"Una parte de mí no es humana, y lo celebro": entrevista con Leonor Silvestri

Imagen: Florencia di Tullio

Leonor Silvestri (Buenos Aires, 1976) es, por decir lo menos, alguien difícil de definir. El curriculum vitae (esa forma de diagnóstico en la que cada quien se define a sí mismo según la lógica del mercado laboral) de Silvestri abarca la poesía, la traducción de literatura clásica, la docencia antiacadémica, pero también el activismo y el deporte de combate. Su último libro, Games of Crohn: diario de una internación, es una tentativa de poner en palabras un internamiento hospitalario a causa de la enfermedad de Crohn, un padecimiento digestivo de origen incierto en el que el sistema autoinmune “se ataca” a sí mismo, experiencia mediante la cual Silvestri abreva para volver a los temas incómodos (puesto que fuerzan a los lectores a salir de su zona de confort ideológico) que caracterizan su obra: el cuerpo humano, sus singularidades y la política que normativiza a unos como sanos y a otros como enfermos.

Por su parte, Isaura Leonardo —investigadora independiente de la relación entre el lenguaje, la literatura y los conflictos armados, además de escritora y editora— plantea algunos puntos de partida para la reflexión sobre el tratamiento literario de la enfermedad, la política del cuerpo enfermo en la construcción de la subjetividad, el lugar de las y los pacientes en el organigrama neoliberal en que se desarrolla la vida social de nuestros días y, sobre todo, en cuáles podrían ser las estrategias afectivas y cognitivas desde las cuales se puede hacer frente al arrase inclemente de la enfermedad de estar vivxs.

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Isaura Leonardo: ¿Cómo problematizar la enfermedad en términos políticos, filosóficos, literarios en un mundo como éste donde o todo se medicaliza o todo se neutraliza? ¿Donde ser enfermx es ser improductivx, estorbar…?

Leonor Silvestri: Personalmente, estas preguntas me colocan en un lugar incómodo, como de gurú emocional o leninista que dice qué hay que hacer. Puedo contarte qué hago yo cuando enfrento al control médico: no aceptar acríticamente, formarse, debatir; personalmente yo pido que una sola persona me dé la información cuando estoy internada, que es mi médica, Clara Salgado, con quien hemos aprendido a conocernos y respetarnos; negarse a ser subjetivado como paciente, intentar realizar agenciamientos, hacérselas pasar tan mal al personal hospitalario como ellos a nosotrxs cuando nos torturan, lo cual ocurre a menudo. Durante una crisis/perforación muy virulenta que casi me asesina de dolor y sufrimiento, un ecografista me abrió de manera brutal e inclemente las piernas que no podía extender para realizarme una ecografía transvaginal, supongo que en su creencia, muy extendida, de que cuanto cuerpo con vulva ingresa a la emergencia con dolor abdominal es una histérica —está estudiado, de hecho, que se demora mucho más en administrar analgesia cuando se trata de una mujer porque se cree que exageramos. Debido a su maniobra en un acto reflejo le pateé el rostro, juro que sin querer, pero de puro reflejo. Espero que la próxima vez que tenga esos modos violatorios con otra se lo piense mejor.

Asimismo, confío en la fuerza del dejarse caer, hacer peso muerto, opt out, preferir no hacerlo o el devenir Bartleby máquina célibe que todo tipo de condición de este estilo supone. Retirarse de la normalidad, prolongar el estado de excepción.

Poco a poco y desde hace tiempo las anormalas o anómalas, que es la fuga de la fuga, la línea de errancia del par antitético de Normal vs. Anormal, se van dando a conocer y gestando sus discursos y sus experiencias generando contracultura, mundos paralelos donde guarecernos: el colectivo Enajenadxs, Psiquiatrizadxs en lucha, Derribando Muros, Downearte, las trabajadoras sexuales empoderadas desde hace mucho tiempo, Silvina Peirano en Argentina hablando de sexualidad y diversidad funcional, Yes, we fuck y sus alianzas con el posporno ibérico; Sunaura Taylor, [Johana] Hedva, [Judith] Butler y sus vidas vivibles; Martha Nussbaum, Amanda Baggs, Sunny Taylor, Stella Young etc. Por supuesto, estas informaciones son y probablemente sean siempre minoritarias, porque el orden menor y el devenir minoritario no es una simple metáfora. Al mismo tiempo, tampoco es que hay acuerdos o docilidades y conciliaciones pero son todas referencias que nos hacen pensar en otras formas de vida y en la excepcionalidad de la cotidianidad. Y muchos grupos más que yo no conozco aún pero de los que ya me enteraré.

