Cosmética del álter ego: ¿podemos aprender algo del narcisismo colectivo?

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Imagen: moniquill.tumblr.com[/caption]
Los que están despiertos tienen un mundo común, pero los que duermen se vuelven cada uno a su mundo particular.
Heráclito, el Darth Lord

Vanidad de vanidades, etc., dice el rey Salomón. Sentencia con el consabido todo es vanidad. Y si todo es vanidad, ¿cómo escapar de ella? ¿Qué quiere apuntar la literatura sapiencial respecto de cultivar virtudes que no promuevan en el alma el aguijonazo de la vanidad? Con el psicologismo, la sociología y el nacimiento del psicoanálisis la cosa se formalizó un tanto, sin ser prístino como la tela transparente a la vez que opaca de los espejos. El "ego" vino a nombrar un yo dentro del yo, una instancia que sólo busca satisfacerse a sí misma a costa incluso de provocar calamidades en el resto de la psique. Tampoco se trataba de una innovación. Los latinos daban al amigo un nombre que para los griegos se decía héteros autós, es decir, otro yo, o álter ego.

Venía pensando desde hace tiempo si se puede pensar la vanidad, o desde la vanidad. Parece frívolo incluso plantearse una cosa así. Pero comparten tal vez por algo la categoría de frívolas con cosas como la cosmética corporal, las elecciones indumentarias, la industria de la moda (más vanguardista, por otro lado, que muchas de nuestras logias literarias) e incluso con la poesía, todo, claro, en un grueso corte transversal por el imaginario colectivo. Son baratijas, cosas que sirven poco más o menos para referirse a sí mismas. Son adornos, remaches, ornamentos. Se ha demostrado que ciertas modas actuales que celebran la individualidad irrenunciable del sujeto poco a poco tienden a homologarlo con el resto en un mismo nicho de mercado. 

La asociación entre los ornamentos y la vanidad tiene una historia larga, plagada de prejuicios. En griego, cosmos deriva de κόσμος, que según Heráclito (se disculpará la simplicidad ilustrativa) son simplemente todos los elementos de lo que existe en el mundo ordenados aunque con apariencia de dispersión. Hesiodo pensaba que el χάος (caos) no era sino la tensa abertura de lo que hay entre el cielo y la tierra; Werner Jaeger rastreará esa hebra etimológica hasta la raíz indoeuropea kasko, bostezo, correspondiendo lo alto y lo bajo a las mandíbulas eternamente abiertas de un animal. 

Ya Homero utilizaba cosméoo para describir la forma en que Menesteo comanda u "ordena" un batallón de atenienses. Comparten raíz con cosmos cosmética, que llegó a ser una de las formas de practicar el cuidado de sí mismo, entendido no solamente como mascarillas de pepino y agua de alfalfa para los riñones, sino en cultivar los aspectos del alma de manera coherente y armónica, es decir, reproduciendo la íntima conexión que tienen todas las cosas que existen, a través de prácticas ascéticas/iniciáticas de muchos grados: el aprecio por los dioses, las virtudes civilizatorias y la contemplación --no, subir fotos a Instagram no es "contemplarlas"-- (cfr. Cosmética del asesino, de Amélie Nothomb). La magia CHAOS y las terapias holísticas de todo tipo apelan a ese desarreglo cuyo síntoma provoca padecimiento en el sujeto. Rimbaud daba al poeta la misión de producir "el desarreglo ordenado de todos los sentidos".

Fragmentos ordenados que provocan la sensación de belleza y caos: las cuentas de chaquira de un collar ceremonial huichol, un tablero de ajedrez donde está a punto de producirse una jugada, la música dodecafónica, las grecas en el escudo de Aquiles, las rayas de un tigre, un laberinto, una mesa de picnic, los fragmentos de Heráclito, las hebras de cabello que el peine ordena sobre la cabeza, la visión cenital de un mapa antiguo, la ciudad de México vista desde un avión, las modificaciones corporales en el cuerpo de una muchacha punk, los bancos de peces, el cielo de las ideas, las estrellas. 

 

Así, el cosmos no es en absoluto el "caos" en que los latinos y la física clásica verán dispersarse el universo, sino una noción anterior que refiere a ciertas leyes cognoscibles e inmutables sobre el bien y la belleza, que todos podemos conocer con sólo indagar en la naturaleza (ciencia), en los sueños (magia) o en uno mismo ("Yo me he consultado a mí mismo", fragmento 80 de Heráclito). Ya decía Paul Valéry que el único objeto de estudio de la conciencia es la conciencia misma.

