Actualización: Entre la redacción del texto y la edición y publicación del mismo, sucedió que fue aprobada en el Congreso la creación de la Secretaría de Cultura, por mayoría aplastante, y sin escucharse voces que cuestionasen esto. También fue nombrado Rafael Tovar y Teresa como el nuevo Jefe de la cultura y el arte en México, a pesar de las diversas acusaciones de derroches de fondos pre-existentes en su contra. Nos mantenemos en espera de conocer las afectaciones que tendrá el presupuesto anual de arte y cultura, para subsanar los gastos de la creación de la secretaría.
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Alrededor de 20 años atrás, en un clima álgido de corrupción política, narcotráfico, crimen organizado y extrema violencia, como sucedía en Colombia, el candidato liberal Ernesto Samper anunciaba enaltecido en un discurso pacifista la creación del Ministerio de Cultura. La oposición se manifestó rápidamente en la figura de uno de los más férreos críticos, Harold Alvarado Tenorio, escritor y crítico colombiano, quien denuncia: “El candidato liberal, más que exponer un programa sobre lo que entiende por cultura en un país tan diverso como Colombia, donde hay sin duda varias naciones y territorialidades, decidió salirse por la tangente afirmando que el Ministerio de Cultura será, por encima de cualquier eufemismo, el Ministerio de la Paz”. De esta manera, con todo y eufemismo negado pero contenido, y con su debido toque de demagogia latinoamericana se anunciaba en Barranquilla, en 1994, la creación del Mincultura, o su equivalente mexicano en la Secretaría de Cultura. Abanderarse en el arte y la cultura para obtener beneficios políticos no es ni nuevo, ni exclusivo de este país.
De entre la oposición a este ministerio por parte de algunos personajes de la cultura y el arte en Colombia, uno de los más célebres, el querido Gabriel García Márquez, quien nunca apoyó tal empresa, declararía a Semana:
Desde que la propuesta se planteó durante la campaña presidencial de Ernesto Samper, las discusiones se han centrado en las funciones del ministerio, en su tamaño y sus alcances, y hasta ha habido toda clase de rumores sobre quién podría ser el ministro de Cultura. Por los pocos datos que se filtran desde el gobierno, podría pensarse que se está planeando, más que un ministerio de Cultura, un ministerio de las Artes. Y si de eso se trata, con Colcultura, bien manejado y bien financiado, basta y sobra. (…) Nadie ha demostrado que se necesite, y por el contrario, lo que sobran son dudas sobre su conveniencia.
Gabo continuaría explicando al medio colombiano sus dudas sobre el Ministerio de Cultura:
La primera es si un ministerio no va a politizar o a oficializar la cultura. El ministro tendrá que atender congresistas que pedirán favores burocráticos, nombramientos, cuota en los empleos del ministerio, todo ello a cambio de respaldar al ministro y de no sentarlo en el banquillo del Congreso. El ministro que se rebele contra ese mecanismo diabólico se convertirá en candidato a una moción de censura. Y el que acepte jugar el juego convertirá la política cultural en un instrumento más del clientelismo. Por otra parte, a la hora de decidir qué proyectos culturales apoyará el ministerio con fondos públicos, también van a influir los políticos. En cada región del país las gentes de la cultura van a tener que hacer fila en las oficinas de los clientelistas para pedirles que respalden sus planes y los ayuden a hacer lobbying ante el ministerio.
A esto, el poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio agrega:
Los Ministerios de Cultura fueron una de las varias invenciones de los dictadores de estados totalitarios (nazismo, fascismo, franquismo, degaulismo y comunismo), a fin de controlar y canalizar la información histórica, literaria o de cualquiera índole, en naciones y estados que luchaban por la supremacía mundial y necesitaban que sus ciudadanos no se ocuparan de cosa distinta de la que decía el estado totalitario.
Esta última idea, la de ocupar a los ciudadanos con agendas determinadas política y estratégicamente por el Estado, es harto común en México, y muy empleada en países pobres, rezagados en la educación, y por tanto, en el ámbito del arte y la cultura, como lo es el caso mexicano; además las coincidencias del pasado conflicto social colombiano con el mexicano son determinantes y concluyentes, bien valdría sopesar el caso colombiano para seguir los lineamientos necesarios evitando caer en los mismos errores que el país sudamericano.