 

¿Cómo, sobre todo, hacer este debate público y que alcance a gente que hoy mismo no tiene los recursos (internos, de conocimiento, de acceso, etc.) para hacerlo?

Soy de la idea de que no existe algo así como “la persona sin recursos” o “la persona desempoderada”. Prefiero hablar de procesos de desempoderamiento, es decir, prejuicios que tal o cual cuerpo, dada su circunstancia, no puede producir las afectaciones necesarias para componerse e incrementar las potencias. A mí no me consta que esto sea correcto. Usualmente esas personas que se supone no acceden, no pueden, no saben son las que ya entendieron (recomiendo ver el video In my language de Amanda Baggs por caso); del mismo modo que no creo en que en los barrios periféricos de las metrópolis vive gente boba que como no estudió en Harvard no entiende y hay que ayudarla o iluminarla, porque una sí estudió. Tanto Homero, que era ciego y ágrafo, como Genet me apoyan en mis dichos.

Pienso que es un movimiento colonial tanto romantizar el margen como desposeerlo de toda sabiduría o conocimiento que se supone otras sí tenemos. Al respecto, hay un texto brillante, anónimo, aunque un poco triste, conocido como Más allá de la amnistía (Beyond Amnesty) que elabora una hipótesis muy interesante y controvertida a partir de lo que usualmente se conoce como autolesiones (hay quienes le dicen trastorno borderline a esa singularidad) que básicamente postula que lo que el mundo capitalista occidental considera como privilegios o beneficios es sofisticación de los mecanismos de control y aparatos de captura como si fuéramos animales en cautiverio. Estoy convencida de que el eje del mal es la normalidad heterosexual del Occidente tardío confortable y el progreso y su moral, la moral. Una estudiante que realiza talleres de danza para jóvenes con diagnósticos de patologías cognitivas me contaba que en su experiencia no fallaba que quienes venían de barrios periféricos nadie les había dicho que no eran normales, justamente porque si vivís en una familia pobre con 10 hermanxs sos unx más. Ese delgado equilibrio que Pablo Pineda, el activista Down, o Stella Young, ya fallecida, entre ser una existencia no sorprendente y cotidiana apriorísticamente y el que te den por sentada y no habiliten que tu singularidad requiere apoyos que no son los que el mundo dispone. Al fin de cuentas la normalidad depende de la operación política de la estadística que es un exabrupto de la aritmética. Pero el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil no necesitó de la trigonometría para poder hacer una reforma agraria del mismo modo que Pitágoras, el señor del teorema, formó una escuela/secta mística que estudiaba matemática con piedritas mientras se encomendaba a Orfeo, su divinidad.

 

¿Cómo recomponer a la persona enferma como un sujetx políticx sin hacer como que no lo está?

A mí me gusta más pensar en esencias singulares con procesos corporales no adaptados al mapa de control hegemónico actual. ¿Quién dice quién es enfermo? ¿Qué significa ser enfermo? ¿Si no tiene cura, se puede hablar de enfermedad? No es simplemente un enredo semántico, pensemos que en este momento estamos en una grave crisis inflacionaria en Argentina y se habla de “sinceramiento de precios” en vez de “crisis económica y aumento de tarifas”. La disputa por el orden de las palabras no es simplemente hacer crucigramas. Tampoco adhiero a la idea de que haya quienes (las personas supuestamente legitimadas por la corporación médica y autopercibidas válidas) son las encargadas de componer a aquellas que supuestamente gracias a la operación del diagnóstico están descompuestas. Composición y descomposición son dos procesos en simultáneo que todos los cuerpos, humanos y no humanos, sobrellevan.

