"Tierra de cárteles": un punto de vista documental desde las entrañas del monstruo

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Imagen: superprimefilms.com[/caption]

 

El cine y la literatura han explorado y explotado, artística y comercialmente, el tema del narcotráfico y el crimen organizado con distintos grados de apego a la verdad: cuando no encontramos en el horizonte sino crecientes muestras de hartazgo por la forma en que o bien se glorifica la "narcocultura" o bien se le trata con un discurso vago y tibio propio de la administración del presidente de México, Enrique Peña Nieto, ver el documental Cartel Land es mirar con ojos nuevos un problema tristemente viejo.

El objetivo del director, el periodista Matthew Heineman (quien recibió por esta cinta los premios Sundance de dirección y el Premio Especial del Jurado en 2015), era contar la historia paralela de dos "vigilantes" armados a ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos. Por un lado, la del neocowboy Tim Nailer Foley, un veterano de guerra y exadicto al meth; por otro, la del doctor José Manuel Mireles, primer líder de los grupos de autodefensas ciudadanas en el estado de Michoacán. Pero pronto, el desarrollo de la historia que documenta lleva a Heineman a lugares mucho más oscuros de los esperados.

Para entender Cartel Land conviene tener a la mano la referencia de The Act of Killing (Joshua Oppenheimer, 2013), que sigue con precisión obsesiva a los sujetos a documentar --líderes y mercenarios del corrupto gobierno indonés que participaron en masacres de comunistas en la segunda mitad del siglo pasado-- para ver cómo poco a poco los personajes se van resquebrajando, no para revelarse como realmente son, sino para tener un atisbo de las consecuencias del apego a dichos personajes. En el caso de Mireles, el arco narrativo va del valiente y honesto médico de provincias, cansado de los constantes atropellos que sufre la población por parte de los Caballeros Templarios (desde cobro de piso hasta extorsiones, "levantones", violaciones y asesinatos), hasta el momento en que su figura pública toma un protagonismo inusitado mientras lo que pudo ser un importantísimo movimiento social paramilitar es infiltrado por el gobierno federal y el crimen organizado.

La historia del vaquero Foley --quien vive en una zona de Arizona conocida como "el corredor de la cocaína", por ser un sitio privilegiado por su lejanía con fronteras más custodiadas-- cuenta simplemente las fantasías paranoicas de los desclasados blancos del sur de Estados Unidos, que se ven a sí mismos como ciudadanos modelo al "defender la ley en un lugar sin ley" (en el caso de Foley, a través de la creación del Arizona Border Recon), y que lleva a otros grupos a extremos raciales como cazar indocumentados ilegales sin por ello mellar un ápice el tráfico de drogas, armas y personas a ambos lados de la frontera. Pero la historia de las autodefensas adquiere por momentos tonos sumamente dramáticos, como el presunto atentado aéreo donde Mireles perdió la movilidad de medio rostro, y cómo este evento se refleja en un cambio de liderazgo dentro de las autodefensas, que terminan siendo desactivadas en tanto movimiento por el gobierno federal al ser "regularizadas" en el turbio cuerpo de Policía Rural.

Tal vez el mayor logro de Cartel Land sea el de mostrar la claudicación del Estado estadounidense y del mexicano en su función de otorgar seguridad a la población, y podríamos especular que incluso este documental será un referente histórico sobre cómo los servicios de inteligencia, vigilancia policíaca y fuerza pública comenzaron a ser subsidiados casi por outsourcing, lo naturalmente esperable de un gobierno de entrepreneurs que maneja el Estado como un negocio, y que carece del más elemental nivel de empatía.

Se ha criticado al documental por no tocar el tema de las fosas comunes y los miles de desaparecidos ni las masacres cometidas por --o con la anuencia de-- militares desde el año pasado (Tlatlaya, Ayotzinapa, etc.), así como por presentar una imagen tal vez demasiado halagadora de Mireles y las autodefensas. Sin embargo, los riesgos de su realización y el reporte de primera mano que el espectador puede hacerse siguiendo la secuencia de eventos permiten tener un atisbo directo del gran problema para terminar con la guerra contra el narcotráfico: el llamado siempre seductor y generalmente inevitable de la corrupción. 

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