses están sujetos al karma y al ciclo de muerte y renacimiento. La razón por la que estamos sujetos a esta rueda que por definición conlleva sufrimiento (dioses, humanos, fantasmas hambrientos, animales, etcétera) tiene que ver fundamentalmente con la ignorancia. Ignorancia en gran medida de lo que Milton atisbó en la frase citada: la realidad que experimentamos está determinada por nuestra mente y las condiciones que hemos instalado en nuestra percepción. El Buda lo dijo en el Dhammapada:
Todo lo que somos surge con nuestros
pensamientos.
Con nuestros pensamientos construimos el mundo.
Habla o actúa con mente impura
y los problemas te seguirán
como sigue la carreta al buey ensimismado.
En estas pocas líneas se encuentra la esencia del dharma, versos que son hologramas de todo el sutrayana. Una filosofía ética extrapolable a todo tipo de circunstancia, que tiene el gran sello del Buda, quien no sólo es un lúcido moralista, sino un penetrante psicólogo (¡cosas que vienen por descontado cuando se alcanza la omnisciencia!). Partiendo de esta base, que es un conocimiento profundo de la mente, con el que se revela que nuestros pensamientos y las intenciones que los informan son los ladrillos, por así decirlo, del mundo que experimentamos, podemos explicar la diferencia entre el nirvana y el samsara. De una manera muy sencilla, la diferencia entre el nirvana y el samsara es la sabiduría (nirvana) y la ignorancia (samsara) de la naturaleza de nuestra mente, es decir, saber o no saber que son la cualidades de nuestro pensamiento y las consecuencias de los mismos las que determinan la cualidad de nuestra experiencia, esto es, nirvana o samsara.
Todo el plano del samsara, en su infinito girar, surge de la ignorancia, según explica el budismo con la noción de la originación dependiente. Es a partir de la ignorancia que se generan los deseos que serán el combustible que mantiene corriendo todo este multiverso samsárico, el cual es descrito por el Buda como poseído por un fuego que todo lo consume. El nirvana es justamente la extinción de este fuego ilusorio que viene de los seis campos sensoriales. ¿Qué es lo que ignoramos que mantiene al mundo ardiendo? En gran medida es desconocer que perseguir los deseos (producidos por las impresiones sensoriales) sólo trae sufrimiento ya que las cosas en este mundo, condenadas a consumirse por este fuego espectral, son todas impermanentes. "El único placer es acabar con el deseo", dice el Buda en el Dhammapada.
Otra forma de explicar esta ignorancia que produce el samsara es desde la naturaleza misma de la percepción, investigando la raíz misma desde la cual surgen los objetos que conforman el samsara y que perseguimos fantasmagóricamente o, utilizando una metáfora tradicional, como venados tratando de saciar su sed con el agua de un espejismo y, una más moderna, como galgos en una carrera correteando un conejo de metal. El budismo, particularmente algunas escuelas tibetanas que han analizado minuciosamente la dualidad de la percepción, sostiene que es un error perceptual concebir el mundo como dividido en sujetos que perciben objetos. En realidad (se dice en los textos budistas) no existe más que la vacuidad que es igual a la mente y de la cual todo surge como una aparición mágica, un arco iris, una burbuja, etcétera. El deseo que alimenta el samsara, al buscar aprehender sensaciones y poseer objetos, es el resultado de este estado de percepción dualista que predomina en el mundo que experimentamos comúnmente. Simplemente, si no hubiera objetos que surgieran en nuestro campo de percepción como separados, sólidos y estables, no se echaría andar este proceso de perseguir sensaciones, buscar saciar inútilmente el deseo que producen e identificarnos con un yo individual que, al estar separado de los objetos que desea y los cuales además son efímeros, necesariamente se enfila al sufrimiento. Es esta ignorancia (separar el sujeto del objeto, la mente del cuerpo, el hombre de la naturaleza, etc.) la raíz del sufrimiento que genera la ilusión (de tomar las cosas como reales, sólidas, separadas, etc.) y del mismo karma que se produce cuando la acción es enardecida por la volición o el deseo de la mente, así avivando las llamas del samsara.