Finalmente cuando me hablan de sujeto político (del latín subiectum, sub iaceo, arrojar hacia abajo) me llevo la mano a la pistola. Si bien por motivos de agenciamiento activo con colectivos que buscan un reconocimiento, regulación, legitimidad, o componerse en sujeto político creo que hay vida sin eso. Me refiero a que la existencia antisocial es tan existencia como la de un sujeto. No puedo estar más de acuerdo con Foucault en Microfísica del poder cuando expresa que el humanismo fue el encargado de crear las soberanías sometidas en cuyo corazón está la teoría del sujeto solidario con este orden que lleva la destrucción de todo. Es un juego de estrategias y movilidades nómades no fijas.

 

Virginia Woolf dice en On Being Ill que con lo común que es la enfermedad, debería ocupar su sitio entre los grandes temas de la literatura como la muerte y el amor, y sin embargo, no sucede, ¿qué opinión te merece esta afirmación?

Yo leo alguna que otra literatura de la enfermedad, no me parece que no haya nada de qué asirse literariamente en ese tema aunque siempre el favorito es el amor. De hecho, creo que buena parte de la literatura que merece ser leída ha sido producida por gente con una sensibilidad propiciada por sus estados alternativos de conciencia, vida, cuerpo; lo cual podemos extender al arte en general. Con esto de ningún modo quiero decir que cualquier persona con diagnóstico de algún tipo es un San Juan de la Cruz en potencia o romantizar la figura de la locura o el padecimiento. Sin embargo, siguiendo a Deleuze en su Abecedario, las charlas con Claire Panet, adhiero a la idea de que todo estado por fuera de esta creación llamada normalidad tiene una potencia que se puede invocar. Lo que Occidente llama locura, o enfermedad, o muerte, o discapacidad beneficia ciertos procesos de percepción que cuando un cuerpo está muy capturado por los mandatos de la normalidad, son más difíciles de desautomatizar.

Volviendo al tema de la literatura, no creo que no haya literatura específica dedicada a la enfermedad, pondría en duda esa afirmación, puede que sea minoritaria. Creo que buena parte del siglo XX se ha dedicado a producir literatura en este sentido. Sí creo que no se puede hacer una literatura que incida, dispute u objete los mandatos de la obediencia de la normalidad, lo cual incluye la salud. La literatura de ficción sobre el proceso físico de enfermar, sobre el deterioro, o temas afines, tal vez no se encuentre entre los anaqueles más consultados porque obviamente ocultar esos estados supone conjurarlos, como quien desea tapar el Sol con la mano y fingir que vivir es ser normal y sana por siempre. Estoy segura de que Occidente organiza su relato acerca de lo que es la salud como ausencia de toda condición, proceso, deterioro, enfermedad, trazando una línea divisoria nítida entre el bien o el mal, lo sano o lo enfermo, lo normal o lo patológico, lo cuerdo o lo loco; como si hubiera una especie de franja de Gaza custodiada por el Imperio que divide las aguas de manera taxativa: de un lado buenos, normales y sanos, del otro lado deteriorados omegas con condiciones y enfermedades, desquiciadas, criminales y patológicas.

