Muchos de nosotros estamos más o menos familiarizados con la obra pictórica de Salvador Dalí o, cuando menos, con el aura de extravagancia que la rodea (al igual que a su propia personalidad). Dalí, como sabemos, es uno de los exponentes más conocidos del surrealismo, si bien no necesariamente el miembro más íntegro de esta corriente, quien además encontró la manera de establecer un puente entre el coto más o menos cerrado y exclusivo de la actividad artística y el gran público, el reconocimiento masivo, la popularidad.
Y si bien esta última cualidad ha sido cuestionada por diversos críticos y aun espectadores amateurs de sus obras, lo cierto es que hubo una época en que Dalí era un creador auténtico, preocupado de lleno por encontrar expresión de su subjetividad. Y eso fue, en buena medida, la base sobre la que se construyó su reputación, pues como pintor Dalí no temió transmitir esa peculiar visión del mundo suya, surgida de las fantasías irrepresentables del mundo onírico y de la imaginación, quizá incluso del delirio y la locura.
Quizá por eso parece comprensible que, en los últimos meses, un grupo de neurocientíficos de la Universidad de Glasgow, en Escocia, haya elegido precisamente la obra del pintor español para descubrir cómo funcionan ciertas capacidades cognitivas de nuestro cerebro.
En particular, el equipo dirigido por el profesor Philippe Schyns encontró en Mercado de esclavos con aparición del busto invisible de Voltaire, una pintura de 1940, evidencia a apropósito de la manera en que nuestro cerebro procesa los estímulos visuales del mundo que nos rodea.
Schyns describió así a la BBC el trabajo del equipo:
Nuestro principal interés era estudiar al cerebro como una máquina de procesamiento. Típicamente observamos señales del cerebro pero es muy difícil saber qué hacen. ¿Codifican la información del mundo visual o no? Y si sí, ¿cómo? ¿Envían información de una región del cerebro a otra y a otra? ¿Cómo?
Para responder esta pregunta, los científicos recurrieron a la obra referida de Dalí, en la que el nombre obedece a un singular efecto que el pintor plasmó en su cuadro. El motivo principal de este es una suerte de ilusión óptica en la que una representación del busto de Voltaire realizado por Jean-Marie Houdon (1781) se confunde con las figuras de dos mujeres con aparente hábito de monjas que se encuentran en compañía de varios mendigos. Según nos acerquemos o nos alejemos de esta imagen, creeremos distinguir o los rasgos de las mujeres o la efigie esculpida del filósofo francés. La mujer que contempla en primer plano el espectáculo de los esclavos es Gala, la pareja de Dalí, razón por la cual, al explicar su obra, el pintor dijo: "Por su amor paciente, Gala me protege del mundo irónico y bullicioso de los esclavos. En mi vida, Gala aniquila la imagen de Voltaire y de cualquier posible vestigio de escepticismo".
Los investigadores mostraron el cuadro a varios voluntarios, preguntándoles si veían a las mujeres o la cabeza de Voltaire o alguna otra cosa, esto al tiempo que observaban las reacciones suscitadas en su cerebro tanto por la pintura como por dicha pregunta.
De entrada, este examen mostró que el cerebro divide el procesamiento de la imagen en dos: el hemisferio derecho se encarga de mirar la mitad izquierda del cuadro y viceversa, el izquierdo de la derecha. Esto, no obstante, no es un trabajo separado. De acuerdo con Schyns, después de 100 milisegundos nuestro cerebro comienza a procesar detalles específicos (las líneas de la nariz o de la boca, por ejemplo), y a los 200 milisegundos comienza una intensa transferencia de información de un hemisferio a otro, lo cual permite la reconstrucción de la imagen completa.
Estos hallazgos, sorprendentes como suenan, no son sin embargo suficientes para explicar por qué por momentos podemos ver a las mujeres y en otros el busto deformado de Voltaire. Un enigma para el que aún falta mucha técnica y conocimiento para resolverlo.