Una reciente investigación sobre los efectos del LSD en el cerebro, la cual por primera vez visualizó científicamente los efectos de este psicodélico, reveló algo muy interesante: bajo los efectos del ácido lisérgico, se apagan ciertas zonas neurales ligadas a nuestro sentido del yo.
El estudio, realizado en el Imperial College de Londres, midió la actividad eléctrica del cerebro en 20 voluntarios que tomaron LSD. Los resultados mostraron que si bien esta sustancia teje una red de "hiperconexiones" en diferentes áreas del cerebro, vinculando áreas generalmente no relacionadas, también produce una disminución en la actividad de la "red neuronal por defecto", que normalmente se encarga de cosas como la autorreflexión, la memoria autobiográfica y lo que se conoce como viaje mental en el tiempo. Es esta zona la que está ligada con la noción de un yo.
Los investigadores mantienen que la desintegración de la coherencia de esta red neuronal contribuye por defecto a los reportes de "disolución del ego" que caracterizan a los psicodélicos.
Algunos neurocientíficos han propuesto la hipótesis que nuestro sentido del yo es en realidad una ilusión generada por el cerebro. Se sugiere que sólo existe cognición --puro proceso-- y que ésta es objetificada para crear un yo estable que la integra pero que, como había propuesto el filósofo David Hume, en realidad sólo hay impresiones de conciencia sucediéndose una tras otra. Según el filósofo Evan Thompson:
Los budistas argumentan que nada es constante, todo cambia con el tiempo, tienes un flujo de conciencia cambiando constantemente. Y desde una perspectiva neurocientífica, el cuerpo y el cerebro están en flujo constante. No hay nada que corresponda con la noción de que existe un ser inmutable.
Al igual que el LSD apaga la zona del cerebro donde se genera la idea del yo, también la meditación produce un efecto similar. El periodista de la BBC David Sillito realizó un experimento practicando meditación y registrando sus ondas cerebrales. El análisis de la doctora Elena Antonova mostró igualmente una clara disminución en la zona frontal del cerebro asociada al yo o a la importancia personal. Quizás es por esto que los budistas señalan que la meditación es la práctica esencial para desarrollar la compasión. Y recordemos que Gautama Buda enseñó como uno de los pilares de su filosofía la inexistencia del yo individual (anatta) como una entidad inmutable, permanente o independiente.
Otra cosa a considerar es que la red neuronal por defecto también se encarga de "viajar en el tiempo" mentalmente, es decir, nos remite a una actividad que nos desplaza del presente. En cambio, la meditación está diseñada para mantenernos en un estado de alerta o atención plena del presente.
De lo anterior se puede conjeturar que los estados de conciencia expansiva, unidad y compasión están ligados a un vaciamiento del yo, a una disminución de la importancia personal, como si al dejar de aferrarse a una identidad fija la mente pudiera amplificar su percepción e integrarse a una conciencia más vasta, la llamada conciencia cósmica o conciencia universal. En esto coinciden los místicos de todas las eras, bajo la constante de que la espiritualidad es un camino de olvidarse de la importancia personal, suprimir o anular el ego, para ir de lo individual a lo universal, para dejarse atravesar por una fuerza o voluntad superior al deseo individual.
El físico Bernardo Kastrup hace una interesante lectura sobre esta investigación con LSD y alguna otra más con hongos mágicos (psilocibina). Sugiere que hay una tendencia a una menor actividad en el cerebro, lo cual, en su perspectiva, parece indicar que la conciencia no tiene meramente una base material como supone la ciencia sino que es una propiedad esencial del universo, no limitada a un cerebro. La experiencia, como puede ocurrir de manera tan abundante bajo los efectos de LSD, no se correlaciona con actividad cerebral. En esto de nuevo coincide con el budismo, que distingue entre la conciencia ligada a un yo (a un agregado de la personalidad o skhandas), a la cual llama alaya, y una conciencia pura (rigpa, en tibetano), la cual existe en identidad con el espacio, el cual se considera que tiene una propiedad de ser consciente de la experiencia.