Como todo el mundo sabe, aunque ponga su mayor empeño en evitarlo, la realidad es otra: vivir significa enfermar, deteriorarse, sentirse vulnerable, estar a merced de los encuentros, precisar asistencias, arder en la incertidumbre de que mañana tal vez todo cambie. Esa es la esencia de nuestro cuerpo, y qué bueno que así sea. Esa —y no la aptitud— es la condición ontológica de todo cuerpo y su paradoja, ya que pese a esa entidad esencial de la vulnerabilidad, todo cuerpo —humanos y no humanos— quiere perseverar en el ser; por eso por un lado la obsolescencia se programa y por el otro los cuerpos suelen ser tan susceptibles de conservadurismo, no desean atravesar procesos de descomposición que podrían componerles en nuevos agenciamientos más enriquecedores y más potentes. El ser humano quiere vivir ignorando ciertos procesos físicos que actualmente tienen asociaciones muy negativas como envejecer o portar una singularidad que haga ostensible la necesidad de prótesis, adaptadores o cuidados específicos; quiere hacer de cuenta que eso no le va a ocurrir, que eso no existe, o que le pasa a personas que son culpables de su condición ya sea porque nacieron así (resemantización y reterritorialización del estigma y la marca religiosa, ser una señalada —genética— por el Dios Biopolítica) ya sea porque no tomaron los recaudos para evitarlo (no vivieron como corresponde para supuestamente no atravesar eso; a esta última especie, muy popular en ciertas lecturas de la autogestión y de la acracia, suelo decirles “nazis mal vestidos”). Si somos excepciones (que no es lo mismo que ser excepcionales) entonces se nos hace responsables de lo que nos está ocurriendo; esa es la bajada de línea de quien por carecer de diagnóstico o de proceso judicial se cree “normal” en un deseo de alejar lo ineluctable. Por el contrario, los procesos que retiran el cuerpo de la normalidad del capitalismo (aunque queden inscriptos y sujetos a sus dispositivos de control médico) pueden invocar una gran cantidad de potencias y vibraciones que de otro modo no se podría o, como dije antes, me reitero, sería mucho más difícil.

Creo en los cuerpos enfermos como la gran salud de la cual habla Nietzsche, y creo que es menester fugar del relato del bienestar y la salud hegemónica que afecta no sólo a la figura del cuerpo que se asigna como “con discapacidad” o “minusvalía” sino a casi cualquier otro: gordas, formas-de-vida no hetenormadas y familiarísticas nucleares; locas, yonquis, delincuentas, etc. Volver a construir rituales y prácticas que han sido arrasadas por el mito del progreso que llevan a un mejor morir, es decir, un mejor vivir, y que hacen del fatum o destino un amor, es decir, desear y aprovechar el acontecimiento, por duro que sea, para que incremente nuestras potencias, prolongue los estados de excepción y nos retire del espacio de las iguales donde sólo hay acatamientos, obediencias y adoctrinamientos.

 

¿Místicos y cínicos/estoicos? Desde que escuché a Johanna Hedva me pareció simpático que ella se apoye en los místicos, mientras tú lo haces en filósofos clásicos. ¿Encuentras relación, eco? (PS. También la Woolf dice que hay algo de místico en la enfermedad, por cierto.)

Pues tengo entendido que Hedva forma parte de los pueblos originarios nativos del norte de los EEUU. Me produce una hermosa envidia. Desgraciadamente, yo no tengo esa posibilidad por eso me apoyo en “mis” místicos, que las escuelas de filosofía de la Antigüedad estaban más cerca de sectas mistéricas que de conocimiento universitario, o si se quiere de clubes de fútbol locales con sus fanatismos. Me encanta de Hedva esa voz indígena “la enfermedad ha venido a mí”, como amo de las lenguas eslavas la posibilidad de decir “percibo la rosa como roja y la coloco en el conjunto de las flores”; tal como dice el Comité Invisible, dos operaciones que nos permiten por un lado salir de la ontología taxonómica aristotélica que tanto daño hace (y que nada tiene que ver con las esencias singulares de las potencias en Spinoza). Como carezco de toda cultura ancestral, pues he ido a indagar donde ha estado durante mucho tiempo una de mis pasiones: el mundo clásico del Mediterráneo, en especial en tres de sus grupos —cínicos, estoicos y epicúreos— para poder sobrevivir al infierno del mundo capitalista, porque allí encuentro herramientas para vivir bien, para no ser desposeída de la experiencia rutilante que significa una existencia singular de emociones y sensorialidades con la que cuenta cualquier plataforma ánimo-sensible. Son en esas tecnologías del yo propias para singularizar la existencia de estos grupos filosóficos que el mundo antiguo del Mediterráneo tenía donde me afirmo no sólo para tolerar la insultante mediocridad de un mundo de microfascistas y linchadores de redes sociales, sino donde intento construir un ethos, una ética, que me permita incluir el placer de quienes no son yo como modo de mi propio placer. Pero supongo, otras magias son tan válidas como esta. Yo apelé a la que tenía más a mano.

