Vivimos en la era del materialismo, tanto del materialismo científico como del consumismo, que es una de las manifestaciones económicas que se derivan de una visión materialista de la realidad. Cada vez tenemos más cosas y cada vez dedicamos más tiempo a intentar ganar dinero, suponiendo que al obtenerlo también se incrementará nuestro bienestar.; suponiendo que podremos encontrar la felicidad en objetos externos. Esta superstición esta basada -a veces de manera inconsciente- en la visión materialista de la realidad que sostiene que no existe otra cosa que la materia, que no existe una realidad trascendente y no hay más que esta vida material para satisfacer nuestros deseos. El individuo que cree que puede ser feliz a través de los objetos materiales es, consciente o inconscientemente, un materialista. Esta es la gran ilusión de nuestra era, fomentada en parte por una sociedad dominada por la economía --en la que es necesario transformar a las personas en ávidos consumidores-- y, como ya mencionamos, por el paradigma científico materialista, el cual reduce la realidad a una dimensión solamente física, mayormente aleatoria, sin significado ni trascendencia. Lo cierto es que la visión materialista no conduce a la felicidad --por más que tautológicamente nos quieran convencer de que si compramos ese auto lograremos cumplir nuestros sueños y el mundo se rendirá a nosotros.
Hace algunos años la American Psychology Association publicó una reseña de la literatura existente sobre los efectos del materialismo y el consumismo en los índices de felicidad, satisfacción, estrés y otros factores. El artículo es un excelente y breve resumen de los engaños del materialismo, materializados, por así decirlo, en patologías en la psique de los individuos, tomando como muestra a los estadounidenses, la sociedad que ha exportado al mundo en gran medida la ideología del materialismo (la cual es una ideología realmente sin ideas, sin filosofía, una forma de vida despojada de su alma, más una reacción o un automatismo). Traduciré y comentaré aquí algunos de los puntos más destacados.
El psicólogo David G. Myers, del Hope College, ilustra muy bien el panorama que vivimos: "Comparados con sus abuelos, los jóvenes adultos de hoy son mucho más afluentes, un poco menos felices y tienen muchos más riesgos de depresión y patologías sociales. Nuestro crecimiento económico en las últimas décadas no ha sido acompañado por el más mínimo incremento en bienestar subjetivo". Ante lo cual uno se pregunta: ¿cuál es el sentido de armar todo este tinglado, de llenar el mundo de fábricas y nuestras casas de aparatos, si no nos generan ni siquiera una percepción de estar mejor? Dedicar nuestro tiempo y energía a conseguir cosas que finalmente sólo significarán un peso encima, un drenaje de nuestra atención y que en sí mismas no producen ningún tipo de felicidad, es simplemente absurdo, incluso una forma de autotortura socialmente aceptada. Myers describe esta situación como "la paradoja" de la "sed espiritual en la era de la abundancia".
El doctor Edward Diener nota que las personas materialistas que además no tienen recursos sufren enormemente por ser materialistas; en el caso de las personas ricas que son materialistas, esto tampoco brinda una satisfacción de vida, pero los acerca un poco a los no materialistas, que pese a tener o no tener dinero, suelen estar más satisfechos que las personas acaudaladas materialistas. Lo decían desde la antigüedad los griegos: sabio es quien necesita poco y rico es quien está contento con su porción.
Según el artículo de la American Psychology Association, el doctor Tim Kasser explica por qué los materalistas suelen ser "pobres" en bienestar a través de la correlación que existe entre organizar la vida en función de conseguir logros extrínsecos, como adquirir productos, y reportes de infelicidad en relaciones, estados de ánimo y problemas psicológicos. Las metas intrínsecas que cita Kasser son el desarrollo personal y la conexión con la comunidad. De esto entonces que podamos decir que la felicidad es un estado interno, que nace del cultivo interno y acaso también de nuestras relaciones con personas en momentos de conexión real, probablemente en los que nos olvidamos de nosotros mismos y perdemos importancia personal (esto no significa comprarle un televisor a todos nuestros amigos, sino darles algo intangible).
