La cura a las dolencias y el sueño como herramienta de ésta han ido de la mano desde la noche de los tiempos: según algunas fuentes, los chamanes prehistóricos podrían haber entrado en trances oníricos en las cavernas, donde dejaban vestigios de las visiones que los dioses les participaban durante sus sueños. El famoso médico Asclepio fue venerado como un dios por los antiguos griegos, y no era extraño que la prescripción en su hospital incluyera el relato de los sueños de los pacientes. Si los médicos, y más recientemente los psicólogos --especialmente los psicoanalistas-- se interesaron por el estudio de los sueños tal vez se deba a que el alma (Psiqué) no puede auscultarse ni mostrar sus heridas de la misma forma que la carne: no disponemos de aparatos para tomar radiografías del estado onírico, por lo que la forma exacta en que el soñador vive sus sueños, aunque pueda relatarse, es intransferible.
Los sueños son como huellas digitales de la vida anímica, de lo que se mueve en nosotros, en los planos físico, afectivo, intelectual o sexual, pero utilizando un lenguaje cuyo emisor y receptor confluyen en el mismo sujeto que sueña. La teoría de la atribución simbólica utilizada por C. G. Jung permitió ahondar aún más en los aportes freudianos sobre el sueño como ("mero") vehículo de satisfacción de deseos: el diccionario que traduciría las visiones del soñador dejó de buscarse, o bien, comenzó a buscarse en los relatos del paciente mismo. Sin enredarnos en las perspectivas clínicas del análisis del contenido de los sueños, podemos pensar que cada vez que soñamos somos pacientes de un movimiento anímico manifestándose frente a nosotros, y que al hacerlo, compone un lenguaje en cierto modo "incomunicable".
Lo demasiado incomunicable, lo demasiado oscuro de las pacientes visiones del onirismo, es aquello que James Hillman identificaba con el alma: "Una perspectiva más que una sustancia, un punto de vista de las cosas más que la cosa misma". En términos de una fenomenología tipo Vilém Flusser, podríamos agregar que el "gesto de soñar" es, en cada uno de nosotros, tan intransferible y tan único como el gesto de caminar, de enfurecerse o de besar. Todos lo hacemos pero cada quién lo hace a su manera: vale para el sexo y vale para los sueños.
Lo interesante en Hillman es que recupera el sueño como un proceso "inconsciente" (que puede ser, pero no es necesariamente, el inconsciente freudiano) más parecido a una función biológica como respirar o bombear sangre que a un rompecabezas simbólico de antepasados muertos y fragmentos de películas que vimos de niños; mientras la teoría freudiana busca organizar el sueño mediante el trabajo de interpretación, descomponiéndolo en contenidos latentes y manifiestos, Hillman estudia el sueño "en su propio territorio", sin contaminarlo del estilo de pensamiento de la vigilia, cifrado en gestos como los de buscar "realidades literales, comparaciones naturales, oposición de contrarios, fases procesionales"; los movimientos del sueño, para quien vive el sueño (o lo padece) operan "por imágenes, semejanzas, [y] correspondencias", como los diseños y figuras expuestas en las paredes de una caverna oscura mientras se les observa a la luz de una antorcha.
Se trata de un acercamiento poético al sueño, más que científico, al menos en la medida en que los métodos de la escuela jungiana han desarrollado métodos para estudiar el sueño y el mito como si fuera literatura comparada, como un campo de fuerzas mutuamente dependientes. Para estudiar el sueño según la teoría de Hillman, es preciso un gesto semejante al del viajero dantesco que se encuentra con la conocida inscripción a las puertas del Infierno: abandonar previamente toda esperanza. En ese sentido, Hillman propone que los sueños son como el Hades --el Inframundo, el país de los muertos, donde reina el señor invisible junto a la muchacha indecible, no un "infierno" de castigos escalofriantes (otro regalito del cristianismo), sino simplemente el lugar donde habitan los espectros, las figuras desmadejadas que pocas veces recordamos al despertar, y que conforman a lo largo de nuestra vida una narrativa "paralela", alternativa incluso, al mundo de la vigilia.
La vuelta al Hades, para Hillman, sería la visión de nuestras construcciones mentales irracionales, cuya interacción constituye justamente lo inconsciente. Aquello que, operando en el tiempo, parece nublar las fronteras de la duración, volviendo irrelevantes los relojes y la lógica discursiva. Como nos recuerda en el maravilloso Los sueños y el inframundo, su concepción del Hades es una concepción del tiempo del sueño:
Cuando examinamos la Casa de Hades, debemos recordar que los mitos (y también Freud) nos dicen que no hay tiempo en el inframundo. No hay decadencia ni progreso, no hay cambio de ningún tipo. Puesto que el tiempo no tiene nada que ver con el inframundo, no podemos concebir éste como un «después» de la vida, salvo en cuanto "pensamientos del después" dentro de la vida. La casa de Hades es un reino psicológico ahora, no uno escatológico más tarde. No es un lugar lejano donde se juzgarán nuestros actos, sino que da lugar a juzgar ahora, desde dentro, el reflejo inhibidor de nuestros actos. [De las conferencias dictadas en Eranos]
Así pues, no se trata de asomarnos a los sueños buscando la clave oculta (siempre desplazada o perdida) que abre algún tipo de revelación, sino del cultivo paciente y amoroso de una relación con aquello que escapa a las posibilidades de la razón y de la lógica de la vigilia. El sueño no es algo que debamos "descifrar", sino (re)conocer: un conocimiento que perdemos y recuperamos, en constantes metamorfosis. No se trata de soñar como exploradores del abismo, buscando secretos enterrados en las arenas sedimentadas de nuestras particulares profundidades, sino un ejercicio de aceptación. Como afirma Chantal Maillard, en tiempos de penumbra, cuando todo está perdido, sólo puede sostenernos "la voluntad del espectador", esa necesidad de seguir presentes frente a ello que amenaza con devorarnos. Con más o menos esoterismo, en eso consiste cualquier trabajo sobre los sueños, incluyendo sus versiones terapéuticas.
Nuestros sueños escapan a toda expectativa y a toda demanda como efímeras visiones de esa presa que siempre se escapa cuando el cazador está a punto de disparar. Sin albergar esperanza alguna de domesticarlos, podemos comenzar a aprehender(nos) a través de ellos mediante el sencillo ritual de escribir lo que sea que nos quede remanente de su imantación en el momento del despertar. No se trata en este punto de desarrollar habilidades de sueño lúcido, ni siquiera se trata de práctica espiritual (o no necesariamente), sino de cultivar una relación sostenida y franca con las imágenes que todos observamos en nuestro propio espejo nocturno.
Twitter del autor: @javier_raya
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