 Quiero pararme en la enfermedad para tirar desde allí hacia algunas cosas. Sé por experiencia propia que una enfermedad autoinmune te cambia (te confunde o te afina) la manera de pensar y de pararte en el mundo, sí o sí. Y lo hace no sólo de un modo etéreo e inefable, sino en lo mínimo: recursos, tiempo, energía, etc. Yo digo siempre que la hiperconciencia de mi cuerpo, sus necesidades, el dolor crónico y mis hándicaps forzosamente me hacen mirar, pensar, vivir y escribir diferente. Parece una obviedad, pero hay gente que me pelea ese hecho como si unx fuera un monolito y permaneciera imperturbable siempre.

Escribir antes y después de que “viniera a ti" la enfermedad de Crohn, ¿qué cambió?, ¿cómo cambió? Y en tu caso, ampliaría: ¿pensar antes y después de Crohn? (si es que escribir y pensar pueden separarse tan tajantemente para ti).

Es cursi lo que voy a decir, pero no veo la diferencia en mi vida, por lo menos, entre escribir/pensar/vivir. ¿Dónde empieza un acto y termina el otro? Creo que mi destino es desacostumbrar, desautomatizar, descomponer-componer, perturbar, incomodar; he dejado de luchar contra lo que me toca. Amor fati. A eso me dedico. Por eso me gusta pensarme como una franca-tiradora extramoral. Todo muy decimonónico o romántico, ¿no?

Crohn sin duda abre un mundo —diversidad funcional/discapacidad— y lo coloca en la órbita de las potencias de mi querido Spinoza. Sin lugar a dudas hay un después de Crohn, no necesariamente peor, aunque sí un tanto más claustrofóbico en el sentido de que estoy restringida de irme para no volver, excepto que muera, claro está. Es decir, no sólo soy electrodependiente, sino que dependo del dispositivo médico que me apuntala, y mi mutación genética exige que me suplemente con anticuerpos monoclonados antifactor de necrosis tumoral, es decir, una buena parte de mí no es humana, y lo celebro. A partir de Crohn empiezo a percibir en la línea de Johanna Hedva qué supone manifestarse para quienes, por diversos motivos, ya sea no podemos movernos, ya sea no somos visibles. Crohn no se ve a simple vista, lo cual da pie a una gran cantidad de sadismos cotidianos y omisiones: como no se percibe visualmente, y el estigma de la discapacidad es la imagen de un cuerpo multiimpedido (¡como si eso realmente existiera, entendiendo que multiimpedida no está ninguna potencia!), entonces la gente concluye que no debo tener nada; por ende puede mi cuerpo soportar lo mismo que cualquier otro, lo cual tampoco es del todo acertado. Crohn patentiza diariamente lo inadecuado, absurdo y ridículo de esta vida tal como está en este mundo sujetado a dispositivos de subjetivación aún más truculentos que la peor maquinaria de la corporación hospitalaria. He escuchado a psicopedagogas y especialistas en educación especial (así se le dice a quienes trabajan con diversidad funcional en esta región) hablar de “cuerpos diezmados en su percepción y sensorialidad” sólo porque no interactúan ni se manifiestan como la norma social lo exige. Crohn me abrió una fuga del imperio totalitario de la salud y la normalidad del capitalismo; y no hay daño que me haya producido —porque los procesos de composición y descomposición nunca son suaves— que niegue esa rotunda afirmación alegremente.

 

El hospital. Tú lo sabes por Foucault desde mucho antes que tuvieras que pasar semanas internada, ibas armada hasta los dientes, pero ¿cómo fue la experiencia de vivir y sentir al hospital y todo su despliegue de control en tu propia vida? ¿Foucault lo vio todo con claridad, nos advirtió bien y a tiempo o hay algo que quizá ahora podrías repensar?

