Bután es un pequeño reino enclavado en los Himalaya, con fronteras con China y la India, pero que se ha ganado cierta popularidad entre los turistas y viajeros con el apodo del "reino de la felicidad". ¿El secreto mejor guardado de la gente que vive aquí? Pensar en la muerte a menudo hace que la angustia y la depresión estén virtualmente erradicados.
Karma Ura, director del Centro de Estudios sobre Bután, explica que "la gente rica en Occidente nunca ha tocado cuerpos muertos, heridas frescas, cosas podridas". Esta burbuja de protección que hemos colocado a nuestro alrededor, la cual nos vela y previene de la experiencia social y moral del dolor y el duelo como eventos compartidos, está produciendo una civilización deprimida porque su idea de la vida no tiene lugar para la muerte, o la ve como algo aterrador e inconcebible.
Según Ura, esta visión occidental de la muerte "es un problema", puesto que la muerte "es la condición humana. Debemos estar listos para el momento en que dejemos de existir".
La filosofía occidental no es ajena a este dogma: desde los estoicos, pasando por Sócrates y Montaigne, el pensamiento ha tratado de aprender a morir. Pero el temperamento filosófico no suele fomentarse como parte de la cultura popular, e incluso es expulsado sistemáticamente de los planes de estudio escolares; esta falta de recursos psicológicos y sociales frente a la muerte nos la presenta como algo ajeno y amenazante, en vez de algo innato a la experiencia de estar vivos. Según Ura, lo que nos perturba es "el miedo a morir antes de haber logrado lo que deseábamos o de haber visto a nuestros hijos crecer".
La autora Linda Leaming visitó Bután y comenzó a pensar en la muerte. Pronto se dio cuenta de que "la muerte no es depresiva. Me hace valorar el momento y ver cosas que ordinariamente no podría. Mi mejor consejo: vayan ahí [a Bután]. Piensen lo impensable, aquello que más los asuste pensar, varias veces al día".
Una relación ritual --incluso religiosa, pero no necesariamente-- con la muerte puede prepararnos mejor para enfrentar las ansiedades de la vida. Cuando alguien muere en Bután, por ejemplo, hay un periodo de duelo de 49 días, donde la familia y la comunidad tienen que participar en elaborados rituales; darle lugar a la muerte dentro de los horarios o tiempos de la vida "moderna" les permite vivir conscientemente la realidad de su propia mortalidad. Una vieja tradición de Bután, Nepal, el Tíbet y Mongolia es el "entierro a cielo abierto", donde el cuerpo de los difuntos es expuesto a la ferocidad de las aves de carroña. En lugar de enterrar el cuerpo, los creyentes creen realmente en la inmortalidad y trascendencia de los espíritus, por lo que aquél es entregado generosamente a los elementos para que lo consuman, puesto que ya no guarda ningún valor una vez acabada la vida de la persona.
Otra explicación de la felicidad de los habitantes de Bután puede partir de su creencia en la reencarnación, según la tradición budista. Si vives en una sociedad donde la muerte no es el final de la vida, sino algo habitual ("como cambiarse de ropa", según un proverbio) y hasta necesario, morir da mucho menos miedo, pues se puede vivir como un corte de caja entre una vida y otra. Así que ya lo sabes, si hacerte budista no es lo tuyo al menos puedes llevarte conscientemente a través de la idea de la muerte (o de aquello que más te asuste) un par de veces al día, como si fuera una vacuna psicológica contra la depresión y el sufrimiento.