El caso mexicano
En un contexto extremadamente similar se ubica actualmente México, pues podemos afirmar que el conflicto con el narco simplemente mudó de ubicación geográfica para alojarse a las puertas de los mayores consumidores de drogas, los norteamericanos, sin mencionar las notables similitudes culturales entre México y Colombia. En este país hoy libramos una sangrienta guerra contra el narco, tan encarnizada como la que libró la nación colombiana durante la parte final del siglo pasado. Y la historia se repite, es cierto, así que 20 años más tarde de haberse creado por decreto, sin consulta previa, análisis o debate, el Mincultura de Colombia, aquí ya se gesta la nueva y flamante Secretaría de Cultura, igualmente sin consenso, sin consultas, sin argumentos que sustenten su necesaria creación.
En un país que se autodenomina democrático, el plebiscito, la inclusión, el respeto, y la garantía de la diversidad de opiniones y la libre expresión deberían ser prácticas comunes, más aún, como enfatiza Alvarado Tenorio al respecto:
En un estado democrático, ningún sector, por muy influyente que sea, debería ser favorecido en detrimento de otros. Uno acepta, porque parece no haber otra salida, que el deporte, la radio, la televisión, las aguas y las tierras tengan vigilantes estatales, pero decir que las manifestaciones culturales requieren de guías y gratificadores desde las capillas de los partidos y el partido que gobierna, no es más que otra avivatada política.
Un ardid político que traerá altos costos a la ciudadanía, un gasto ejecutado sin contemplar opciones u opiniones, una treta donde los millones se escurrirán hacia oscuros destinos y que dejará un resplandeciente secretario o, si el surrealismo mexicano no falla, podría darle acomodo a la primera dama, quién recordemos no quiso tomar la tradicional dirección del DIF, probablemente vislumbrando la creación de esta entidad cultural. Pero este, además, un ardid muy poco original e igual de embaucador que el utilizado por Samper en Colombia a mediados de los 90, con su famoso Ministerio de la Paz.
Aquí en México, Peña decretó en abril de 2014 el Programa Especial de Cultura y Arte 2014-2018 (PECA), en cuyo documento se explica que el programa busca, a través del fomento de la cultura y el arte, crear un México en paz, incluyente, con educación de calidad, próspero y con responsabilidad global. Si bien la cultura y el arte son igualmente medios con propiedades dadas para influenciar y potencializar un cambio, por sí mismas no pueden traer la paz al país. Si EPN quiere traer la paz a México se debe revisar, analizar y discutir, democráticamente, esta larguísima guerra contra el narco, y los futuros proyectos para enfrentar ese problema social, así como otros tantos que padecemos. La prosperidad es también un ejercicio que no puede ser generado espontáneamente por la cultura y el arte, esto es algo que tiene que ver esencialmente con un sistema de producción, aplicar un sistema de producción a la cultura y al arte puede ser riesgoso; sin embargo el programa señala como su quinto objetivo “apoyar la creación artística y desarrollar las industrias creativas para reforzar la generación y acceso de bienes y servicios culturales”. Hablar de una industria creativa como tal suena descabellado en uno de los países con más pobreza, donde desaparecen estudiantes, se asesinan periodistas y que vive en un eterno feminicidio; parece que aquí, como en un régimen totalitario, la cultura y el arte son dirigidos y reprimidos por los políticos y los poderosos, apadrinados por la pasiva observancia de los artistas e intelectuales mexicanos tan acostumbrados al clientelismo.
¿Racionamiento de la cultura?
Si esto no fuera suficiente, en el decreto que aprueba el PECA 2014-2018 se declara que “la meta nacional México con Educación de Calidad tiene como objetivo, entre otros, ampliar el acceso a la cultura como un medio para la formación integral de los ciudadanos, para lo cual resulta necesario implementar una política de Estado capaz de situar a la cultura entre los servicios básicos brindados a la población”. El Estado mexicano pretende convertir el arte y la cultura en un servicio básico que será repartido por el Estado mismo entre la ciudadanía, por medio de sus instituciones y paraestatales de la cultura. Vaya apuesta…
Por lo tanto EPN, al año siguiente de aprobarse ese programa, presentó al congreso su propuesta para la creación de una Secretaría de Cultura, argumentando que es necesaria para potencializar el Programa Especial de Cultura y Arte. Sin embargo en el mismo documento del PECA se pone énfasis en la gran infraestructura cultural del país señalando:
Para el aprovechamiento, cuidado y disfrute, así como para el enriquecimiento de su legado cultural, México ha construido a lo largo de décadas una extensa infraestructura cultural, la mayor de América Latina. (…) 187 zonas arqueológicas abiertas al público, alrededor de 108 mil monumentos históricos, más de mil 200 museos, 22 mil 630 bibliotecas (7 mil 388 de las cuales integran la Red Nacional de Bibliotecas Públicas), mil 567 librerías y puntos de venta de libros, 620 teatros, mil 873 casas y centros culturales, 402 galerías y 654 auditorios.
