En varios sentidos, las escuelas no siempre son los mejores lugares. Socialmente constituyen uno de los puntos nodales de la enseñanza de la disciplina, el trabajo, el deber y, en general, todas esas prácticas y principios ideológicos que son útiles al sistema de producción dominante. Arquitectónicamente también pueden ser lugares grises, poco agraciados, burocráticos incluso.
Pero no menos cierto es que también tienen su cariz positivo pues, por ejemplo, ahí es donde hacemos nuestros primeros amigos, algunos de los cuales se mantienen para el resto de la vida; asimismo, es en la escuela donde pasamos buena parte de nuestra niñez, que a veces es una de las etapas más felices de la existencia; finalmente, también puede ser que hayamos tenido la suerte de estudiar en un espacio agradable, tal vez un edificio antiguo, tal vez uno diseñado por un arquitecto talentoso o uno que todavía está situado en medio de un paraje de ensueño. Entonces quizá la escuela no tenga un lugar tan pesaroso en la memoria.
Las imágenes que ahora compartimos forman parte de este último grupo. Estos son lugares que funcionan como escuelas y que a la par tienen un valor estético añadido. En algunos casos se trata de viejos edificios con una gran historia a cuestas; en otros parecen inspirados en esa tradición de la antigua Grecia en donde, según se cuenta, los discípulos de ciertos maestros tomaban clases entre jardines y paseos de entre los cuales tomaron a veces sus nombres; y algunas otras circunstancias que hacen de estos espacios centros admirables de la enseñanza y el conocimiento.