La psicóloga Marsha Richins considera que la persona materialista sufre puesto que coloca expectativas poco realistas a lo que los productos que adquiere pueden hacer por ella. Richins cita un ejemplo de un hombre que "desesperadamente" quería comprar un alberca para así poder solucionar su problemática relación con su hija de 13 años. Hay que mencionar aquí que toda expectativa que se adhiere a algo material está condenada a producir insatisfacción, puesto que es la naturaleza de la materia ser impermanente, por lo cual lo que hoy consideramos que son "bienes" mañana serán males que padeceremos cuando ya no nos satisfaga el estado de un cuerpo o un objeto. Por eso la felicidad debe estar basada en cosas permanentes, las cuales nunca son materiales, esto es valores, ideas y esencias, fundamentalmente descubrir aquello que somos, lo que, según sostenemos aquí, no es material y no es impermanente, por lo cual debe de ser espiritual y eterno.
Un estudio llevado a cabo durante casi 20 años entre personas que estudiaron en universidades de élite en Estados Unidos mostró que las personas que tenían aspiraciones financieras más ambiciosas reportaron menor satisfacción, 2 décadas después, que quienes expresaron menos deseos monetarios. James E. Burroughs, profesor de la Universidad de Virginia, correlacionó en un estudio el nivel de estrés con valores materialistas. Burroughs determinó que las personas más infelices son aquellas que tienen en alta estima el materialismo pero que además tienen intereses "prosociales", lo cual los hace vivir en un estado de conflicto perenne. En cierta forma no se puede ser un materialista y ser una persona dedicada a la familia, la religión y la comunidad. Burroughs llama a buscar un balance: "aprecia lo que tienes [las cosas materiales], pero no por sobre las cosas que realmente importan --tu familia, tu comunidad, tu espiritualidad".
El monje budista Matthieu Ricard, conocido como el hombre más feliz del mundo luego de que científicos midieran sus ondas cerebrales meditando, comentó sobre esto mismo en una reciente entrevista:
Lo que ignoran es que la sencillez voluntaria acaba siendo una forma de vida muy feliz. Ha habido numerosos estudios que muestran esto una y otra vez. Jim Casa estudió a las personas con una mentalidad materialistas consumista. Estudió más de 10 mil personas por 20 años y las comparó con personas que ponen el valor en las cosas intrínsecas --la calidad de sus relaciones con las demás personas y con la naturaleza-- y descubrió que las personas consumistas son menos felices. Buscan placeres externos y no encuentran satisfacción en sus relaciones. Su salud no es tan buena. Tienen menos amigos. Les importa menos los problemas globales del medio ambiente. Tienen menos empatía. Viven obsesionados con la deuda.
Como explica este ex biólogo genético que dejó su vida en Francia para irse a vivir a Nepal hace 40 años, la vida sencilla puede ser una decisión voluntaria. Vivir con y en conformidad con lo necesario, en sintonía con cómo es la naturaleza, rinde beneficios de salud y permite un desarrollo espiritual. Es cuestión de foco, de buscar lo esencial y dejar de encandilarse por objetos que hacen promesas vacías (y es que esta es la paradoja: la materia está vacía, lo pleno es inmaterial y no tiene fin).
Quiero terminar con la reflexión que hizo Manly P. Hall en una de las reediciones a su clásico Las enseñanzas secretas de todas las edades. Hall explica que este libro, que es una summa de la filosofía y la religión antigua, fue escrito cuando apenas tenía veintitantos años, como una respuesta a lo que había visto en su breve estancia en Nueva York como corredor de bolsa.
El acontecimiento más destacado que presencie fue cómo se quitaba la vida un hombre deprimido por la pérdida de sus inversiones. Mi fugaz contacto con las altas finanzas despertó en mí serias dudas acerca del tipo de negocios que se llevaban a cabo en aquella época. Resultaba evidente que el materialismo controlaba por completo la estructura económica, cuyo objetivo consistía, en último término, en que el individuo llegara a forma parte de un sistema que le proporcionaba seguridad económica a costa de su alma, su mente y su cuerpo.
Hall agrega que el materialismo está condenado a la bancarrota del espíritu y que "no podemos seguir creyendo que hemos venido a este mundo a acumular riquezas y a abandonarnos a los placeres mortales". Como remedio a esto, sugiere regresar a los grandes pensadores de la antigüedad, a Buda, Lao-Tse, Platón, Pitágoras, Paracelso, Francis Bacon y muchos otros que eran conscientes de los peligros del materialismo y que promovieron una vida basada en el amor, el bien, la belleza y la verdad (todos los cuales son en cierta forma sinónimos).
Twitter del autor: @alepholo