Así que por lo que entendemos y suponemos, por lo menos no será necesario un gasto millonario en infraestructura nueva para dicha secretaría. Mas lo sorprendente radica en que, 20 años después, nos encontremos en el mismo caso colombiano, y que la inminente creación de la Secretaría de Cultura mexicana no haya sido discutida democráticamente, como señaló en su momento Gabriel García Márquez para el caso colombiano: “Lo curioso es que a lo largo de estos meses nadie ha discutido en serio si es bueno o es malo que haya un ministerio. Nadie se ha preguntado cuál es la política cultural que lo requiere. Nada: la premisa ha sido que habrá ministerio, y a partir de ahí se ha dado la discusión. Y eso está mal”.
Por supuesto que está mal, porque la forma en que se combaten los problemas que nos aquejan como sociedad, y las resoluciones que se tomen al respecto deben primero ser incluyentes para después poder promover la inclusión; deben primero ser transparentes si quieren promover la transparencia. Decretar la creación de una nueva secretaría bajo una turbiedad censurante no es la solución. La infraestructura está, el problema radica en las facultades administrativas de las entidades culturales de gobierno o paraestatales, la falta de transparencia en sus manejos o sus abusos de confianza; tal es el caso del titular del CONACULTA que gasta 300 mil pesos en un viaje a Londres para inaugurar una exposición de Leonora Carrington en el Tate Museum, o la acusada desigualdad en la repartición de apoyos e incentivos a los artistas, el compadrazgo y el tráfico de influencias en los círculos de la cultura y el arte y, tristemente, las frías distancias entre los múltiples recintos culturales y sus probables espectadores.
¿Qué hacer?
En todo caso lo primordial sería hacer un diagnóstico de operatividad a la «infraestructura cultural más grande de Latinoamérica», para detectar y corregir sus fallas, así como combatir en ellas estos hábitos políticos tan dañinos y retrógrados. Coincido con Antonio Caballero cuando señala que "la cultura no debe depender del Estado. Ni para ser protegida y fomentada, como dicen ellos, ni para ser dirigida o reprimida, como temen otros. No debe tener nada qué ver con el Estado. Porque la cultura es —como explicaba Burckhardt, uno de los inventores del concepto— la crítica del Estado y de la religión, que con ella forman la tríada de 'potencias' de la historia. Someterla a aquello que debe criticar es una aberración peligrosa", a la que el caso mexicano y su Secretaría de Cultura parecen estar sentenciados.
En vista de que aparentemente no se hará una consulta democrática e incluyente para la creación de la nueva secretaría, o mejor expresado, no se hizo; y advirtiendo que ésta será creada sin, ya no digamos el consenso de los representantes de todos los ámbitos de la cultura y el arte en el país, sino sin ser siquiera notificados de qué es exactamente lo que se está creando; e intuyendo, finalmente, que no encontrará un gran número de opositores, me adscribo a la opinión que el mismo García Márquez en su momento daría al ser cuestionado sobre el por qué de tantos defensores del Ministerio de Cultura en Colombia: “Lo que pasa es que entre los defensores hay muchos aspirantes a ministro de Cultura. Lo cual puede ser legítimo, pues todo el mundo tiene derecho a sus aspiraciones”. Y esto revela de nuevo un conflicto esencialmente político: ya se rumora el probable nuevo secretario en la figura del mismo rector del CONACULTA, se habla de evitar duplicar puestos operativos y de una especie de tutoría por parte de esa secretaría hacia el resto de los institutos culturales y paraestatales de cultura del gobierno. En realidad lo que debería hacer el gobierno es aclarar quiénes son los dueños de: Compañía Operadora del Centro Cultural y Turístico de Tijuana, S.A. de C.V. (Cecut), Educal, S.A. de C.V. (Educal), Estudios Churubusco Azteca, S.A. (ECHASA), y de Impresora y Encuadernadora Progreso S.A. de C.V. (IEPSA), Televisión Metropolitana S.A. de C.V. (TV METRO, Canal 22); explicarnos por qué estos particulares reciben apoyos del gobierno para promover, difundir y comercializar la cultura y arte mexicanos, por qué ellos y no otros, además de a quién rinden cuentas y cómo son estas cuentas.
Mucho trabajo hay por delante en materia de cultura y arte. Por supuesto que estas decisiones reflejan el accionamiento de un aparato totalitario, así como reiteran un error histórico en la noción de CULTURA, que como sentencia Antonio Caballero es “lo que la sociedad genera espontáneamente frente a la religión y frente al Estado, y no lo que unos trabajadores especializados hacen por encargo de la una o del otro”.