La infantilización de Facebook, ¿síntoma de una sociedad que se niega a crecer?

Recientemente, Facebook puso en marcha una función en la que su emblemático botón de “like” está acompañado ahora por otras cinco posibilidades de “reacción”, del amor al enojo, del asombro a la tristeza, según entiende esta corporación dichas emociones, claro está. Estas opciones se expresan además gráficamente, con los emojis correspondientes, esos “rostros” de rasgos caricaturescos que muchos conocemos bien por usarlos cotidianamente.

Teniendo en cuenta que Facebook es, por mucho, la red social que usan más personas en todo el mundo (su volumen de usuarios activos se calculaba, en marzo de 2015, en 1.44 mil millones), podemos decir que este cambio no es menor o, de otro modo, que ningún cambio en el algoritmo y funcionalidades de Facebook es menor, pues tiene efectos en una buena parte de la población mundial, en la manera en que millones de personas aprehenden el mundo, en la configuración de la realidad de individuos y sociedades específicos.

En este caso, una de las cualidades que más llaman la atención es una que, grosso modo, podríamos calificar como “infantilización” de las condiciones en que Facebook se sitúa ante el usuario como punto de contacto entre la persona y la realidad. En cierta forma, Facebook ha tomado el lugar del “juguete” que usualmente captura la atención del niño, especialmente cuando éste se encuentra en sus primeras etapas y se sobresalta con todo aquello que altera su normalidad, así sea vagamente: un globo de color llamativo, el ladrido de un perro, un objeto que adquiere movimiento. Casi inevitablemente, el niño responde a dicho estímulo, abandona lo que estaba haciendo para volcarse de lleno hacia eso, lo cual, en sus condiciones, es comprensible, pues se trata de un proceso de curiosidad por el mundo, de investigación en un sentido epistémico: el niño quiere saber de qué se trata.

Facebook, sin embargo, parece haber encontrado parte de su éxito sólo en la primera parte de dicho fenómeno. Los colores llamativos de la plataforma misma y la moción de algunos de sus elementos (estas nuevas “reacciones” o los GIFs que vemos diariamente en nuestro feed, la prioridad que da su algoritmo a las publicaciones en video y el hecho de que estas se reproduzcan automáticamente) son las características más señaladas de su estrategia por cautivarnos, dicho esto en su sentido más literal: volvernos cautivos, mantenernos presos en su red. Algo se mueve en nuestro feed y, como el niño con el móvil sobre su cuna, inevitablemente volteamos a verlo.

Esto es lo evidente, lo que se presenta ante nuestra vista, pero no es lo único. Hablando únicamente de las “reacciones” implementadas, ¿no es lo reducido de su espectro también una simplificación propia de un estado infantil de la mente? Los niños, lo sabemos bien, distan mucho de ser ingenuos, sin embargo, el problema con la infancia es que, por decirlo coloquialmente, nos hacen falta tablas, de niños carecemos de los elementos que nos permitan comprender y expresar aquello que intuimos. Un ejemplo elocuente a este respecto son las “teorías sexuales infantiles”, las cuales, “pese a sus grotescos errores, dan pruebas de una gran comprensión sobre los procesos sexuales, mayor de la que se sospecharía en sus creadores”, según escribió Freud al respecto. El niño sabe, pero su horizonte aún está muy limitado para que efectivamente comprenda.

Con todo, en el caso de las “reacciones” de Facebook pareciera haber un intento por frenar ese impulso infantil por querer entender y, a cambio, ejercer sobre el usuario el poder de la figura tutelar para brindar la explicación adecuada. Ante las preguntas y teorías del niño, usualmente los padres corrigen, le dicen aquello que debe saber a su edad, en los términos que a su parecer son los correctos. En pocas palabras: limitan su horizonte a la visión dominante de las cosas. En términos dialécticos: lo sitúan de lleno en el campo de conocimiento del amo.

La operación de Facebook es equivalente. Para provecho suyo, cierra el espectro de reacción de su usuario a un puñado de emociones, sus emociones, según su propia definición, fomentando nuestra pereza y acaso sobre todo nuestra comodidad, la comodidad del esclavo que “se aferra a la mera vida” porque renunciar a ésta significaría salir de la lógica del amo y, en consecuencia, encontrar o construir la nuestra, crear un mundo propio, a la altura de nuestro deseo. En una palabra, ser libres.

Pero al parecer nos aterra tanto la libertad, las responsabilidades que implica, el reconocimiento de nuestras limitaciones y dificultades, que preferimos mantenernos en el sopor de un mundo falsamente infantilizado, al amparo de una figura tutelar que nos evite el esfuerzo de tomar las riendas de nuestra propia vida.

 

Twitter del autor: @juanpablocahz

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