Nunca me imaginé cómo era hasta que estuve ahí, y cualquier idea que haya tenido previamente no se empató con el horror que supone el encierro del hospital, sea de lujo o no. Supongo que la intervención hospitalaria es la peor parte de nuestras condiciones, lidiar con un personal embrutecido, precarizado, que podría estar haciendo esto, manejando un taxi, o administrando una fábrica textil clandestina ¡o peor, porque quiere hacer el bien a quienes más lo necesitan! Nada más aberrante que la subjetividad Caritas. Quizás la diferencia entre los espacios de encierro tal cual los describe y analiza Foucault y lo que luego ocurre es que jamás se incluye la parte afectiva a la reflexión. Encerrada, percibí que no es sólo el dispositivo hospitalario la maquinaria perfecta de trituración de un cuerpo en pos de curarlo, sino todo lo que lo rodea: parientes, amistades, visitas. Nadie sabe cuidar, nadie sabe bañar ni manipular un cuerpo, nadie sabe cómo asistir, la gente abandona, la que no abandona es una piedra que desconoce los rudimentos más básicos de cómo manipular un cuerpo para ayudarle a descender de una camilla y llevarle al baño. Hemos sido expropiadas de toda capacidad de tendido amoroso, de toda ternuridad, de toda potencia de acompañar y cuidar de otrxs; esto es de una enorme tristeza.

 

Quiero volver un poco al modo de sentir la enfermedad, y voy a invocar a Johanna Hedva. Por un lado es verdad que la empatía, el trato suave, el cuidado de lxs enfermxs y los cuerpos sometidos o dolientes lubrica, digamos, las relaciones, los espacios. Suaviza y calma. Ese reposo es necesario. Pero también es verdad que la rabia está proscrita para algunxs enfermxs (si no es que todos). El enfermx enojadx encima cae mal. Es como ser gorda y no ser simpática, dice el estereotipo que eso no debe suceder. Escuchando a Hedva pensaba en cómo conciliar el cuidado, el “dejarse caer” en una red de asistencia, y la rabia, pelear, ladrar, defenderse. Dicho de otro modo: ¿cómo dejarse cuidar sin volverse pasivo? Lo mismo me pasa con el nudo que creo que se hace con el cuidado como aquello que puede zafar a la lógica del capital, ¿dónde chocan (o no) la lógica capitalista del cuidado no remunerado de otrxs (ejercido siempre por mujeres, desde luego) y este cuidado que propone Hedva?

Sólo tengo una respuesta singular a esto que planteas. Es decir, de ningún modo una sugerencia o una prescripción sino lo que yo hago. Dejarse cuidar no es de ningún modo sinónimo de volverse pasivo, y eso lo sabe cualquiera que manipuló un cuerpo que no sea el suyo. Los cuerpos pueden ayudar a ser asistidos o volverse más pesados para que tu tarea sea aún más complicada. Cuerpo cuidado no es para mí sinónimo de pasividad, de padecimiento, en cuya raíz esta paidos, niño en griego; aunque dolor puede o no haber, es importante distanciar el dolor del padecer; es decir, ser paciente o pasivo, padecer supone ser una persona despojada de su agentividad y su capacidad como suele hacérsele a quienes llamamos niñes, siempre para protegerles, lo cual produce un efecto desempoderador brutal.

El dolor a veces es necesario para una infinidad de placeres o crecimientos o incrementos de potencias. Es una de las condiciones del cuerpo, cuerpo sintiente, cuerpo que duele, no necesariamente sufre o padece. Eso por un lado. Por el otro, yo entrego de manera gratuita y por nada a cambio una cantidad significativa de mi producción (libros liberados, zines, charlas, videos de clases, escritos) con el vivo deseo de que luego cuando necesito cuidado, que muchas veces son cuidados y acompañamientos a mi muy dañada cabeza enloquecida por un mundo que nos suicida y en el cual no se suponía que deberíamos haber sobrevivido, ese cuidado se presente no a cambio de nada sino a cambio de algo que yo di antes: comparto lo que puedo con la firme intención de conectarme de la mejor manera que me sale para que eso vuelva, porque dinero, lo que se dice dinero, no tengo. Ahora bien, si lograra tenerlo, también lo pagaría. El dinero es una ficción a la cual yo no le doy demasiada entidad, en el sentido de que cuando hay se usa, cuando no, se lo sale a conseguir, no vale nada. Creo que cuando hablamos de las tareas no remuneradas realizadas por amor (cuidado de hijes y enfermxs, actividad sexual, mantenimiento del hogar) nos estamos refiriendo típicamente a la opresión patriarcal que las mujeres, especialmente, y cualquiera que esté en esa posición feminizada e infantilizada dentro del espacio de la familia nuclear desempeñe (abuelas, hijas mayores, a veces hijos) sufre y padece que es bien diferente del modo en el cual yo por pura fracasada estructuré mi existencia: no es mi familia la que me cuida, a veces no se trata ni de amigas en el sentido vulgar del término, sino de personas que devuelven algo que yo ya he entregado previamente. Es como armar una red, un tejido, de contención.