Pero la vanidad hace más que diferenciar nichos de mercado: hace que se confunda la conciencia de clase con una categoría de consumo. Esto es parte de la estratagema descrita por Jean Baudrillard en El crimen perfecto (aunque puede ser El otro por sí mismo, cito mal y de memoria), acerca de su noción de look. En las revistas de moda, el look es una imagen ideal que se consigue producir por medios auráticos, es decir, que presentan un excedente de sentido que desborda la cualidad o calidad misma del objeto, y que funcionan como vínculos simbólicos a imágenes con las que el sujeto desea que el grupo social lo asocie. Es una típica táctica de aceptación: el look rockero, hipster, deportivo, formal son, además que categorías del mercado, álter egos en los que se desdobla y expresa una subjetividad. Nos asociamos y diferenciamos mediante ciertos códigos de conducta, que en nuestros días se reducen a falsas elecciones de consumo (porque finalmente, capitalismo de capitalismos, todo es capitalismo) y finalmente nos homologamos mediante el look, mediante el discernimiento (ordenación y logos) de la mirada del otro.

Así, por un lado, nos gusta esa playera de los Velvet Underground porque queremos que nos asocien con ellos en tanto significante de una gramática social. Lo mismo ocurre con la mayoría de nuestras elecciones de consumo, desde el proverbial papel o plástico (que es una falsa elección en realidad, ¿por qué no papel y plástico?), que reduce la injerencia del sujeto a la resolución de simples cuestiones dicotómicas, resueltas de antemano por el sistema. Pero curiosamente parece ser que es nuestra vanidad --la proyección de nuestro ego-- la que nos inclina hacia ciertas elecciones (papel, porque creemos que es "más ecológico" que las bolsas, aunque no sea cierto en realidad) y no a otras.

¿Ocurrirá lo mismo con las ideas que utilizamos día a día para procesar el mundo a nuestro alrededor? La política no es sino la negociación de ciertas bases mínimas de coherencia entre facciones de una misma clase, o de clases en disputa por la hegemonía; la manera de "ordenar" y reconducir --como los caudillos aqueos, como las legiones romanas, como las ovejas del pastor, como las nubes alrededor del Sol-- hábilmente estas disputas deviene en poder político. Prueba de ello está en los manuales de dirección gerencial y en las biografías autoelogiosas de presidentes, economistas, y otros sátrapas de la fauna burocrática mundial. No es raro encontrar reescrituras de manuales bélicos en código entrepreneur, como El arte de la guerra aplicado a los negocios. Otra forma de definir política es: "la provocación de una inclinación benéfica de los poderes de facto para perseguir los propios fines (generalmente económicos y electorales) por cualquier medio al alcance".

La cosmética deviene fútil, desde cierta perspectiva, cuando busca inútilmente transformar al sujeto en su propio ideal del yo. Pero desde la perspectiva de género, estas modificaciones pueden representar el empoderamiento mismo de un sujeto, así como las tácticas por las que este se legitima y se reconoce. La cirugía plástica tiende a crear rostros que guardan parecidos no con hombres o mujeres, sino con una suerte de "ideal del yo colectivo", de evanescente encarnación del hermafrodita primigenio del que Mircea Eliade ha escrito páginas memorables.

Los retratos de Phillip Toledano de personas con cirugías plásticas extremas muestran de manera elocuente que los seres humanos somos capaces de encarnar y construir nuestra propia coherencia; "dismorfobia" refiere a la adicción a las cirugías plásticas, pero ese no es el punto: lo que hacemos con la mente y los afectos --esas modificaciones radicales, esos aumentos, esas limaduras de la personalidad que son reproducidas en la carne como síntoma y nombradas en la jerga del diagnóstico-- obedece a la misma búsqueda de ser nosotros mismos, aunque eso implique encontrarnos irreconocibles para los demás. "Narcisismo" es la invocación del doble espejo en donde el mito encarna en sí mismo, y donde el sujeto observa el fondo del espejo devolviéndole una mirada extraviada pero suya, ilusoria como su propio nombre, sí, pero hospitalaria: de nuevo suya.

 

Twitter del autor: @javier_raya

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