El estado de no dualidad perceptual, que reconoce que todas las cosas son la unidad de la vacuidad y la mente (o también del espacio y la luz que se desdobla como todos los fenómenos) es descrito de diversas formas por el budismo tibetano, pero uno de los términos más utilizados, particularmente por el dzogchen, es rigpa, una palabra muy difícil de traducir, pero que tiene esencialmente una connotación de una percepción no dual o cognoscitividad prístina (primordial, natural, desnuda, intrínseca etcétera). Rigpa es análoga a la palabra sánscrita vidhya, que significa conocimiento o claridad. Se habla entonces en el budismo tibetano de los vidhyadara o los rigdzin, quienes son los que han logrado estabilidad en este estado de conocimiento no dual (es decir, que habitan en rigpa).
El traductor y practicante del dzogchen John Myrdhin Reynolds, en su comentario a su traducción del texto Self Liberation Through Seeing with Naked Awareness, donde el gran maestro Padmasambhava introduce al estado natural de la mente (rigpa), hace una importante anotación que permite recapitular lo que hemos mencionado anteriormente.
¿Qué es la ignorancia? Es no saber cuál es nuestra condición, nuestro Estado Primordial. Al no saber quién realmente somos, al no reconocer nuestra verdadera naturaleza, nos aferramos a las apariencias y las perseguimos, y así caemos atrapados otra vez en el ciclo de la transmigración. La ignorancia sólo engendra ignorancia. Nuestra liberación de este ciclo sin principio del samsara no ocurrirá de manera automática o inconsciente. Dejado a sus propios medios, el samsara no evolucionará a un climático punto Omega, ni culminará en una stasis inmutable o en un paradisíaco reino de Dios. Esto es así debido a que las causas perpetuamente generan nuevas condiciones, las cuales, a su vez, generan nuevas causas, por lo que el proceso prosigue interminablemente. El samsara no es un sistema cerrado finito; las fuentes de su energía son inagotables.
Pero, aunque el samsara no tiene principio ni final en sus propios términos, podemos hablar de lo opuesto del samsara como el nirvana. Si el samsara significa existencia condicionada (samskrita-dharma), entonces el nirvana significa existencia incondicionada (asamskrita-dharma). Lo que se extingue al entrar a al estado de nirvana son las mismas condiciones que determinan nuestra existencia limitada y restringida o, para ponerlo en términos más psicológicos, se extinguen las causas kármicas de nuestra particular visión kármica que determinan cómo percibimos la realidad. Si la causa del samsara en general es la ignorancia, entonces el nirvana representa el opuesto: sabiduría o gnosis. En tibetano la traducción de la palabra sánscrita avidhya que signfica ignorancia es ma rig-pa-, y por lo tanto lo opuesto de esto es rig-pa, que no es conocimiento en el sentido de saber esto o aquello, sino en el sentido de "cognición intrínseca" [intrinsic awareness]. Es la capacidad de la mente de darse cuenta y estar presente. Este es el sentido especial del término en el contexto del dzogchen, mientras que en el tibetano suele tener el significado de "inteligencia" o "ciencia". Es este rigpa, esta cognoscitividad intrínseca, lo cual es el tema de este texto de Guru Padmasambhava.
De lo anterior se deriva entonces que el estado de rigpa, de gnosis intrínseca, necesariamente no produce karma, está libre del deseo y por lo tanto de los compuestos y condiciones que generan las acciones. La única diferencia entre el samsara y el nirvana es este conocimiento de la propia naturaleza que necesariamente también se traduce en una forma de percepción no dual. De aquí que se diga, sin equivocarse, que en realidad samsara es nirvana. El mahasiddha del siglo VIII, Saraha, escribió en su poema tántrico Tesoro de Canciones:
Como es Nirvana, es Samsara.
No pienses que existe una distinción.
Sin embargo, no posee una naturaleza singular.
Lo conozco como sumamente puro.
No te sientes en casa, no vayas al bosque,
Reconoce la mente donde sea que te encuentres.
¿Cuando uno habita en la completa y perfecta iluminación,
dónde está el Samsara, donde está el Nirvana?
[...] No divagues en esta cuestión del sí mismo y del otro.
Todo es Buda sin excepción.
Siguiendo esta tradición de budismo no dual tenemos que el nirvana no existe en un remoto más allá, como un estado trascendente o como algo que aguarda al final de un duro camino de méritos y logros. El nirvana es la realidad pura, inmediata, sin obstrucciones u oscurecimientos. La diferencia entre el nirvana y el samsara es la de un espejo bien pulido y la de un espejo sucio, o la de ver la Luna en en un lago quieto y diáfano o verla en un charco agitado por el viento y oscurecido por el lodo.
Twitter del autor: @alepholo