La música clásica está hoy de luto debido a la pérdida de Pierre Boulez, una de las figuras clave de la vanguardia musical de la segunda mitad del siglo XX, la que experimentó con los sintetizadores y las armonías, la música heredera de la experimentación de Arnold Schönberg, Igor Stravisnki, Edgar Varèse y algunos otros compositores que revolucionar tanto la creación como la escucha de la música académica.
Boulez, nacido en Montbrison, Francia, en 1925, comenzó su formación como músico en el Conservatorio de París bajo la égida de Olivier Messiaen, otro de los compositores más importantes del siglo XX (autor, entre otras obras, del célebre Quatuor pour la fin du temps). Con Messiaen, Boulez se inició en las técnicas de composición dodecafónica, atonal y serial, todas ellas sistematizadas por Schönberg y sus alumnos más destacados, Alban Berg y Anton Webern. A partir de entonces, Boulez emprendió también el camino de la vanguardia, el ejercicio experimental, la búsqueda de los límites de la composición y otras inquietudes intelectuales y artísticas que devinieron en la creación de obras como "Segunda sonata para piano", de 1948, recibida con entusiasmo aun en vista de la juventud del compositor (entonces contaba con 23 años):
Afortunada o casualmente, Boulez coincidió en aquella época con compositores como Luciano Berio, Karlheinz Stockhausen y Luigi Nono (decisivos en el desarrollo de la música electrónica), con quienes compartió buena parte de su aventura artística.
Otra faceta importante del francés fue la de director de orquesta, labor que inició desde la década de 1950 y sostuvo hasta 2015, año en que grabó el Adagio de la décima sinfonía de Gustav Mahler (inacabada) para el sello Deutsche Grammophon, completando así el integral de las sinfonías del alemán. Durante este largo período, Boulez se empeñó en llevar a los programas de las orquestas la música del siglo XX, en especial composciones de Berg, Claude Debussy, Mahler, Schönberg, Stravinski y otros. Esta preferencia fue un tanto polémica, pues en general aun el público de orquestas asentadas en grandes metrópolis como Nueva York o Londres no está del todo habituado a recibir dicha música. Con todo, Boulez persistió y no es exagerado afirmar que su persistencia contribuyó a transformar la escucha contemporánea de la música, al menos en el intento de volver familiar la obra de dichos compositores. Entre sus interpretaciones más elogiadas se encuentran las de composiciones de Stravinski, Béla Bartók y Mahler, además de obras del siglo XIX limítrofes entre el clasicismo y la vanguardia de Richard Wagner (de quien grabó el Ciclo del Nibelungo en ocasión del centenario de la composición) y Anton Bruckner.
En este espacio es difícil completar una semblanza justa del compositor, pero animamos a quien tenga la curiosidad a buscar el material existente sobre Boulez tanto en línea como en otros medios. En YouTube se encuentran varios videos y audios tanto de sus obras como de sus presentaciones como director. Asimismo, en español se han publicado algunas de sus compilaciones de artículos y algunas entrevistas. Boulez fue también un gran analista de la música, dotado de una idea clara de los propósitos y alcances de este arte; es cierto que sus textos pueden ser áridos y técnicos, pero no por ello menos agudos y, para el lector atento, siempre resultarán en un gran aprendizaje del ámbito musical. Un buen inicio puede ser La escritura del gesto, una entrevista publicada hace unos años por la editorial Gedisa en donde Boulez habla sobre su trayectoria, su estilo de conducción, su faceta como compositor y otros temas que sin duda retratan a la perfección a este gran hombre que hoy cerró su legado.