Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente.
Mark Twain
Afortunadamente hoy la creatividad está de moda. Y aunque en muchos caso el coqueteo con esta preciosa herramienta de la que disponemos los seres humanos peca de frívolo, parece que a fin de cuentas es positivo que masivamente se estén incentivando los dotes creativos (lo cual combinado con un poco de ética y de originalidad podría dar frutos bastante interesantes). Pero, ¿cómo detonar en nosotros la creatividad?
Cuando viajamos la mente se enfoca en el presente, en los olores, colores, personas, paisajes, texturas y todo aquello que nuestros sentidos perciben distinto al hogar. Al no encontrarnos en la comodidad de la cotidianidad, ese territorio que se conoce y se domina, nuestro cerebro está más alerta, ya sea por curiosidad o simple autodefensa. Al estar “más presentes” absorbemos más información. Toda esa información es procesada por nuestro inconsciente para volverse parte de nuestro yo de percepción.
La información que articulamos de manera más consciente es transformada en recuerdos, mismos que generalmente funcionan como motores de inspiración. Lo anterior sucede porque la mayoría de las memorias de los viajes son intensas. Esa intensidad nos pone a prueba para después fungir como motor de sensaciones.
Los recuerdos generalmente producen sensaciones, sean positivas o negativas; ellas nos hacen sentir más vivos. Cualquier persona dedicada a un trabajo que requiera creatividad sabrá que las sensaciones son generadoras de ideas, de impulsos y de sentimientos que requieren “salir” para ser canalizados en algún oficio, proyecto o trabajo creativo.
Está comprobado que los viajes proveen de una inspiración constante pues nos ponen a prueba, nos ayudan a autoconocernos y a comprobar que nuestros potenciales problemas se tornan diminutos cuando nos exponemos a la inmensa variedad de realidades que confluyen mientras viajas.
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