Cierta idea más o menos extendida sobre la música clásica asegura que ésta tranquiliza y relaja, una consideración que en cierta forma es muy consistente con una época que rehúye a estados de ánimo que salen de una pretendida “normalidad” o estabilidad del espíritu. En nuestro tiempo las pasiones pretenden ser domesticadas a fuerza de fingimiento, fármacos e incluso dominación, una tendencia que si bien parece ser inherente al pensamiento occidental (Nietzsche denostó con empeño el “autocontrol” que pregonaba la doctrina platónica y que el cristianismo retomó con entusiasmo), ahora parece haber alcanzado una suerte de apogeo anticlimático, pues cuanto más se nos obliga a apegarnos a la neutralidad de las emociones (el “todo está bien”), más parece haber signos o síntomas de que en realidad nada nunca está bien –porque la existencia es por definición eso, una suma incesante de angustia, tristeza, euforia, alegría, arrebatos, frenesí, ardor, enojo y un rico y cuantioso etcétera.
¿La música clásica relaja? La verdad es que no. Slavoj Zizek dice en uno de los dos documentales que protagoniza que con la música siempre tenemos que tener cuidado, o que siempre estamos en riesgo, porque tiene la capacidad de despertar o tocar nuestras emociones más profundas. Zizek señala aquí esa cualidad de la música de dar “cuerpo” o materializar algo que sentimos, para lo cual no tenemos “palabras” o forma de dar expresión pero que, pese a todo, clama por salir. ¿Quien no ha reído o llorado aparentemente de la nada con una canción, una melodía o incluso sólo el fragmento de una pieza? Ese es el poder de la música en todo su esplendor y precisamente esa es la explicación de por qué la música dista mucho de ser tranquilizadora o relajante. La música nos emociona, nos arrebata, y ese es el sello de su autenticidad.
A continuación compartimos algunas piezas ordenadas, con cierta arbitrariedad, en una clasificación por temperamentos. La selección también es veleidosa, acaso porque el propósito de este post es en realidad que cada quien descubra cómo el espectro de sus emociones está ligado indisociablemente a la música que ha preferido a lo largo de su vida.
Melancolía
Mozart. Concierto para piano No.20 en Re menor, K.466: 1. Allegro
Desesperación
Shostakovich. Suite en Fa sostenido menor, Op. 6: I. Preludio: Andantino
Joie de vivre
Mozart. Concierto para piano No. 19 en Fa mayor, K. 459: 1. Allegro (Cadenza: Mozart)
Nostalgia (con cierta inclinación bucólica)
Lizst. Années de pèlerinage III, S. 163: 4. Les jeux d'eau à la Villa d'Este
Dolor por una herida que no cierra (que no es otra más que la vida en sí)
Philip Glass. Cuarteto para cuerdas No. 5: V.
Dulzura ("th' milk of human kindness")
Bach. Concierto para clavecín No. 5 en Fa menor, BWV 1056: II. Largo
Miedo a lo desconocido
Varèse. Arcana
Perder algo valioso y sentir que no se puede hacer nada al respecto
Ravel. La Valse
Sentirse perdido, pero después encontrarse
Wagner. Siegfried: Murmullos del bosque
¿Quién podría cubrir todo el espectro de las emociones humanas? ¿Y cómo? Si cada cual posee consigo una estela personal, una línea continua que sin embargo reverbera, va de un lado a otro, retorna, da un salto, y llega siempre.
Twitter del autor: @juanpablocahz
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