Al mismo tiempo, los feminismos hegemónicos en vez de dar por tierra con esa forma de organización temporo-espacial, ese equipamiento o dispositivo de subjetivación del espanto mismo llamado familia, cuando puede costeárselo, ha llegado al pacto de pareja que, para liberar a la mujer-esposa de las cargas que supone el dispositivo, se contrata a alguien que suele ser una mujer pobre. Por eso, es menester desafiliarse de esos órdenes, tarifar lo que tiene precio, y tratar de tender redes donde las economías se organicen de otros modos entre las personas afines.

Imagen: Marix In Testino

Enfermedad y eugenesia. Estudio genocidios de minorías étnicas desde hace años. Incluso estando ya enferma no había hecho la relación que nos vincula a lxs autoinmunes y discas con ciertas dinámicas propias de la exclusión y el exterminio o la segregación étnica, territorial, racial, de género. La fantasía del fascismo (por decir una de las ideologías que hacen poder asesinando, no la única) se sostiene en la eugenesia, en la hipótesis de que unxs cuerpos, unas biologías determinadas merecen vivir (y vivir bien) y otrxs no. Es insostenible y sin embargo, allí está, imperturbable, recuperando espacios. ¿Por qué no podemos contra estas ideas y prácticas, contra su violencia y su control?, ¿qué no estamos mirando?, ¿qué no estamos haciendo?

Todo el mundo lleva dentro un pequeño hitlercito queriendo hacer el bien común. Contra ése hay que erigirse con la misma vehemencia con la que una se erige contra una dictadura, por ejemplo. Estoy de acuerdo que los cuerpos cuya singularidad esencial manifiestan de manera expresa lo que todo cuerpo es pero lo niega (la vulnerabilidad como esencia, el apoyo como condición sine qua non de vida); y esos cuerpos que ostensiblemente visibilizan lo que los órdenes mayores quieren ocultar son los cuerpos que no deberían existir porque expresan que somos un producto y un proceso y no un dato natural transparente, que somos cyborg-mutantes: a veces son las personas que viven en Palestina, o el genocidio armenio del que nadie habla, a veces son las mujeres kurdas, otras veces las trabajadoras sexuales autónomas, las personas asignadas como discapaces o minusválidas por los estados.

Lo que realmente me conmueve y me agrede es cómo movimientos sociales, por caso el feminismo, reafirman las lógicas biológicas de control eugenésico. En mi región una causal para acceder a un aborto en el nuevo proyecto de ley (y en el anterior si mal no recuerdo) es la “malformación del feto”.Me resulta terrible que no trabajemos en pos de desterrar nociones tales como que hay cuerpos bien formados y otros que no; o que para acceder a un aborto lo importante es simplemente no desear ese embarazo (sin causales de ninguna índole); o que las personas llamadas discapacitadas no tienen sexualidad o son por siempre infantes, del mismo modo que se controla so pretexto de proteger hasta el desempoderamiento a las adolescentes y jóvenes a las cuales se feminiza hasta el escarnio en un doble movimiento.

