The Propaganda Game (2015) es el segundo largometraje documental del español Álvaro Longoria. Gracias a una serie de eventos que se nos narran en elipsis Longoria logró obtener acceso privilegiado a la República Democrática de Corea del Norte, pero al igual que los turistas que deciden visitar el país a través de alguna de las agencias de viajes autorizadas (y manejadas) por el Estado, el cineasta y su equipo apenas permanecieron a solas. Ahora bien, el tipo de vigilancia a la que el equipo de filmación es sometido no se parece propiamente a una escolta militar por una zona de guerra, sino --como todo en Corea del Norte-- a una forma de supervisión ideológica --a una realidad pasada a través del tamiz del narrador, que en este caso toma la forma del oficial español Alejandro Cao de Benós, el único extranjero trabajando para el régimen norcoreano.
Al menos en teoría, Longoria está facultado para hablar y entrevistar a cualquier persona en sus recorridos por Piongyang, aunque muy pronto se ve que esta prerrogativa no es tan libre como pudiera parecer. "Vean por ustedes mismos", dicen los oficiales a los cineastas, mientras los llevan a parques con miles de niños patinando o a observar a ancianos haciendo ejercicio al aire libre. Cuando son llevados a visitar la frontera con Corea del Sur (supuestamente la frontera más peligrosa del mundo, así como la más militarizada, por el riesgo de la inminente guerra nuclear), las cámaras se topan con alegres celebraciones donde mujeres norcoreanas ataviadas en coloridos vestidos posan para fotografías con oficiales y militares alegres y juguetones.
Las imágenes al interior del país alternan con declaraciones de diplomáticos estadounidenses, periodistas extranjeros que cubren Corea del Norte y grabaciones de archivo sobre la tensa relación del país con sus vecinos asiáticos y sus enemigos occidentales. Para agencias como Fox News, Corea del Norte es el hazmerreír de la política internacional: una atracción de feria, un freak show y una cárcel en forma de país donde 25 millones de personas viven en una utopía socialista basada mayormente en la efectividad de su propaganda oficial.
Pero decir "propaganda" en Corea del Norte no tiene exactamente las mismas connotaciones que en el resto del mundo. A través del contraste entre el discurso mediático occidental que presenta al país asiático como la sede de un gobierno totalitario y cruel, Estados Unidos y sus aliados son pintados desde adentro como potencias colonizadoras que amenazan desde hace más de medio siglo la estabilidad de la región. "Propaganda" implica, en palabras muy sencillas, los términos del juego ideológico en el que todos participamos, sabiéndolo o no. Así, al visitante extranjero que haga bromas sobre el gobierno o incluso que tome fotografías a zonas no autorizadas, le espera un severo castigo o hasta el arresto arbitrario: los norcoreanos defienden en la práctica la idea de que sus dirigentes son padres o dioses encarnados; la libertad religiosa, de la cual teóricamente gozan, se contradice a cada paso cuando nos enteramos de que hay gente en prisión por tratar de introducir una Biblia al país.
Muchas curiosidades esperan al espectador de The Propaganda Game: la industria cinematográfica y cultural local, todo lo cual es motor "educativo" y revolucionario, la ideología Juche, que es una mezcla de religión, "filosofía" práctica y política de Estado, y las muestras de reverencia que el ciudadano común realiza a sus líderes Kim Jong-il y Kim Jong-un como si fueran deidades encarnadas. El tipo de violación a los derechos humanos que tiene lugar en Corea del Norte es de una categoría completamente aparte: es la destrucción del sujeto cartesiano y el aislamiento ideológico y mediático de la población, con una versión de la historia en donde Estados Unidos es una especie de partido nazi frente al cual los valientes norcoreanos resisten a través de su modo de vida. Esto lleva al espectador a reflexionar que todos, sin importar dónde vivamos, nos movemos dentro de una versión de la Historia en la que nosotros siempre somos los buenos, porque hemos sido educados y criados de manera sesgada. En realidad puede decirse que The Propaganda Game es una película acerca de la propaganda oficial, occidental o norcoreana, lo mismo da, ejemplificada con fines casi didácticos en el caso de Corea del Norte.
Tal vez el lector recuerde la polémica mediática a propósito de The Interview (2014), donde Seth Rogen y James Franco viajan a Corea del Norte para entrevistar al líder supremo Kim Jong-un, aunque su misión en realidad es asesinarlo: los ficticios reporteros arriban a un país con decorados de cartón, con calles limpias y ordenadas que parodian el estilo de vida occidental y donde todos los ciudadanos parecen participar alegremente de un estado de ataraxia infantil. Lo que vemos en este filme no dista mucho de la ficción, pero sus niveles de surrealismo y nonsense (explicar la ideología Juche, por ejemplo) rebasan cualquier reporte ficcional que pudiera hacerse.
La pregunta que queda en el aire, como en una novela policíaca, es: ¿de dónde viene el dinero? ¿Por qué a China, Corea del Sur, Japón e incluso a EE.UU. les conviene la existencia de un país infantilizado en lo ideológico?