En la frontera entre Albania y Macedonia, las logias sufíes cobraron nueva vida desde la caída del régimen comunista de Enver Hoxha en 1985. Históricamente se trata de un territorio en disputa: griegos, romanos, comunistas y musulmanes han dejado su impronta en el lugar, volviéndolo una extraña zona de confluencia entre oriente y occidente.
Con la suspensión y persecución de las actividades religiosas por parte del régimen comunista, miembros de todas las confesiones vieron caer sus sitios de oración: las iglesias, las mezquitas, los tekkes sufíes y los panteones quedaron hechos ruinas en muy poco tiempo; según un reportaje de Mehves Lelic para National Geographic, el hijo de Baba Ismaili, el líder religioso de la región, se negó a participar en la destrucción de los tekkes, por lo que desapareció desde entonces.
Pero este episodio que pudo haber marcado el camino de Ismaili por la senda de la venganza más bien lo persuadió de las bondades de la hospitalidad Bektashi, un antiguo conjunto de prácticas rituales provenientes de Turquía que marcaron a las religiones de la zona. El sufismo practicado por Baba Ismaili es una doctrina mística, donde la escritura no prevalece, y que abona de una interpretación figurativa del Islam. Para ellos su profeta, Haci Bektash Velí (1209-1271), es el legítimo sucesor de Mahoma, pero en términos geopolíticos, los sufíes son oprimidos por organizaciones musulmanas más poderosas.
Sin embargo, el poder de los sufíes tiene un matiz político: gracias al auge de los Bektashi, los gobernantes saben que deben ganarse el favor de los religiosos para que la gente los apoye en sus campañas. Esto ha dado la oportunidad de que las condiciones de vida de los pobladores de las montañas prosperen.
(Vía NatGeo)