Creo que hay que decirlo claramente: no hay cuerpos sanos y cuerpos enfermos, sino cuerpos o existentes, que dependientemente de muchos factores, tienen distintos tránsitos por la vida, algunos más plácidos, otros no tanto, y eso significa un privilegio del cual hay que hacerse cargo, como el feminismo blanco, y quienes no podemos evitar participar en él debemos hacernos cargo de que gozamos de beneficios mientras otras padecen opresión.

Asimismo, las personas Down como tantas otras subjetivadas bajo la operación del diagnóstico cognitivo merecen una vida sexual plena y la garantía de adquirirla y disfrutarla de las maneras más diversas sin ser vejadas y la posibilidad de construir sus propias armas y herramientas de defensa, y eso no significa apriorísticamente sólo entre ellas; no tengo la más mínima idea de cómo podría ser eso, pero siento que hay que hablarlo, incluirles en la conversación y la decisión y cesar de tratar a las personas llamadas discapacitadas como pequeñxs bebés a quienes hay que proteger porque eso desempodera, infantiliza, daña, mata; creo que hay que construir armas para poder potenciarnos y conectarnos y defendernos cuando estamos, como dice Spinoza, arrojadas a un mundo a merced de los encuentros, en vez de generar más y más censura y moral para todas aquellas personas que los Estados-nazión (y la “z” no es una errata) trata como menores mientras sepulta en los campos de exterminio carcelarios a muchas otras que por tener más de 18 no pudieron probar que esa figura llamada consentimiento no se les aplica porque sus procesos de maduración no han sido lo que el universal de la ley sostiene. Desconozco aún cómo se puede hacer todo eso sin cargarle balas al enemigo, pero siento que la moral es el enemigo siempre. Un libro como Games of Crohn —no debe ser el único— se suma a la órbita de quienes nos creemos en vez de enfermas, mutantes y orgullosas, animalas cyborg, alegres de la vitalidad de nuestro padecimiento y de los abismos hacia los cuales nos arroja y los efectos que produce en quienes nos rodean. 

Creo que hay que pensar bien los deseos antes de pedirlos, porque las divinidades suelen concedernos nuestras plegarias y a veces los resultados podrían ser de las imágenes más terroríficas jamás imaginadas. El sueño de la razón engendra monstruos, y no me refiero justamente a monstruosidades como yo. Me refiero a artefactos políticos con subjetividades deseantes solidarias con el orden capitalísitico que va encontrando formas menos coercitivas, más voluntarias, de que sus estrategias se lleven adelante. Imaginate una ley de aborto legal con una causal como “malformación” en un mundo donde la gente te pregunta “¿De qué sexo es?” al referirse a un feto, pregunta ya desafortunada; un mundo cuya respuesta a esa pregunta es incluso peor que la pregunta: “No importa mientras sea SANITO”. Pienso en lo que podría ocurrir con toda la diversidad somática y todas las esencias singulares no funcionales y correlativas a este régimen capacitista en un mundo que no le hace asco a desmontar la Amazonia entera por el bien de la humanidad, el progreso y la ciencia. Un mundo antropocentrista donde no todes han formado siempre parte de eso que se le dice anthropos y donde los animales jamás son incluidos, junto con la flora, en ese cálculo. No es una locura conspiranoica pensar un escenario siniestro en este mundo donde John Money o Menguele existieron. El Occidente moderno y su idea de progreso se ha armado sobre la sangre, la tortura, la vejación de todos aquellos cuerpos, humanos o no, que considera hasta el día de la fecha material de análisis o vidas no vivibles, vidas impugnables o sacrificables. La medicina es cómplice de ese proceso estudiado ad nauseam, pero no funciona sola. Como decía Simone de Beauvoir, el opresor no sería tan fuerte si no contara con aliadxs en las filas de lxs oprimidxs.

Deseo un mundo donde el conflicto deje de intentar ser aplanado por la homogenización de los procesos de pacificación cívica de estas sociedades militarizadas en las cuales hemos sido expropiadas de nuestra capacidad de respuesta, y donde al mismo tiempo sea la conflictividad la que honre las vidas de aquellas que no son a imagen y semejanza del anthropos homo penetrator universalis capitalístico actual y sus secuaces.

 

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